martes, 11 de diciembre de 2012

La compra de abrazos, lo ultimo en la falta de vinculos humanos



La siguiente noticia reseñada más abajo nos da una idea de la sociedad que hemos construido. Ya no es la prostitución pura y simple, el intercambio de sexo por dinero. Hemos llegado al punto de pagar para que nos abracen. Que sigue después?


Lanzan servicio para mujeres que necesitan abrazos

El plan Standard, que cubre los servicios básicos, cuesta 30.000 yenes (unos 364 dólares) por 7 horas. No hay nada sexual.

Lanzan servicio para mujeres que necesitan abrazos
(Foto: captura noticiaslocas.com)

Sí, las mujeres japonesas también pueden sentirse solas. Pero por suerte para ellas existe Soine-ya Prime, un servicio para féminas con necesidad de compañía, o mejor dicho, de que las abracen. Soine-ya Prime, ofrece la posibilidad de contratar a un hombre joven y guapo para pasar una noche en sus brazos. Y aunque usted no lo crea, no hay nada sexual en ello.

“A veces sólo quiero meterme en la cama y sentir los brazos de alguien, sin otra intención”, fue la queja que recogieron los dueños esta empresa japonesa luego de un estudio de mercado. Así fue como se pusieron manos a la obra y lanzaron el servicio para aquellas mujeres que estén dispuestas a pagar para compartir la cama abrazada por un extraño sin mantener relaciones sexuales con ellos.

Al respecto, el sitio web de Soine-ya Prime lista una serie de cosas que sí se pueden hacer con los muchachos contratados, entre ellas, dormir abrazados, por supuesto, pero también salir con ellos a ver una película, por ejemplo, o que el joven les cocine una rica comida.

El plan Standard, que cubre los servicios básicos, cuesta 30.000 yenes (unos 364 dólares) por 7 horas, y el plan más caro, de 12 horas llega a 580 dólares.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Cuanto menos se sabe, mejor se duerme

Publicado en Actualidad RT.



La exposición a una información excesiva puede ser una de las principales causas de la mala calidad del sueño.

El doctor Eduard Estivill, responsable de la Unidad de Alteraciones del Sueño del Instituto Dexeus de Barcelona afirma, que el síndrome de fatiga informativa, el cansancio producido por el manejo de un exceso de datos, es simplemente "el efecto negativo que tiene la sobreinformación para nuestro cerebro".

“Las consecuencias principales en este estado de tensión continua que podemos padecer durante el día son la repercusión posterior en las horas de sueño", explica el doctor.

El síndrome de fatiga afecta sin excepciones a todo el mundo expuesto a mucha información, incluso niños y adolescentes, pero  hay personas que llevan mejor este síndrome mientras que otros sufren demasiado, tanto mental como físicamente.
Estivill cree que existe un remedio para curar esta enfermedad y es "filtrar la información. No exponerse continuamente a cualquier noticia", particularmente si el destinatario es un menor. Para los adultos es prácticamente imposible evitarla completamente porque es una parte inherente de la vida social.

Es más, la sociedad moderna debe reconsiderar su enfoque hacia las redes sociales. El doctor recomienda apagar el móvil 3 horas antes de dormir, desconectarse de las redes sociales y no consultar internet para que el cerebro “se desconecte para dormir”.

Estivill concluye que este síndrome es la consecuencia directa del modo de vivir en la sociedad moderna: «todo deprisa, sin pausa, sin tiempo para nosotros, siempre expuestos a cumplir expectativas»




La exposición a una información excesiva puede ser una de las principales causas de la mala calidad del sueño.
El doctor Eduard Estivill, responsable de la Unidad de Alteraciones del Sueño del Instituto Dexeus de Barcelona afirma, que el síndrome de fatiga informativa, el cansancio producido por el manejo de un exceso de datos, es simplemente "el efecto negativo que tiene la sobreinformación para nuestro cerebro".

“Las consecuencias principales en este estado de tensión continua que podemos padecer durante el día son la repercusión posterior en las horas de sueño", explica el doctor.

El síndrome de fatiga afecta sin excepciones a todo el mundo expuesto a mucha información, incluso niños y adolescentes, pero  hay personas que llevan mejor este síndrome mientras que otros sufren demasiado, tanto mental como físicamente.

Estivill cree que existe un remedio para curar esta enfermedad y es "filtrar la información. No exponerse continuamente a cualquier noticia", particularmente si el destinatario es un menor. Para los adultos es prácticamente imposible evitarla completamente porque es una parte inherente de la vida social.

Es más, la sociedad moderna debe reconsiderar su enfoque hacia las redes sociales. El doctor recomienda apagar el móvil 3 horas antes de dormir, desconectarse de las redes sociales y no consultar internet para que el cerebro “se desconecte para dormir”.

Estivill concluye que este síndrome es la consecuencia directa del modo de vivir en la sociedad moderna: «todo deprisa, sin pausa, sin tiempo para nosotros, siempre expuestos a cumplir expectativas»


Texto completo en: http://actualidad.rt.com/sociedad/view/80630-se-sabe-mejor-duerme

sábado, 1 de diciembre de 2012

Corea del Sur lucha contra la adicción a los dispositivos móviles

En el país se impartirá en el cursillo 'Cómo sobrevivir sin un teléfono inteligente'

Publicado  en: http://actualidad.rt.com/sociedad/view/79915-pasion-nefasta-corea-sur-lucha-adiccion-dispositivos-moviles

La adicción a los dispositivos móviles recluta en sus filas a más y más adeptos hasta poder competir con la drogadicción. Corea del Sur se preocupa tanto por este fenómeno que planea organizar cursillos para aplacar la preocupante tendencia.

Como señala la estadística oficial, en el país más de 2 millones de personas, uno de cada diez dice que "no puede vivir" sin los dispositivos móviles. Los más vulnerables son los niños, dado que la nueva generación ya no imagina su vida sin esa tecnología moderna y pasa horas en el mundo virtual.

Los datos indican que 160.000 niños de entre 5 y 9 años muestran una profunda dependencia a Internet, a los teléfonos inteligentes y las computadoras. Esos niños son aplicados cuando están en el ciberespacio, pero están distraídos y cerrados cuando se desconectan de la Red y de sus juegos digitales.

Los médicos confirman este fenómeno, destacando que sin los dispositivos los menores y adolescentes se muestran nerviosos, ansiosos y agresivos, sin poder controlar sus emociones. Además de trastornos psicológicos, ellos sufren problemas de salud física, como la desviación de la columna vertebral, dolores en las articulaciones y neuralgia.

Tras estudiar esa amenazante tendencia, las autoridades surcoreanas han decidido introducir en las escuelas textos obligatorios que tienen como objetivo revelar la adicción a los móviles en las primeras etapas. Desde el año próximo en el país se iniciarán cursos denominados “Cómo sobrevivir sin un teléfono inteligente”.
En el país se impartirá en el cursillo 'Cómo sobrevivir sin un teléfono inteligente'

Texto completo en: http://actualidad.rt.com/sociedad/view/79915-pasion-nefasta-corea-sur-lucha-adiccion-dispositivos-moviles

lunes, 26 de noviembre de 2012

La era del hombre mercancía: El comprador comprado

Por Zygmunt Bauman. Publicado en La nación. 
Los más desposeídos, los más carenciados, son quizás quienes han perdido la lucha simbólica por ser reconocidos, por ser aceptados como parte de una entidad social reconocible, en una palabra, como parte de la humanidad.
Pierre Bordieu, Meditaciones pascalianas 


Analicemos tres casos tomados al azar de los vertiginosos cambios de hábitos de nuestra cada vez más "cableada", o en realidad cada vez más inalámbrica , sociedad. 

