martes, 26 de agosto de 2014

CONTRADICCIONES

Publicado en QUEBRANTANDO EL SILENCIO

No acabo de adaptarme a esta vida tan bipolar que llevo, siempre en una lucha constante entre lo que me dictan la conciencia y el medio en el que vivo.

Es sorprendente la cantidad de contradicciones con las que uno se puede encontrar en su vida diaria y, el cómo afrontarlas y asumirlas forma parte de la estrategia vital de cada uno y así conseguir mantenerse cuerdo en un mundo tan extraño y ajeno para cualquiera que sea capaz de situar en el primer plano de sus principios la libertad y el respeto a cualquier forma de vida.

En no pocas ocasiones hablamos de un sistema explotador que arrasa con la naturaleza y con la vida sin ningún reparo; de una maquinaria primaria de la muerte que actúa por todo el mundo aniquilando vidas humanas con una creciente efectividad; de una maquinaria secundaria (grandes transnacionales, grandes bancos y toda la jauría de inversores) que actúa con extremada eficacia en el exterminio humano. En pos del máximo beneficio económico dictaminan en qué partes del planeta la gente debe morir de hambre, determinan qué enfermedades y de qué manera van a incidir sobre los seres vivos del planeta, decretan qué tierras deben ser arrasadas y sobreexplotadas en pos del bien de la humanidad cuyas nefastas consecuencias pagamos y seguiremos pagando con creces durante toda la vida.

De todo esto y mucho más hablamos y discutimos, nos posicionamos claramente en contra y en muchas ocasiones participamos en acciones y proyectos de protesta y de alternativa a todo ello (al menos esa es la idea con la que lo hacemos). Sin embargo, no podemos obviar dónde vivimos y cuáles son los códigos imperantes en esta sociedad, las relaciones interpersonales que mantenemos de forma más o menos deseada (amistades, familia, vecindario, entorno laboral y/o educativo…) y nuestra relación con el poder imperante. Es en este vasto ámbito donde surgen esas contradicciones diarias entre nuestra manera de hacer y vivir y nuestra forma de pensar y sentir. La distancia entre ambas define un interrogante cuya respuesta nos encamina hacia dos vías que transcurren entrecruzándose a lo largo de los tiempos. Obviamente, las vías tienen diferentes grados porque son muchas las variables que les afectan.

Por un lado, tenemos a las personas conscientes que sufren con dichas contradicciones y tratan de acortar la distancia entre su vida real y su vida ideal con todo el desgaste que eso supone. La capacidad de ir superando o, por lo menos, encajando estas contradicciones en nuestra forma de vida va directamente ligada a la profundidad de los valores e ideales de cada uno. Esta vía exige un esfuerzo constante y estar dispuestos a aceptar en muchas ocasiones la incomprensión del entorno inmediato. Por supuesto, supone estar dispuesto a enfrentarse a la violencia del sistema a todos los niveles (económico, social, policial, judicial…) pero sin duda, lo más difícil es enfrentarse a uno mismo; mantener esa coherencia íntima que permite mantener la cordura para seguir avanzando y no dejarse ir ni sucumbir a los cantos de sirena de una sociedad consumista que ofrece oportunidades de evasión mental sin fin.

Por otro lado, nos encontramos con esas personas que no consideran que existe ninguna contradicción a pesar de la enorme distancia que hay entre aquello que predican y lo que hacen en su vida. Mejor dicho, o no existen o las consideran absolutamente insalvables y por el momento no hay nada que puedan hacer con ellas. Ésta es una posición de todo o nada (concretamente revolución o nada) y como tal, concentra sus esfuerzos en esa hipotética revolución que no acaba de llegar, mientras tanto se trata de pasar la vida lo mejor posible entre discursos y soflamas.

Cualquiera de las dos vías es respetable, personalmente me identifico con la primera vía aunque reconozco que me cuesta muchísimo superar ciertas contradicciones y muchas veces veo un poco lejano el horizonte de cordura que me gustaría alcanzar. Sinceramente, ya no creo en el discurso de revolución o nada y cada vez creo menos en las personas que lo defienden pero soy consciente que cada uno tiene su forma de afrontar la existencia y sus propias contradicciones.


Siempre he sido partidario de tratar de ser lo más coherente posible con mis ideas, eso es lo que puedo aportar a los demás y a mi mismo.

lunes, 4 de agosto de 2014

Paren el mundo, me quiero bajar

Ni la infinita sabiduría de Mafalda podría arreglar tanta irracionalidad junta


Así lo dijo Mafalda, en su madura precocidad. Agobiada por los conflictos y las guerras, compartía su angustia con millones de seguidores. Y así se sienten algunos hoy, abrumados por este mundo en el rollercoaster, como dirían los gringos, y además intentando darle sentido. Misión imposible, por cierto, escribir sobre un mundo que en las últimas semanas hasta parecer haberse salido de su eje. Párenlo, aquí hay alguien que se quiere bajar, como Mafalda.

Aquel mundo del que se quejaba Mafalda estaba marcado por la rivalidad ideológica. Eran los años de la Guerra Fría. Cada conflicto había que traducirlo en términos de esa conflagración latente. África, el Medio Oriente, América Latina y, por supuesto, Europa, todo era reducible a la disputa entre dos órdenes mutuamente excluyentes. La Guerra Fría operó así como un instrumento cognitivo, equipado además con un mapa, fundamental para interpretar y narrar la realidad.

