lunes, 28 de abril de 2014

El enloquecimiento de los Estados Unidos

Por LIAH GREENFELD.  Publicado en Project Syndicate 

BOSTON – La relativa  decadencia de los Estados Unidos ha sido un tema de discusión frecuente en los últimos años. Los proponentes del enfoque postestadounidense culpan de ello a la crisis financiera de 2008, la prolongada recesión que le siguió y el ascenso constante de China. La mayoría son expertos en relaciones internacionales que ven la geopolítica a través del cristal de la competitividad económica y conciben el mundo como un sube y baja en el que el ascenso de un actor supone necesariamente la caída de otro.
No obstante, concentrarse en los indicadores económicos ha impedido considerar las implicaciones geopolíticas de una tendencia estadounidense que también se discute frecuentemente, pero por un grupo distinto de expertos: las tasas crecientes de enfermedades mentales graves en el país (que ya han sido elevadas desde hace mucho tiempo).
Se ha dicho con tanta frecuencia que las enfermedades mentales graves han llegado a niveles "epidémicos" que, al igual que cualquier otro lugar común, la afirmación ha perdido su impacto. Sin embargo, las repercusiones de los trastornos incapacitantes diagnosticados como enfermedades maniaco depresivas (incluyendo la depresión unipolar) y esquizofrenia son muy serias para la política internacional.
Ha resultado imposible distinguir, biológica o sintomáticamente, las distintas variedades de estos trastornos, que constituyen por lo tanto un espectro continuo – probablemente más de complejidad que de severidad. En efecto, la más común de estas enfermedades, la depresión unipolar, es la menos compleja en términos de sus síntomas, pero también la más mortal: el 20% de los pacientes con depresión se suicidan.
Tanto las enfermedades maniaco depresivas como la esquizofrenia son trastornos psicóticos que se caracterizan por la pérdida de control del paciente de sus acciones y pensamientos, un estado recurrente en el que no se le puede considerar como un actor con libre albedrío. Los pensamientos suicidas obsesivos y la falta de motivación paralizante también permiten clasificar a los pacientes con depresión como psicóticos.
Estos trastornos frecuentemente vienen acompañados de complicados delirios –imágenes de la realidad en la que se confunden la información generada por la mente con la que viene del exterior. A menudo se pierde la distinción entre los símbolos y sus referentes y los pacientes comienzan a ver a las personas únicamente como representaciones de una fuerza imaginada. Por decir lo menos, no se puede confiar en el juicio de esas personas.
Un enorme estudio estadístico, llevado a cabo entre 2001 y 2003 por el Instituto Nacional de Salud Mental de los Estados Unidos (NIMH, por sus siglas en inglés), calcula la prevalencia a lo largo de la vida de depresión grave en los adultos estadounidenses (de los 18 a los 54 años) en más del 16%. En el caso de la esquizofrenia, se calculó que era del 1.7%. No hay una cura  conocida para estas enfermedades crónicas; una vez que aparecen (a menudo antes de los 18 años), lo más probable es que duren hasta la muerte del paciente.
Estudios realizados entre estudiantes universitarios en Estados Unidos muestran que alrededor del 20% cumplían los criterios para diagnósticos de depresión y ansiedad  en 2010, y que en 2012, la proporción era de casi el 25%. Otros estudios han  constatado sistemáticamente tasas crecientes de frecuencia en cada nueva generación, y se dice que, si las viejas estadísticas eran erróneas, se debía a que subestimaban la extensión de las enfermedades mentales.
Todo esto indica que hasta el 20% de los adultos estadounidenses pueden tener enfermedades mentales graves. En vista de las disputas sobre la importancia de los datos disponibles, supongamos que únicamente el 10% de los adultos estadounidenses tienen enfermedades mentales graves. Puesto que se considera que estos trastornos se distribuyen de manera uniforme entre la población, deben afectar a una importante proporción de los encargados del diseño de políticas, altos ejecutivos, educadores y militares de todos los rangos, que serían psicóticos, sufrirían de delirios y carecerían de buen juicio.
Si se considera sensacionalista decir que la situación es aterradora, podemos añadir que una proporción mucho más alta de la población (cercana al 50% según el estudio del NIMH) sufre de formas menos graves de enfermedades mentales que solo afectan su funcionalidad ocasionalmente.
Los expertos en epidemiología comparativa han notado algo extraordinario sobre estas enfermedades: solo en los países Occidentales (o más exactamente en las sociedades con tradiciones monoteístas), sobre todo en los países prósperos, existen tasas de prevalencia de esta magnitud. Los países del sureste asiático parecen ser especialmente inmunes a la plaga de las enfermedades mentales graves; en otras regiones, la pobreza o la falta de desarrollo parecen ofrecer una barrera protectora.
Como sostengo en mi reciente libro Mind, Modernity, Madness(Mente, modernidad, locura), el motivo de las altas concentraciones de enfermedades mentales graves en el Occidente desarrollado yace en la naturaleza misma de las sociedades occidentales. El "virus" de la depresión y la esquizofrenia, incluidas sus variedades menos serias, es de origen cultural: la cantidad de opciones que estas sociedades ofrecen en términos de autodefinición e identidad personal hace que muchos de sus miembros queden desorientados y a la deriva.
Los Estados Unidos ofrecen la gama más amplia para la autodefinición personal; también son líderes mundiales en materia de enfermedades que afectan el juicio. A menos que se tome en serio y se atienda de manera eficaz la creciente prevalencia de psicopatologías graves, es probable que se convierta en el único indicador de liderazgo estadounidense. El ascenso de China no tiene nada que ver con esto.