Caso 1 . El 2 de marzo de 2006, el periódico Guardian publicaba que, "en los últimos doce meses, las ´redes sociales de Internet han pasado de ser el boom del futuro a ser el boom del presente". [...] Y explica: "El lanzamiento de un nuevo sitio web de redes sociales es como la inauguración de un bar en un barrio de la ciudad", que precisamente por ser el más reciente, por tener un nombre nuevo, por haber sido remodelado o relanzado con un nuevo formato, logrará atraer una enorme circulación de gente "antes de caer indefectiblemente en el olvido, con la resaca del día siguiente", pasando su magnetismo al "próximo más reciente", en una interminable carrera de postas en busca del lugar "más de onda", del que "habla toda la ciudad", el lugar en donde "todos los que son alguien tienen que estar". 

Ni bien logran poner un pie en una escuela, o en un barrio real o virtual, los sitios de "redes sociales" se esparcen con la velocidad de una "infección en extremo virulenta". [...] Los inventores y promotores de las redes virtuales pueden jactarse, y con razón, de haber satisfecho una necesidad real, urgente y muy extendida. ¿Y de qué necesidad se trata? "En el corazón de las redes sociales está el intercambio de información personal." Los usuarios están felices de poder "revelar detalles íntimos de sus vidas íntimas", "de dejar asentada información verdadera" e "intercambiar fotografías". Se estima que el 61% de los adolescentes del Reino Unido de entre 13 y 17 años "tienen un perfil personal en un sitio de redes" que les permite "socializar on line ". En Gran Bretaña, un país donde el uso masivo de aparatos electrónicos de última generación tiene ciberaños de atraso en relación con el Lejano Oriente, los usuarios todavía pueden conservar la esperanza de que las "redes sociales" sean una manifestación de su libertad de elección, e incluso creer que son un instrumento de autoafirmación y rebelión juvenil. Esta suposición cobra visos de realidad solo gracias a las alarmas de pánico que ese afán sin precedentes de los jóvenes de exponerse a sí mismos -un afán inducido por la web y destinado a la web- se encienden día tras día en maestros y padres obsesionados por la seguridad, y por las crispadas reacciones de los directores de escuela, que excluyen a los sitios como Bebo del servicio escolar de Internet. Pero en Corea del Sur, por ejemplo, donde ya es rutina que la mayor parte de la vida social se encuentre mediatizada electrónicamente (o más bien donde la vida social ya se ha transformado en una vida electrónica o cibervida, y donde gran parte de la "vida social" se desarrolla en compañía de una computadora, un iPod o un celular, y solo secundariamente con otros seres de carne y hueso), resulta obvio para los propios jóvenes que no poseen ni el más mínimo margen de maniobra o elección, sino que se trata de una cuestión de "tómalo o déjalo". Solo la "muerte social" aguarda a esos pocos que todavía no han logrado subirse a Cyworld, líder del cibermercado surcoreano de la cultura del "mostrar y decir". 

Sería un grave error, sin embargo, suponer que el impulso de exponer en público el "yo interior" y la necesidad de satisfacer ese impulso son manifestaciones de un impulso/adicción pura y estrictamente generacional de los adolescentes, entusiastas como suelen serlo a la hora de poner un pie en la "red" (un término que rápidamente va reemplazando al de "sociedad" tanto en el discurso científico-social como en el lenguaje popular) y permanecer allí, aunque sin saber bien cómo lograrlo. Esta nueva afición por la confesión pública no puede ser explicada meramente y en ningún plano por factores "propios de la edad". 

Los adolescentes equipados con confesionarios electrónicos portátiles no son otra cosa que aprendices entrenados en las artes de una sociedad confesional -una sociedad que se destaca por haber borrado los límites que otrora separaban lo privado de lo público, por haber convertido en virtudes y obligaciones públicas el hecho de exponer abiertamente lo privado, y por haber eliminado de la comunicación pública todo lo que se niegue a ser reducido a una confidencia privada, y a aquellos que se rehúsan a confesarse-. 

Caso 2 . El mismo día, aunque en una página bastante diferente, que se ocupaba de otros temas y bajo la tutela de otro editor, también en el Guardian se informaba a los lectores que "las empresas utilizan sistemas informáticos para maltratar más eficientemente al cliente de acuerdo con el valor que ese cliente tenga para la compañía". Sistemas informáticos significa en este caso que mantienen registros de sus clientes, clasificados de 1 -para clientes de primera clase a quienes se les responde inmediatamente al momento en que llaman y que son comunicados de inmediato con personal jerárquico- a 3 (la "fauna del estanque", como suelen llamarlos en la jerga empresaria), quienes son dejados en espera hasta que finalmente se los transfiere a un empleado del montón sin poder de decisión. 

Al igual que en el Caso 1, tampoco en el Caso 2 puede culparse a la tecnología de estas nuevas prácticas. Este novedoso y sofisticado software acude al rescate de los ejecutivos que ya tenían la desesperante necesidad de clasificar la creciente horda de usuarios que llaman por teléfono y de hacer más expeditiva la aplicación de tácticas divisivas y exclusivistas que ya existían, pero que hasta el momento eran puestas en práctica a través de mecanismos más primitivos: dispositivos de fabricación casera, de industria artesanal o "listos para armar". [..] Si no contaran con las herramientas técnicas apropiadas, lo que esos empleados tendrían que evaluar, a costa de gran esfuerzo mental y de gran parte del precioso tiempo laboral de la empresa, es la rentabilidad potencial de cada cliente, más precisamente el volumen de efectivo o de crédito del que dispone el cliente, y de cuánto de ese dinero estaría dispuesto a desprenderse. "Las empresas tienden a deshacerse de los clientes menos valiosos", explica otro ejecutivo. [...] Necesitan un modo de ingresar al banco de datos el tipo de información que sirva, ante todo, para eliminar a los "consumidores fallados", esa mala hierba del jardín consumista, gente con poco efectivo, poco crédito o poco entusiasmo por comprar, y de todas formas inmune a los encantos del marketing. 

Caso 3 . Apenas unos días después, otro editor, de otra página, informaba a los lectores que Charles Clarke, ministro del Interior británico, había anunciado un nuevo sistema de inmigración "basado en puntaje", destinado a "atraer a los más brillantes y mejores" y, por supuesto, a repeler y mantener a distancia a todos los demás, por más que el comunicado oficial de prensa se haya esmerado en evitar cualquier mención sobre el tema al punto de omitirlo casi por completo. ¿A quiénes espera atraer el nuevo sistema? A aquellos con más dinero para invertir y más capacidad para ganarlo. "Nos permitirá garantizar", afirmó el ministro del Interior, que "vengan al Reino Unido solo aquellos con las habilidades que el país necesita, y a la vez impedir que se presenten quienes carecen de ellas". [...] 

Es cierto que Charles Clarke no puede arrogarse la autoría de aplicar a la selección humana la regla del mercado que llama a elegir el mejor producto que se ofrece. Como lo señalara su contraparte francesa, Nicolas Sarkozy, "la inmigración selectiva es practicada por casi todas las democracias del mundo", para exigir luego que "Francia tenga el derecho de elegir entre los inmigrantes de acuerdo con sus propias necesidades". 