Pero no fue solo un tranquilizante analítico para el observador. También fue un conjunto de mecanismos de poder—arreglos e instituciones internacionales—que sirvieron para acotar, limitar y racionalizar esos mismos conflictos. Había guerras, pero eran hasta cierto punto guerras controladas, cuyo límite superior estaba situado allí donde creciera el riesgo de las armas atómicas. Donde y cuando el escalamiento se acercara peligrosamente al botón nuclear, la disuasión se hacía presente.

A riesgo de la melancolía—siempre desaconsejable—y confesando mi muy reciente conversión al neorrealismo—es que no hay nada como corroborar hoy el valor predictivo del pronóstico de ayer—ante el desorden, la confusión y la violencia desmedida de hoy, aquel mundo más organizado se extraña. Pero no es solo por eso, que ya sería bastante. También se añora por culpa del ultra-maniqueísmo en boga, donde todos toman partido, aun sin saber de qué se trata, y se van alineando a favor o en contra. Son actos de fe, más que actos de comprensión intelectual. Y eso contribuye por cierto a que el mundo de hoy no solo deprima, sino que también haga enloquecer con su irracionalidad.

Allí está el ejemplo de Gaza, donde un extremismo se justifica por la existencia del otro, revelando la mutua necesidad de una guerra permanente que no tiene ni tendrá un vencedor posible. En la brutalidad de ambos al atacar indiscriminadamente a la población civil—si bien en proporciones diferentes—parecería que el objetivo no es debilitarse mutuamente sino lo contrario. La capilaridad de Hamas se profundiza en una población muy joven, sin futuro y masacrada, el cliente natural del radicalismo. Netanyahu logra a su vez cumplir su propia profecía, según la cual solo el control territorial y los asentamientos pueden contener a Hamas. Y mientras tanto, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, también secuestrado por los maniqueos de un lado y del otro, es incapaz hasta de condenar con la debida firmeza el ataque israelí a una escuela creada y administrada…por las Naciones Unidas.

Está Siria, que ya ni siquiera es noticia en los periódicos, un genocidio indetenible. Y está Irak y su fragmentación, donde el califato islámico de Mosul no solo está determinado a modificar las fronteras del estado creado en las postrimerías de la Primera Guerra, sino también a borrar cualquier vestigio de toda identidad, cultura y religión que no se ajuste a su particular lectura del Corán. Y nadie presta demasiada atención a Libia tampoco, donde una guerra civil en curso ya ha disuelto el gobierno de Trípoli sin que ninguna fuerza política mínimamente organizada parezca estar en condiciones de reemplazarlo.

En Europa, por su parte, “fragmentación” también es el título de su historia. Putin alienta en Ucrania los mismos objetivos, y con los mismos métodos terroristas, que padece en Chechenia y Daguestán, con la salvedad que los separatistas pro-rusos tienen un verdadero ejército dándoles inteligencia, logística y misiles para derribar todo lo que pase por arriba de sus cabezas. Sin embargo, Crimea y Donetsk no son más que una versión violenta y autoritaria de lo que se ve en otras partes de Europa; una Europa xenófoba como antaño. La diferencia de método no es trivial, pero no obstante si en los plebiscitos escoces y catalán triunfara el independentismo, nadie podría asegurar que la oleada secesionista terminaría allí. En tal caso, la pregunta obligada—y el enorme temor implícito—será la mismísima definición e inestabilidad de las fronteras, precisamente a sabiendas de que no hay institución política más importante que el mapa.

La política exterior de Obama, a su vez, no parece ser capaz de disuadir a Putin en Ucrania, ni tampoco de lograr que Holanda, aliado en OTAN, extradite un conocido represor y narco venezolano arrestado en Aruba, es decir, en su propia geografía de influencia. Uno pensaba que la DEA lograba esas extradiciones con facilidad, dada la centralidad de la lucha contra el narcotráfico en la agenda de la seguridad nacional, pero no en esta ocasión. Irónicamente, la orfandad que sienten los venezolanos ante este episodio parece coincidir con la política inmigratoria de EEUU, la cual está resuelta a deportar a miles de niños centroamericanos a sus países, donde no tienen estructuras familiares ni estatales que puedan hacerse cargo de ellos. Uno no termina de comprender cual exactamente es la amenaza que esos menores representan para la seguridad nacional estadounidense.

Así este viaje concluye en una Argentina en default, aunque para su gobierno, experto en construir la realidad a discreción, tal cosa no ha sucedido; casi el script de Wall Street III. En su propio mundo como es costumbre, Fernández de Kirchner comparó a Gaza con “los misiles del default”, en otra muestra de su enorme capacidad para banalizar la tragedia humana. Claro que en ese discurso no dijo nada del incremento del 22 por ciento del gasto público que acababa de decretar ese mismo día, perdiendo una buena ocasión para hablar de los misiles de la inflación, la caída de la inversión y el desempleo que esa decisión disparará.

Muchos en la oposición, mientras tanto, evitaron criticarla demasiado, dadas las encuestas favorables que logró por el manejo de esta crisis. Una cierta cuota de oportunismo es siempre necesaria en la política, pero tal vez olvidaron que Galtieri también fue muy popular al invadir las Islas Malvinas, popularidad que no le duró más de cuatro semanas.

Insisto: paren el mundo, me quiero bajar. Ni la infinita sabiduría de Mafalda podría arreglar tanta irracionalidad junta.

Twitter @hectorschamis