Traducción de Kena Nequiz

viernes, 11 de abril de 2014

A PESAR DE TODO

Por Melvin Mañón

Con frecuencia uno se maravilla de que un vehículo irremediablemente destartalado y decrépito circule por las calles. Nadie puede precisar el color de los tantos parches y abolladuras en lo que una vez fue su carrocería. La marca es irreconocible, como el año de fabricación y el motor, entre gemidos, gritos y explosiones extemporáneas todavía funciona, al menos, lo suficiente, como para mover el vehículo no sin que mas de uno exclame a su paso: es increíble que, a pesar de todo lo que le falta o tiene dañado, todavía funcione.

Hay casas, casuchas en las aceras, edificios en cualquier parte que a veces a fuerza de desvencijados, tras haber soltado ventanas, caído el techo, roto las paredes e invadidos por la maleza, siendo escombros, no acaban de venirse abajo y la gente los mira, y uno que otro, humano o alimaña todavía encuentra cobijo en ellos.  A nadie se le ocurre pensar que puedan perdurar, pero casi todos de una manera u otra nos asombramos de que permanezcan de pie.

En otras ocasiones, observamos seres humanos que deambulan su miseria y su desesperanza por entre aceras, vecindarios, patios y parques. Prematuramente envejecidos, doblados por las penas de sus propias faltas y de las penurias que les imponen los demás, viviendo cada día como si fuera el último; en andrajos, malolientes, enfermos del cuerpo y casi siempre del alma, abandonaron hace tiempo el mundo de los vivos si por vivos entendemos y nos referimos a nosotros mismos. Ellos saben y nosotros también, que no tienen futuro, que no hay mañana, pero todavía caminan, comen, sudan, sangran.

Hay familias, amigos, negocios, empresas, entidades en las que, desde dentro y también desde fuera, se advierte el sinsentido que los corroe, los vicios que los doblegan, las debilidades que les impiden ponerse de pie, la ruina vaticinable. No vienen de ninguna parte y a ninguna parte van pero también en ellos maravilla que, a pesar de todo, están ahí y que, por mayor que sea nuestro asombro siguen siendo parte de una realidad que no por carecer de futuro deja de existir.

Todo esto lo hemos visto y vivido a nuestro alrededor. Sabemos que no durarán aunque no podamos fijar una fecha de expiración y esas ruinas, esos malestares y esas sinrazones que vemos por doquier, son exactamente iguales y les espera el mismo destino que a la sociedad, el mundo y la civilización en que vivimos. Preferimos no ver este otro mundo que se desmorona.

La sociedad de nuestro tiempo está enferma. Irremediablemente dañada, torcida, débil, imbecilizada, justo cuando ha venido a creerse mas astuta y sabia que nunca. No hay soluciones a los problemas porque las llamadas propuestas, como los medicamentos, curan algo pero es a condición de dañar otra cosa y, eso es cuando curan, que con frecuencia disimulan los males en lugar de curarlos. Entre payasos, perversos e incompetentes, empresas y gobiernos, provincias y países se asemejan cada día más a los paisajes y las escenas descritos.

Nuestro mundo está decrépito. Irremediablemente. No tiene soluciones, no es capaz de pensarlas. No hay nada que esperar salvo la muerte súbita o lenta, pero muerte de cualquier manera pero de nuestra propia muerte brotarán otras y nuevas formas de vida. El árbol que se nutre de nuestros excrementos o de nuestros escombros es, tanto como el gusano que devora nuestra carne, forma de vida nacida de la muerte.

Hay sociedades que no merecen salvarse ni ser salvadas pero no deja de ser fascinante la contemplación del espectáculo, la constatación cotidiana de que, muerte, escombros, degradación, anquilosamiento y decrepitud, esta sociedad, a pesar de todo, todavía está. Precaria y sin futuro, pero aun existe, a pesar de todo. Es un fenómeno y un espectáculo. La vida y la muerte. Y lo mas asombroso de todo somos los que creemos y queremos enderezar entuertos. A pesar de todo.