Uno podría preguntarse si hay algún motivo para enumerar los tres casos juntos y considerarlos especímenes de una misma categoría. La respuesta es que sí, que existe un motivo que los conecta, y uno de los más poderosos. 

Los colegiales y colegialas que exponen con avidez y entusiasmo sus atributos con la esperanza de llamar la atención y quizás ganar algo de ese reconocimiento y esa aprobación que les permitiría seguir en el juego de la socialización; los clientes potenciales que necesitan expandir su nivel de gastos y límite crediticio para ganarse el derecho a un mejor servicio; los futuros inmigrantes que se esmeran en conseguir pruebas de que son útiles y necesarios para que sus postulaciones sean consideradas: estas tres categorías de personas, en apariencia tan distintas, son instadas, empujadas u obligadas a promocionar un producto deseable y atractivo, y por lo tanto hacen todo lo que pueden, empleando todas las armas que encuentran a su alcance, para acrecentar el valor de mercado de lo que tienen para vender. Y el producto que están dispuestos a promocionar y poner en venta en el mercado no es otra cosa que ellos mismos. 

Ellos son, simultáneamente, los promotores del producto y el producto que promueven. Son, al mismo tiempo, encargado de marketing y mercadería, vendedor ambulante y artículo en venta (y me permito agregar que cualquier académico que alguna vez haya tenido que llenar una solicitud de fondos para investigación o se haya postulado a un puesto docente sabrá reconocer perfectamente por su propia experiencia la situación a la que me refiero). Más allá del casillero al que los confinen quienes confeccionan las estadísticas, todos ellos son habitantes del mismo espacio social conocido con el nombre de mercado. Sin importar cómo sean clasificadas sus problemáticas por los archivistas gubernamentales o por la investigación periodística, la actividad en la que todos ellos están ocupados (ya sea por elección, necesidad, o lo que es más probable aún, por ambas) es el marketing . El examen que deben aprobar para acceder a los tan codiciados premios sociales les exige reciclarse bajo la forma de bienes de cambio, vale decir, como productos capaces de captar la atención, atraer clientes y generar demanda. [...] 

La mayoría de los Estados nación hoy abocados a la transformación del capital y el trabajo en mercancía se encuentran en déficit de energía y de recursos, déficit resultante de la exposición de los capitales locales a la durísima competencia generada por la globalización del capital, el trabajo y los mercados de materias primas, y por la difusión a escala planetaria de nuevas formas de producción y comercialización, así como el déficit causado por los astronómicos costos del "Estado benefactor", instrumento primordial y hasta indispensable para la transformación del trabajo en producto o mercancía. [...] 

Es sobre todo la retransformación del trabajo en producto la que más ha sido afectada hasta ahora por los procesos gemelos de desregulación y privatización. Esta tarea ha sido exonerada de toda responsabilidad gubernamental directa debido, totalmente o en parte, a la tercerización a manos de empresas privadas del marco institucional imprescindible para la provisión de los servicios esenciales que permiten que el trabajo sea vendible (por ejemplo, en el caso de la escolaridad o la vivienda, el cuidado de los ancianos, y la creciente variedad de servicios médicos). Así que la tarea general de preservar en masse las cualidades que hacen del trabajo algo vendible se convierte en preocupación y responsabilidad de individuos, hombres y mujeres (por ejemplo, deben costear su propia capacitación con fondos personales, o sea privados), a quienes hoy por hoy tanto políticos como publicistas alientan y arrastran a hacer uso de sus mejores cualidades y recursos para mantenerse en el mercado, a incrementar su valor de mercado y a no dejarlo caer, y a ganarse el aprecio de potenciales compradores. 

Después de haber pasado varios años observando bien de cerca (casi como un participante más) el cambiante entramado laboral en los sectores más avanzados de la economía estadounidense, Arlie Russell Hochschild ha descubierto y documentado ciertas tendencias con asombrosas similitudes con las de Europa, descritas detalladamente por Luc Boltanski y Eve Chiapello como parte del "nuevo espíritu del capitalismo". Y el más trascendente entre esos hallazgos es la decidida preferencia de los empleadores por los empleados flotantes, desapegados, flexibles y sin ataduras, empleados "generales" (del tipo "todo terreno" y no los especializados y sujetos a una capacitación específica y restrictiva) y en definitiva descartables. En palabras del propio Hochschild: 

Desde 1997, un nuevo término, "lastre cero", viene circulando silenciosamente por Silicon Valley, corazón de la revolución informática de los Estados Unidos. Originalmente se aplicaba al movimiento sin rozamiento de un objeto, como un rulemán o una bicicleta. Más tarde fue empleado para referirse a los empleados que, sin importar los incentivos económicos, cambiaban de empleo con total facilidad. En la actualidad se ha convertido en sinónimo de "sin compromisos u obligaciones". Un empleado informático puede referirse a un colega elogiosamente diciendo que tiene "cero lastre", vale decir, que está disponible para aceptar tareas extra, responder a situaciones de emergencia, o ser reasignado y reubicado en cualquier momento. Según Po Bronson, investigador de la cultura del Silicon Valley: "El lastre cero es lo óptimo. A algunos postulantes les han llegado incluso a preguntar por su ´coeficiente de lastre". 

No vivir cerca de Silicon Valley o tener mujer e hijos a cargo eleva el "coeficiente de lastre" y reduce las posibilidades de obtener el empleo. Los empleadores desean que, en vez de caminar, sus futuros empleados naden, y mejor aún, que naveguen. El empleado ideal sería una persona que no tuviera lazos, compromisos ni ataduras emocionales preexistentes y que además las rehuya a futuro. Una persona dispuesta a aceptar cualquier tarea y preparada para reajustar y reenfocar instantáneamente sus inclinaciones, abrazar nuevas prioridades y abandonar las ya adquiridas lo antes posible. Una persona acostumbrada a un entorno en el que "acostumbrarse" -a un empleo, a una habilidad, o a una determinada manera de hacer las cosas- no es deseable y por lo tanto es imprudente. Finalmente, una persona que deje la empresa cuando ya no se la necesita, sin queja ni litigio. Una persona, en definitiva, para quien las expectativas a largo plazo, las carreras consolidadas y previsibles y toda otra forma de estabilidad resulten todavía más desagradables y atemorizantes que la ausencia de ellas. 

El arte de la "reconversión" laboral en su nueva forma actualizada difícilmente haya surgido de la burocracia gubernamental, mastodonte que se destaca por su inercia, su resistencia al cambio, su apego a las tradiciones y su amor por la rutina, que mal podría enseñar el arte de la reconversión. Ese trabajo queda en las manos más diestras del mercado de consumo, ya famoso por medrar y disfrutar entrenando a sus clientes en artes sorprendentemente afines. El sentido profundo de la conversión del Estado al culto de la "desregulación" y la "privatización" radica en haber transferido a los mercados la tarea de la reconversión laboral. 

Es evidente que la pretendida soberanía que se adjudica habitualmente al sujeto que ejerce su actividad de consumo está en cuestión y es puesta en duda permanentemente. Tal como lo señalara con acierto Don Slater, la imagen de los consumidores que ofrecen las descripciones académicas de la vida de consumo los muestra dentro de un espectro que oscila entre considerarlos "dopados o tarados culturales" o "héroes de la modernidad". En un extremo, los consumidores son tratados como cualquier cosa salvo como entes soberanos: son bobos engatusados con promesas fraudulentas, fintas y engaños, seducidos, arrastrados y manipulados por fuerzas.

El punto, sin embargo, es que en ambas versiones -ya sea que se los presente como dopados por la publicidad o como heroicos partidarios de autoimpulsarse hacia el poder- los consumidores son aislados y considerados aparte del universo de sus potenciales objetos de consumo. En la mayoría de estas descripciones, el mundo creado y sostenido por la sociedad de consumidores está netamente dividido entre cosas elegibles y electores, los productos y sus consumidores: cosas a ser consumidas y humanos consumidores. Sin embargo, la sociedad de consumidores es lo que es precisamente porque no es así en absoluto. Lo que la singulariza y distingue de otros tipos de sociedad es justamente que las divisiones antes mencionadas son borrosas, y finalmente terminan por borrarse. 

En la sociedad de consumidores nadie puede convertirse en sujeto sin antes convertirse en producto, y nadie puede preservar su carácter de sujeto si no se ocupa de resucitar, revivir y realimentar a perpetuidad en sí mismo las cualidades y habilidades que se exigen en todo producto de consumo. La "subjetividad" del "sujeto", o sea su carácter de tal y todo aquello que esa subjetividad le permite lograr, está abocada plenamente a la interminable tarea de ser y seguir siendo un artículo vendible. La característica más prominente de la sociedad de consumidores -por cuidadosamente que haya sido escondida o encubierta- es su capacidad de transformar a los consumidores en productos consumibles, o más bien de disolverlos en un mar de productos donde, por citar la más citada de todas las muy citables proposiciones de Georg Simmel, los diferentes significados de las cosas, "y por lo tanto las cosas mismas, son experimentadas como insustanciales" y parecen "uniformemente planas y grises", mientras "flotan con igual peso específico en el flujo de un constante río de dinero". La tarea de los consumidores, por lo tanto, y el principal motivo que los mueve a dedicarse a la interminable actividad de consumir, es alzarse de esa chatura gris de invisibilidad e insustancialidad, asomar la cabeza y hacerse reconocibles entre esa masa indiscriminada de objetos no diferenciables que "flotan con igual peso específico" y captar así la atención (¡voluble!) de los consumidores...

Cultura consumista

Una influyente, respetada y muy difundida guía de estilos y modas aparecida con la edición de otoño-invierno de una prestigiosa publicación ofrecía "media docena de estilos clave para los próximos meses que te pondrán a la delantera del pelotón de la moda". Una promesa hábilmente calculada para captar la atención, y de gran ingenio, ya que con una frase breve y neta logra tocar casi todos los temas y preocupaciones acuciantes nacidos de la vida consumista y nutridos por la sociedad de consumidores.
En primer lugar, la preocupación por "estar y mantenerse a la delantera" (a la delantera del "pelotón de la moda", vale decir, el grupo de referencia, "los otros que importan", "los que cuentan", y cuya aprobación o rechazo traza la línea entre éxito y fracaso). En palabras de Michel Maffesoli, "Soy quien soy porque los otros me reconocen como tal", mientras que "la vida social empírica no es más que la expresión de sentimientos de pertenencias sucesivas". La alternativa es una sucesión de rechazos, la exclusión definitiva o el castigo por no haber sabido abrirse camino, por la fuerza o la argumentación, hasta el reconocimiento. [...] Estar a la delantera luciendo los emblemas de las figuras emblemáticas del pelotón de la moda es la única receta confiable para asegurarse de que si el pelotón elegido supiera de la existencia del aspirante, seguramente le otorgaría el reconocimiento y la aceptación que tanto anhela. Y mantenerse a la delantera es el único modo de garantizar que ese reconocimiento de "pertenencia" dure tanto como se desea, vale decir, de lograr que un acto único de admisión se solidifique y se convierta en un permiso de residencia de plazo fijo pero renovable. En definitiva, "estar a la delantera" promete alguna certeza, alguna seguridad, alguna certeza de seguridad, precisamente el tipo de experiencia tan conspicua y dolorosamente ausente de la vida consumista, aun cuando su objetivo no sea ni más ni menos que el deseo de alcanzarlas. 

La referencia a "estar a la delantera del pelotón de la moda" transmite la promesa de un alto valor de mercado y una gran demanda. En el caso de una puja que se reduce en los hechos a un despliegue de emblemas, una puja que comienza con la adquisición de los emblemas, sigue con el anuncio público de esa adquisición y solo se considera completa cuando es de dominio público, todo se traduce finalmente en un sentimiento de "pertenencia". La referencia a "permanecer en la delantera deja traslucir una juiciosa advertencia contra el peligro de pasar por alto el momento en que los actuales emblemas de "pertenencia" salen de circulación al ser desplazados por otros más frescos, momento en que los poseedores que se encuentren desatentos corren el riesgo de quedarse en el camino, algo que en el caso de una puja por la pertenencia mediada por el mercado se traduce como rechazo, exclusión, abandono y soledad, y redunda en el lacerante dolor de la inadecuación personal. [...] 

Segundo, el mensaje publicado trae fecha de vencimiento: se advierte a los lectores que la promesa es válida solo "para los próximos meses". [...] Los consumidores avezados seguramente sabrán captar el mensaje y responder con prontitud a su llamado, que les recuerda que no hay tiempo que perder. [...] 

En tercer lugar, y como no se nos ofrece un solo estilo, sino "media docena" de estilos diferentes, uno tiene de hecho libertad aunque -y se trata de una aclaración muy pertinente- el rango de la oferta traza un límite infranqueable alrededor de las opciones. Uno puede elegir y adoptar un estilo. [...] Pero no tiene la libertad de modificar de modo alguno las opciones disponibles, no hay otras alternativas, ya que todas las posibilidades realistas y aconsejables han sido preseleccionadas, preescritas y prescritas. [...] 

El punto de inflexión que diferencia más radicalmente el síndrome de la cultura consumista de su predecesor productivista, ese rasgo que reúne en sí los diferentes impulsos, sensaciones y tendencias y eleva todas esas características al rango de un programa de vida coherente, parece ser la inversión del valor acordado a la duración y la transitoriedad respectivamente. 

El síndrome de la cultura consumista consiste sobre todo en una enfática negación de las virtudes de la procrastinación y de las bondades y beneficios de la demora de la gratificación, los dos pilares axiológicos de la sociedad de productores gobernada por el síndrome productivista. 

En la escala de valores heredada, el síndrome consumista ha degradado la duración y jerarquizado la transitoriedad y ha elevado lo novedoso por encima de lo perdurable. [...] 

En la lista de preocupaciones humanas, el síndrome consumista privilegia la precaución de no permitir que las cosas (animadas o inanimadas) prolonguen su visita más allá de lo deseado por encima de las técnicas para retenerlas y del compromiso a largo plazo (ni hablar de la posibilidad de que el compromiso sea para siempre). También abrevia notablemente la expectativa de vida del deseo y la distancia temporal entre el deseo y su satisfacción, y de la satisfacción a la eliminación de los desechos. El "síndrome consumista" es velocidad, exceso y desperdicio. 