Hay que luchar.  Aceptar este mundo de mierda como destino final es equivalente al suicidio. Como afirmó una vez Joan Manuel Serrat –creo que en Chile- “No puedo vivir en un mundo sin utopías”. Además, añado, no quiero.

jueves, 3 de abril de 2014

Corporaciones, consumismo y extinción

Alvin Reyes

Puede que el título de este artículo suene exagerado, puede que algunos de ustedes piensen que es una extralimitación de mi parte usar la palabra extinción. Pero veamos antes de juzgar.

El reporte del Panel Intergubernamental de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) habla de que nos enfrentamos a “guerra. hambre y pestilencia” debido a los cambios causados en el clima por la actividad del  hombre.

"A lo largo del siglo 21, se prevé que los  impactos del cambio climático frenaran el crecimiento económico, harán que la pobreza sea más difícil, disminuirán aún más la seguridad alimentaria” dice el reporte.

En un estilo inusualmente pesimista el informe advierte “El cambio climático puede aumentar indirectamente el riesgo de conflictos violentos, como guerras civiles, mediante la amplificación de los "impulsores", como la pobreza y las crisis económicas. El cambio climático también aumentará el riesgo de desplazamiento imprevisto de las personas y un cambio en los patrones de migración.” 

El asunto es más complejo de lo que se piensa y no radica en identificar el problema, hace ya muchos años que se está hablando de la catástrofe que se nos viene encima y no importa la batería de científicos que se oponen a este planteamiento y que dudan de los efectos de los gases de efecto invernadero sobre el planeta, pero los cambios están a la vista de todos. El problema está en que no hemos hecho nada desde entonces para frenar, ya ni siquiera hablo de revertir, el deterioro en los patrones climáticos del planeta. Y no hemos hecho nada, ni vamos a hacer nada porque la causa de este deterioro planetario reside en nuestro estilo de vida.

Nuestro estilo de vida consumista, nuestra cultura del desperdicio, nuestros productos diseñados con obsolescencia programada están convirtiendo el mundo en un basurero y en un cementerio.

Como dice Chris Hedges: “Podemos cortar de raíz el consumo de combustibles fósiles. Podemos consumir menos agua. Podemos instalar bombillas de bajo consumo…. Pero a menos que desmantelemos el estado Corporativo todas estas acciones serán tan inútiles como las danzas de los nativos americanos para protegerse de las balas del hombre blanco.” (A Reality Check From the Brink of Extinction. Publicado en http://www.commondreams.org/view/2009/10/19)

Hemos desarrollado un sistema de consumo insaciable donde a cada necesidad satisfecha se le suceden docenas de necesidades creadas por las corporaciones para asegurar el consumo de la gente ad eternum. Ya no existen seres humanos, existen consumidores. “ ..la sociedad postmoderna considera a sus miembros primordialmente en calidad de consumidores….”. (Bauman Zygmunt, Modernidad Liquida, Fondo de cultura económica, 2004). Y, lógicamente para mantener este ritmo desenfrenado de consumo tenemos que echar mano de lo que tenemos más cerca: los recursos naturales del planeta.

En la fabulosa película The age of stupid (2009, Franny Armstrong) podemos ver a dos niños que huyen de la guerra de Iraq y se refugian en Jordania, los pequeños viven de recoger zapatos usados que se envían desde occidente y los revenden en las calles de la Jordania y ellos se preguntan: “no entiendo a los occidentales, como pueden echar a la basura cosas que todavía sirven.”

Uno de los ejemplos más claros de la moda y el consumismo son los autos y los celulares, los autos cambian de modelo cada anualmente y los celulares más rápido todavía, los consumidores corren detrás de cada nueva versión como manada provocando una espiral de fabricación y consumo que está llevando el planeta al colapso. Lo peor de todo es que les echamos la culpa a campesinos que tumban árboles para sembrar conucos.

“El daño al medio ambiente causado por los hogares humanos es minúsculo al lado de los daños causados por las empresas. Los municipios y las personas utilizan el 10 por ciento del agua de la nación, mientras que el otro 90 por ciento es consumido por la agricultura y la industria. El consumo individual de energía representa aproximadamente una cuarta parte del consumo total de energía, y el otro 75 por ciento es consumido por las empresas. Los residuos urbanos representan sólo el 3 por ciento de la producción total de residuos en los Estados Unidos. Podemos y debemos vivir con más sencillez, pero no será suficiente si no transformamos radicalmente la estructura económica del mundo industrial”. (Chris Hedges, Ibid.)

El colapso del clima ya lo tenemos encima, lo vemos a diario en la furia desatada de los elementos y las locas temperaturas o extremadamente altas o extremadamente bajas. La periodista Elizabeth Kolbert escribió un libro titulado “La catástrofe que viene”. Yo creo que la catástrofe ya está aquí, el tiempo se nos agota y no vamos a hacer nada para frenarla. Cuestión de economía global.