Los consumidores hechos y derechos ni siquiera pestañean a la hora de deshacerse de las cosas. Como regla general, aceptan la corta vida útil de las cosas y su muerte anunciada con ecuanimidad, a veces con regocijo apenas disimulado, y otras con el gozo desembozado propio de una victoria. [...] Para los maestros del consumismo, el valor de todos y cada uno de los objetos no radica tanto en sus virtudes como en sus limitaciones. Los puntos débiles conocidos y aquellos que (inevitablemente) se manifiestan a causa de su obsolescencia prediseñada y preordenada (o "moral", a diferencia del envejecimiento físico, según la terminología de Karl Marx), prometen que la renovación y el rejuvenecimiento son inminentes, nuevas aventuras, nuevas sensaciones, nuevas alegrías. En la sociedad de consumo, la perfección (si es que a esta altura significa algo) solo puede ser una cualidad colectiva de la masa, de una multitud de objetos de deseo. Hoy la persistente necesidad de perfección no apela tanto al mejoramiento de las cosas, sino a su profusión y veloz circulación. 

Por lo tanto, y permítanme repetirlo una sociedad de consumo solo puede ser una sociedad de exceso y despilfarro y por ende, de redundancia. Cuanto más fluidas las condiciones de vida, más objetos de consumo potencial necesitan los actores para cubrir sus apuestas y asegurar sus acciones contra las bromas del destino (que la jerga sociológica ha rebautizado como "consecuencias imprevistas"). El exceso, sin embargo, echa leña al fuego de la incertidumbre que supuestamente debía apagar, o al menos mitigar o desactivar. Por lo tanto, y paradójicamente, el exceso nunca es suficiente. Las vidas de los consumidores están condenadas a ser una sucesión infinita de ensayos y errores. Son vidas de experimentación continua, aunque sin la esperanza de que un experimentum crucis pueda guiar esas exploraciones hacia una tierra de certezas más o menos confiables.

[Traducción: Mirta Rosenberg y Jaime Arrambide]

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Ignorancia y valor en la era de Lady Gaga

 
Joe Bageant

Traducido para Rebelión por Germán Leyens y revisado por Caty R. 

Si uno pasa mucho tiempo con gente que piensa, la conversación termina por pasar al tema de los serios problemas políticos y culturales de nuestros tiempos. Como por ejemplo: ¿Cómo pueden ser tan descerebrados sistemáticamente los estadounidenses? Gran parte del mundo, y numerosos estadounidenses, se hace esa pregunta al ver como la cultura de EE.UU. cae como un mastodonte apaleado que se desploma en un pozo de brea del Pleistoceno.
Una explicación podría ser el efecto de 40 años de pulpa industrial de pollo frita en abundante aceite y gaseosa Big Gulp de más de 1 litro. Otra podría ser la cultura pop, que no es cultura en absoluto, claro está, sino mercadeo. O podríamos culpar al autismo digital: ¿Habéis observado a los simios informáticos en el subte pinchando sus artefactos digitales, acariciando sus pantallas táctiles durante horas? ¿Esas crispadas cejas neolíticas sobre esos ojos rojos entrecerrados?
Pero una explicación más razonable es que: (A) ni siquiera sabemos lo que estamos haciendo, y (B) nos aferramos a instituciones que se dedican a asegurar que nunca lo descubramos.
Como demostró genialmente William Edwards Deming, ningún sistema puede entenderse a sí mismo ni por qué hace lo que hace, incluido el sistema social estadounidense. Sin saber nada de por qué su sociedad hace lo que hace debido a un caso bastante horrible de intranquilidad existencial. Por lo tanto creamos instituciones cuya función es pretender que lo saben y así todos nos sentimos mejor. Por desgracia, también hace que los más sabios de entre nosotros –esas elites que dirigen las instituciones– sean muy ricos, o estén a salvo de las vicisitudes que afectan al resto de nosotros.
Directa o indirectamente comprenden que la verdadera función de las instituciones sociales de EE.UU. es justificar, racionalizar y ocultar el verdadero propósito de la conducta cultural del lumpenproletariat y conformar la conducta en beneficio de los miembros de la institución. “Eh, ¡son lumpen! ¿Qué queréis que hagamos?”
Los lectores que duden pueden fijarse en las instituciones sanitarias, las corporaciones aseguradoras, las cadenas hospitalarias, los lobbies de los médicos de EE.UU. Entre ellos han establecido un derecho perfectamente legal para esquilarnos a ti y a mí miles de dólares a su antojo. Que defendamos tan rabiosamente su derecho a despojarnos, a pesar de toda la información disponible en la era digital, desconcierta al mundo.
Hace doscientos años cualquiera habría pensado que el puro volumen de datos disponibles en la era de la información digital produciría estadounidenses informados. Los fundadores de la República, inmersos en la Ilustración y que creían que una ciudadanía informada es vital para la libertad y la democracia, se habrían vuelto locos de alegría ante la perspectiva. Hay que imaginar a Jefferson y Franklin de alta en Google.
La suposición fatal era que los estadounidenses elegirían pensar y aprender, en lugar de escoger a su antojo blogs y canales de televisión para reforzar su elección de ignorancia cultural, consumista, científica o política, pero especialmente política. Tom y Ben nunca habrían imaginado que nos dedicaríamos a buscar espectáculos prefabricados, ciencia basura y excitantes rumores como los  death panels, a Obama como un musulmán socialista y la prueba bíblica de que Adán y Eva montaban dinosaurios en el Paraíso. En una nación que considera que la democracia es equivalente al derecho de cada cual a una opinión, por ridícula que sea, es probable que esto sea inevitable. Después de todo, los estúpidos escogen cosas estúpidas. Por eso se les llama estúpidos.
Pero si añadimos sesenta años de efectos contaminantes de la televisión en la mente, acabamos teniendo 24 millones de estadounidenses que miran a Bristol Palin retorciéndose en Dancing with the Stars, y luego cuando la entrevistan con toda seriedad en las redes de televisión como si fuera una noticia importante. La conclusión inevitable de la mitad del corazón de EE.UU. es que su mamá debe ser seguramente material presidencial, a pesar de que Bristol no sabe bailar. No es un cuadro edificante en Chattanooga y Keokuk.
La otra mitad, la mitad liberal, concluye que el que Bristol baile mal debe formar parte del plan de su diabólica madre para apoderarse del país, y ganar millones al hacerlo, por no hablar de enriquecer aún más a Tina Fey y a Jon Stewart. Es algo difícil para una mujer con cerebro de ardilla que pidió recientemente a un presidente negro que “refudiara” a la NAACP [Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color] (aunque en cierto modo yo también la ‘refudio’). La estupidez cultural es virtulamente responsable de cada aspecto de Sarah Palin, como persona y como icono político. Lo que, después de todo, puede ser un motivo bastante bueno para no “subestimarla”. A fin de cuentas, todavía hablamos de ella en ambos campos políticos. Y la mujer es DUEÑA de Huffington Post, por amor de Dios. Y no hablemos de una franquicia de la ignorancia cultural. 
La estupidez cultural podría no ser tan mala si no fuera autorreproductiva y vírica, y propensa a colocar a gente estúpida en el poder. Todos nosotros, en algún momento, hemos mirado a un jefe y nos hemos preguntado cómo un torpe semejante pudo llegar a hacerse cargo del lugar.
En mi propio campo, el negocio de los libros, a los máximos buhoneros en ventas y mercadeo, vendedores de coches con grados universitarios, se les pone a cargo de editar la literatura nacional. De la misma manera, los generales del Pentágono pasan de matar bebés morenos en Iraq a ser presidentes de universidades y directores ejecutivos. En sentido opuesto, dirigentes empresariales como Donald Rumsfeld que se consideran comandantes en el campo de batalla e imaginan que sus empleados son tropas que deben ser “desplegadas”, se encuentran felices ventoseando detrás de los escritorios en el Pentágono. Sobre la base de su malentendido de que El arte de la guerra de Sun Tzu sería un libro de negocios, son seleccionados por dirigentes nacionales igualmente ilusionados para lanzar una guerra real en nombre de los demás.
Pero el daño más amplio se hace a niveles operativos más mundanos del imperio estadounidense por los clones del imbécil más promocionado en la oficina de la esquina en la que trabajas. Por lo menos un estudio demostró que la selección aleatoria para promociones corporativas contrarresta significativamente el efecto. Y la investigación vuelve a confirmar lo que es de dominio público en cada bebedero de los sitios de trabajo del país.
Guárdenme mi sitio en el gulag. Voy a Wal-Mart
La ignorancia cultural de uno u otro tipo se apoya y alimenta en cierta medida en todas las sociedades, porque la mayoría obtiene beneficio material de su mantenimiento. Los estadounidenses, por ejemplo, obtienen beneficios en el terreno de la ignorancia cultural –especialmente los Babbit de clase media– de la ignorancia cultural generada por el híper-capitalismo estadounidense en forma de riqueza basura.
La ignorancia intencionada nos permite gozar de mercancías más baratas producidas mediante el trabajo esclavo en el extranjero, y cada vez más en el interior, y sin embargo damos “gracias a dios por su prodigalidad” en las iglesias de la nación sin una traza de culpa o ironía. Permite el robo brutal de los recursos y bienes de naciones más débiles, por no hablar de la destrucción capitalista en su fase final –agotando todos los recursos del planeta que sustentan la vida humana.
La defensa estadounidense, en esas raras ocasiones en la que se presenta, dice aproximadamente: “Bueno, hijueputa comunista, yo nunca he visto una maquila y no tengo a chicos asiáticos encadenados en el sótano. Por lo tanto tengo lo que el gobierno llama denegación plausible. ¡Anda y jódete!”
Uh, no mires ahora, pero los "banc-didos" son tus dueños, tu país se ha convertido en un gulag de trabajo/Estado policial y la mayor parte del mundo te odia.
Un clima intelectual estadounidense tan próspero posibilita que las elites capitalistas retengan y racionen recursos vitales como la atención sanitaria, simplemente subastándola a los ricos. Los estadounidenses no lo llegan a comprender porque el hecho más importante (que un montón de gente no puede permitirse el lujo de la oferta y por eso muere temprano) nunca recibe la misma oportunidad que la propaganda política capitalista, es decir, que si damos atención médica gratuita a bebés de bajos ingresos con labio leporino, una ola de leninismo se apoderará de la nación. Es ignorancia cultural. La inhalamos todos los días.
Pero que los estadounidenses demasiado pobres para comprar atención sanitaria voten por mantener el proceso de subasta corporativo, es estupidez cultural.
(Detengámonos un instante para mesarnos los cabellos y gritar ¡¡¡AAAAAAGGGGGHHHHH!!!)
Como dice la vieja canción: “Decidles que no saben, no saben, no saben”. Me atrevo a decir que incluso si lo supieran, no sabrían por qué. Las verdades elementales se nos escapan por la afluencia de basura y la propaganda. Nos entierran bajo un diluvio de mercancías que sugieren que todos somos ricos, o por lo menos más ricos que la mayor parte del mundo. Una montaña de zapatos baratos, coches, iPods, cantidades ridículas de alimentos preparados y todo el espectáculo de la congestión definen, y se imponen, como “calidad de la vida” bajo el capitalismo de mercancías materialistas. Los bienes que tenemos en nuestras garras triunfan sobre lo filosófico e incluso de las principales consideraciones prácticas. “¡Podré morir temprano por comer subproductos vacunos no identificados bañados en desechos de productos químicos, pero moriré dueño de una televisión de alta definición de 65 pulgadas y un Dodge Durango nuevo automático de cinco velocidades con un Hemi V8 de 5,7 litros bajo el capó!”
Incluso la amenaza de tostar la vida planetaria no basta para liberar a los estadounidenses de esta desconexión. Como señala el profesor emérito de recursos naturales, ecología y biología evolutiva Guy R. McPherson: “un 79,6% de los encuestados en un sondeo de Scientific American no está dispuesto a renunciar ni a un solo centavo para anticiparse al riesgo de un cambio climático catastrófico. Sin duda los lectores de Scientific American están mejor informados que el público en general. Y sin embargo no pagarán nada para evitar la extinción de nuestra especie. En cierto modo, hace que uno se sienta todo acalorado y atontado, ¿verdad?
Oremos para que la próxima generación sea un poquito más perspicaz.
Den electrochoques a los nenes
El “modo de vida estadounidense”, cada vez más sospechoso, últimamente está muy vigilado por soldados y policías en nombre de que se nos mantenga, a los autodefinidos indolentes acostumbrados al lujo, seguros contra un mundo exterior envidioso. Ése que según el consenso cultural es un mundo que ahora mismo se llena los calzoncillos de explosivos y compra pasajes de avión a Moline. La ignorancia cultural dicta que la mejor manera de impedir que los terroristas extranjeros vuelen al país es humillar a los ciudadanos estadounidenses que vuelan al exterior. ¡Vamos, cachéame, manoséame, radiografía mi pene y por amor de dios, no permitas que alguien lleve una botella grande de champú a bordo! En un Estado policial obediente que adora la autoridad, el insulto físico y la vigilancia son demostraciones de seguridad.
También es lucrativo, y no sólo para los fabricantes de escáneres. El alboroto por los escáneres corporales y el manoseo de entrepiernas provee a los medios de combustible excitante para los ratings, aumentando así los costes de la publicidad en la televisión, que se añaden al precio de los productos que compramos. Por lo tanto pagamos para que nos insulten, nos asusten a fondo y para que conformen en secreto nuestra conducta. Bajo el capitalismo al estilo estadounidense, esa cinta de Moebius de la ignorancia cultural se denomina una situación en la que todos ganan.
También nos distrae convenientemente del insulto humano que practicamos diariamente unos contra otros, como resultado de la desinformación cultural fabricada por el Estado –el miedo. Diez años de alertas naranjas y alarmismo tras el 11-S nos han llevado a sacar algunas conclusiones culturales paradójicas.
Desviémonos brevemente hacia una de esas paradojas. Por ejemplo, podemos usar electrochoques [taser] para lograr seguridad y tranquilidad. Sí, no es bonito, pero usar electrochoques contra la ciudadanía es indispensable. Y además, en estos días de alto desempleo, representa un sueldo para alguien –usualmente el tipo que estaba sentado feliz detrás de nosotros en la escuela primaria comiendo tiza.
Con policías con taser en sus manos en miles de escuelas, incluso en escuelas primarias (una manifestación cultural bastante extraña para comenzar), huelga decir que las muertes y heridas infligidas a los escolares conducen a que los abogados especialistas en daños personales griten ¡Eureka! y sueñen con nuevos veleros recreativos anclados en Martha's Vineyard. Son las recompensas del trabajo justiciero mediante ignorancia cultural.
En todo caso, la probabilidad de un suculento litigio se acepta como una compensación satisfactoria para cualquier grito o escrito en los corredores de nuestras escuelas. ¿Qué son 50.000 voltios y un poco de daño en los nervios en comparación con la posibilidad de un subidón en las tarjetas de crédito, mejorar el transporte de la familia y tal vez remodelar la cocina?
Pero tenemos que concentrarnos en el tema de la ignorancia cultural, sobre todo porque escribí el título primero y estoy determinado a mantener una cierta ilusión de un tema, o por lo menos atiborrar de chorradas al lector para que piense que lo hago.
Por lo tanto…
Se puede decir con seguridad que la ignorancia cultural consiste en no formular nunca preguntas racionales y sensatas. Pero también incluye las preguntas extrañas que sí lo son. Por ejemplo, una de las preguntas que se hacen sobre los electrochoques a los escolares es: ¿Cuál es el peso de un niño para poder aplicarle un electrochoque? (Los fabricantes del Taser dicen que 27 kilos.) De alguna manera, según el razonamiento prehistórico de este viejo, suena como la pregunta equivocada, por no hablar de que por su propia naturaleza nos aleja de la realidad cultural.
La verdad es que vivimos en una sociedad que aprueba que se semielectrocute a sus propios niños sobre la base de que no es letal, y por lo tanto no es una verdadera electrocución. Proviene de la misma tendencia de crueldad cultural que piensa que la semiasfixia por waterboarding no es tortura, porque pocas veces es fatal.
No es que sea poco compasivo hacia comunidades estadounidenses que están dispuestas a pagar con dineros públicos las tasers para las escuelas. Han demostrado ampliamente su compromiso afectivo hacia sus niños llevando el creacionismo y la pizza para el desayuno a las escuelas. Pero sigue existiendo la pregunta: “¿A qué tipo de sociedad se le ocurre aplicar electrochoques a sus propios niños?”
Los mafiosos de la información
La tarea del conjunto de nuestras instituciones es administrar la información cultural de manera que se nieguen los aspectos dañinos de las mafias que protegen mediante la legislación y que impulsan mediante la investigación institucional. Por eso la investigación muestra que las microondas de los teléfonos celulares causan pérdida de la memoria a largo plazo en las ratas, pero no dañan a la gente. Evidentemente, somos de un material mamífero diferente, más a prueba de balas.
Nuestro sistema híper-capitalista, mediante el control de nuestra investigación, de las instituciones mediáticas y políticas, expande y disemina sólo la información que genera dinero y transacciones. Evita, deja de lado o sesga la información que no lo hace. Y si nada de esto funciona, la información se exilia a algún rincón del ciberespacio como Daily Kos, donde no puede cambiar el statu quo, pero puede pregonarse como prueba de nuestra libertad de expresión nacional. Y para eso sirven los huevos podridos de los liberales de Internet.
El ciberespacio se siente por naturaleza muy grande por dentro, y sus grupos afines, que se ven a sí mismos en una auto-referencia conjunta y mutua, imaginan que su papel es mayor y más efectivo de lo que es en realidad. Es casi imposible comprenderlo desde dentro de la jaula de las ratas llamada EE.UU., altamente dirigida, tecnológicamente administrada, mercadeada y publicitada. Especialmente cuando los medios de propiedad corporativa nos dicen que es así.
Tomemos las recientes “revelaciones” de WikiLeaks, que conmocionaron al mundo sobre la mezquina miseria y estupidez de Washington, y difícilmente pueden considerarse revelaciones, sólo detalles más amplios de lo que todos ya sabíamos. Vamos a ver, ¿es una revelación que Karzai y todo su gobierno sean un nido de fraudulentos ladrones traicioneros? ¿O que EE.UU. sea hipócrita? ¿O que Angela Merkel sea intelectualmente árida? La principal revelación en el affaire WikiLeaks fue la reacción del gobierno de EE.UU. –de alinear firmemente la política de la libertad de expresión con la de China. Millones de nosotros en los guetos cibernéticos lo veíamos venir, pero nuestros gritos de alarma los lanzamos dentro de la campana hueca del ciberespacio.
Hay que considerar que esto lo escribo fuera de las fronteras y del entorno mediático de EE.UU., donde la gente contempla el desarrollo de la historia de WikiLeaks con más diversión que cualquier otra cosa.
El affaire WikiLeaks seguramente es un seísmo para aquellos cuyos traseros aprovechan las intrigas de la elite diplomático. Pero en el cuadro general no cambiará la manera en los grandes lagartos de la política global, el dinero y la guerra, han hecho negocios desde la época feudal –es decir con un desdén arrogante por todos los demás. El suyo es un sistema antiguo de dominación humana que sólo cambia nombres y metodologías con el paso de los siglos. Dentro de dos años, poco habrá cambiado la vieja historia de los pocos poderosos sobre los numerosos impotentes. En este drama dominante, Obama, Hillary y Julian Assange son protagonistas pasajeros. Ver con tan apasionado interés el sudor, las fétidas maquinaciones de nuestros jefes supremos sólo impide que veamos el cuadro general –que ellos son los protagonistas y nosotros los peones.
A pesar de todo, yo por mi parte estoy a favor de dar a Assange la Médaille militaire, el premio Nobel, 15 vírgenes en el paraíso y mil millones en efectivo como recompensa por su valentía al hacer a la perfección la única cosa significativa que se puede hacer en esta situación –joder momentáneamente el control de la información del gobierno. Pero no es “estimular potencialmente una nueva era de transparencia del gobierno de EE.UU.” (BBC)
Lo que nos hace volver al tema de la ignorancia cultural. Por 10 puntos, ¿por qué se vio obligado a hacer, para comenzar, Julian Assange lo que supuestamente debería haber hecho la prensa mundial?
Boletín: PayPal ha cedido a la presión gubernamental y cerró la cuenta de WikiLeaks para donaciones. Sin embargo, dejan que PayPal mantenga sus clientes de pornografía y prostitución.
El engaño de la transparencia
Es una forma de ignorancia cultural creer que en algún momento hemos tenido el control y que nuestro gobierno ha sido de algún modo más transparente en el pasado. Es comprensible que las sociedades que caen en la obsolescencia se nieguen a mirar hacia adelante y que se adhieran a sus mitologías del pasado. En consecuencia, tanto liberales como conservadores en EE.UU. viven de mitos de acción política que murieron en Vietnam. Los resultados son ridículos. El intento de los seguidores de Tea Party de emular los mítines de protesta de los años sesenta realizando manifestaciones patrocinadas por los beneficiarios más ricos del statu quo. Me imagino que para el participante promedio de Tea Party, el objetivo es “iniciar una nueva Revolución Estadounidense”, lanzando alimentos, gritando, amenazando y votando a cretinos. Los expertos en los medios proclaman que Tea Party es un “movimiento populista histórico”.
Ni populista, ni auténtico, es posible que el Tea Party resulte ser histórico, no obstante, parar joder aún más las cosas. Resultado integral de un espectáculo prefabricado (y por lo tanto carente de filosofía política cohesiva o de lógica interior), el Tea Party da bandazos por el paisaje político gritando a las cámaras y reuniendo a las víctimas de la ignorancia cultural en una especie de cruzada medieval de idiotas. Pero para el público estadounidense, ver al Tea Party en la televisión es prueba suficiente de su relevancia e importancia. Después de todo, las cosas no salen en la televisión a menos que sean importantes.
Los progresistas también tienen ganas de tener una revolución, en la que participan a través de peticiones en Internet y eventos mediáticos como el Rally libre de riesgo de Jon Stewart para Restaurar la Cordura, donde nadie arriesgó nada fuera de perderse un episodio de Tremaine. Verse en televisión fue prueba suficiente de la bondad del combate. A pesar de todo, el rally de Stewart fue histórico desde el punto de vista cultural; nunca veremos un mayor despliegue público de ironía posmoderna que se congratula a sí mismo.
Desde el punto de vista histórico, la ignorancia cultural es más que la ausencia de conocimiento. También es el resultado de una lucha cultural y política a largo plazo. Desde la revolución industrial, la lucha ha sido entre el capital y los trabajadores. El capital venció en EE.UU. y propagó sus tácticas exitosas por todo el mundo. Ahora vemos cómo el capitalismo global arruina al mundo e intenta superar esa destrucción aferrándose a sus ganancias. Un mundo obsequioso se arrodilla frente a él, orando para que los puestos de trabajos destruidos en el planeta caigan en su dirección. ¿Reducirá el capitalismo global irrestricto, con todo el poder y el impulso de su parte y motivado solamente por la cosecha mecánica de beneficios, a las masas anónimas en su camino hacia la esclavitud? ¿Hay quien cague en lo que se come?
Mientras tanto, aquí estamos, pasajeros estadounidenses en el microbús, acelerando hacia el Gran Cañón. Con el típico optimismo estadounidense a punta de pistola, nos convencimos de que vamos en un avión. Unos pocos chicos más inteligentes en la parte trasera murmuran sobre secuestro y de cómo dar media vuelta al bus. Pero el policía con su escopeta sólo acaricia su taser y sonríe. No es que uno mismo tenga el valor de enfrentar al Estado de vigilancia de seguridad. Claro que no. Salté por la ventana cuando el bus pasó por México.
Lo que EE.UU. necesita son pelotas
El jefe del Partido Republicano, Mitch O’Connell, dice que lo que EE.UU. necesita es que los republicanos dejen de darle la paliza a Obama, y que refuercen a los ya ricos eliminando sus impuestos y desplazando la carga sobre nosotros. Obama dice que EE.UU. tiene que encontrar la cooperación bipartidista con el partido de la inclemencia. Elton John dice que EE.UU. necesita más compasión (Gracias, no nos habíamos dado cuenta).
Lo que EE.UU. necesita realmente es una insurrección general de la gente, basada preferentemente en la fuerza y el temor a la fuerza, lo único que comprenden los oligarcas. E incluso en ese caso las probabilidades no son buenas. Los oligarcas tienen todo el poder, la policía, las cárceles y prisiones, la vigilancia y el poder de fuego. Por no hablar de una población dócil.
A falta de una insurrección abierta, una negativa a escala nacional a pagar los impuestos de la renta ciertamente causaría efecto. Pero EE.UU., en su sentido más amplio, está feliz en el sentido de que conoce la felicidad como un régimen inamovible de trabajo, estrés y consumo de mercancías. A pesar de lo que muestran las noticias, la mayoría de los estadounidenses siguen al margen de las ejecuciones hipotecarias, la bancarrota y el desempleo. De modo que arriesgar la pérdida de su ciclo de trabajo-compra-sueño en una insurrección les parece una locura total. Como a las vacas, los mantienen tranquilos en el puro sentido animal de ordeñarlos para obtener ganancias. El confort animal mata todo pensamiento de revolución. Diablos, la mitad de la humanidad se sentiría encantada con el promedio actual de ingresos de los estadounidenses.
Y además, la historia revolucionaria no existe para los estadounidenses. Las exitosas revoluciones del Siglo XX en Rusia, Alemania México, China, y Cuba se han fijado en nuestras mentes como terribles fracasos de la historia, porque todas menos una fueron marxistas. (La única revolución no marxista del Siglo XX, fue la Revolución Cubana de Fidel Castro).
De modo que si hablamos de cambio mediante la revolución, estamos hablando necesariamente de falta de condiciones porque lo que tememos ya tiene una vida en lo profundo de nuestra propia consciencia. El desacondicionamiento de la ignorancia cultural está enl centro de cualquier política insurreccional.
El desacondicionamiento también implica riesgo y sufrimiento. Pero es transformador, libera el ser de la impotencia y del miedo. Da rienda suelta a la quinta libertad, la libertad a una conciencia autónoma. Eso convierte el desacondicionamiento en algo como un acto tan individual y personal como sea posible. Tal vez el único auténtico acto individual.
Una vez libre de trabas por la ignorancia cultural auto-inducida y prefabricada, queda claro que la política en todo el mundo tiene que ver enteramente con dinero, poder y mitología nacional, con o sin algún grado de derechos humanos. EE.UU. tiene todavía todo lo mencionado en uno u otro grado. Sin embargo, para todos los efectos prácticos, como hacer progresar la libertad y el bienestar de su propio pueblo, la república estadounidense ha colapsado.
Desde luego, los que ya son ricos pueden seguir ganando dinero. También el millón o algo así de personas que son dueñas del país, y el gobierno utiliza su control para convencernos de que no hay un colapso, sólo problemas económicos y políticos que deben resolverse. Naturalmente, está dispuesto a hacerlo por nuestra cuenta. En consecuencia, se discute la economía en términos políticos, porque el gobierno es el único organismo con el poder para legislar, y por ello transforma en ley la voluntad de la clase propietaria.
Pero la política y el dinero nunca podrán llenar lo que es esencialmente un vacío público moral, filosófico y espiritual. (Esto último fue instantáneamente reconocido por cristianos fundamentalistas, por desfigurados por la ignorancia cultural que puedan estar) No hay muchos estadounidenses de a pie que hablen de este vacío. El lenguaje espiritual y filosófico necesario ha sido purgado exitosamente por la neolengua, la cultura popular, un proceso de uniformización humana disfrazado de sistema nacional de educación, y la inclemencia de la competencia diaria, que no deja tiempo para pensar en alguna cosa.
Y a pesar de todo el vacío, la falta de sentido del trabajo ordinario y la vacuidad de la vida diaria asustan extremadamente a los ciudadanos que piensan en las numerosas atrocidades incalificables, cámaras espía, pronunciamientos del Estado de seguridad, desaparición económica de ciudadanos y una intranquilidad general oculta. La maquinaria anónima del capitalismo ha colonizado nuestras propias almas. Si lo político no fue personal desde el comienzo, lo es ahora.
Algunos estadounidenses creen que podemos triunfar colectivamente sobre el monolito al que tememos y adoramos actualmente. Otros creen que lo mejor que podemos hacer es encontrar la fortaleza personal para aguantar y seguir adelante por las solitarias llanuras interiores del ser.
Hacer una de las dos cosas requerirá una liberación moral, intelectual y espiritual interior. Todo depende del sitio elegido para librar la batalla. O incluso de si se decide librarla. Pero una cosa es segura. La única manera de salir está en el interior.
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Joe Bageant es autor del libro: Deer Hunting With Jesus: Dispatches from America's Class War. (Random House Crown), sobre la clase trabajadora de EE.UU. También colabora en Red State Rebels: Tales of Grassroots Resistance from the Heartland (AK Press). Un archivo completo de su trabajo en línea, junto con los pensamientos de numerosos trabajadores estadounidenses sobre el tema de las clases puede ser encontrado en ColdType y en el sitio en la red de Joe Bageant: joebageant.com