jueves, 30 de mayo de 2019

Entretenimiento y ocio: una paradoja

Por José Mármol

Publicado originalmente en El Día. Reproducido sin permiso


Desde la más remota antigüedad, el entretenimiento y el ocio se concibieron como actividades idénticas, complementarias en el tiempo, los individuos y la cultura.
Entretenerse era una forma de llenar el tiempo de ocio, ya fuese en sociedades recolectoras nómadas, en la cultura helénica, el medioevo, la premodernidad y la modernidad; es decir, el ocio, destinado a sentirse libre y entretenerse, era el tiempo que quedaba al margen de la actividad productiva, del oficio, de la dinámica del ‘homo laborans’.
Sin embargo, el proceso de individualización y la constante modernización de la sociedad y la cultura han cambiado ese paradigma.
Su relación, sobre todo, a partir de los avances tecnológicos y la instauración del medio digital, ha devenido paradójica o contradictoria.
El tiempo para el juego ha desembocado en cuestión ontológica, problemática de la existencia contemporánea. Hoy día, muchas formas de entretenimiento son formas de productividad, de continuación del trabajo, de efecto colateral de la sociedad del rendimiento económico y el lucro individual. El trabajo y el juego ya no son mutuamente excluyentes.
La posmodernidad nos ha colocado en medio de un proceso de ludificación del trabajo y la producción de bienes y servicios. Jugar y trabajar se han transformado en una misma actividad. El juego, en sí mismo, como parte del ocio, ha desaparecido.
El dopaje no es solo asunto de mayor rendimiento deportivo, sino también laboral. Que el trabajo entretenga y no tenga límites de horario ni de días es una adicción sin drogas que produce sobre los sujetos depresión, angustia, estrés, burnout y suicidio.
El apogeo alienante del medio digital hace posible que se borren las fronteras entre la realidad real o concreta y la realidad virtual, ampliada, líquida, apantallada, la virtualidad, en fin.
Extremado el caso, la realidad concreta parece convertirse, de momento, en un espectro del entretenimiento virtual.
Esta desviación delirante de la cultura ‘online’, que convive hoy y desplaza a la cultura ‘offline’, se nutre de un componente de la tradición espiritual y cultural, sobre todo, de Occidente, que es la Pasión (con mayúscula), es decir, la vocación por el sufrimiento, por el padecimiento del dolor, la asunción sin chistar de una conducta y un estilo de vida sacrificiales.
Desde una perspectiva nietzscheana y su visión crítica de la génesis y genealogía de la moral, esta actitud tiene que ver con el sentido de culpa que la Pasión de Cristo ha legado a la humanidad.
El ‘homo doloris’ (hombre que sufre) fue así, ‘prima facie’, el contendiente del Homo ludens (hombre que juega).
El dolor, especialmente en la existencia y la cultura, podía curarse, aun fuera temporalmente, con el juego.
Sin embargo, en el ser humano del presente, el ‘homo laborans’, esa oposición, esa frontera se ha borrado, quedando en él fusionados, en una relación simbiótica, la vocación al entretenimiento o juego y la vocación por la Pasión o el sufrimiento.
De ahí que, dentro de la racionalidad productiva nazi, regida más por la eficiencia y el cálculo que por el delirio racista o bélico, el lema de entrada a los campos de concentración y exterminio fuera: “El trabajo libera”.
El código binario del siglo XIX civilización/ barbarie, más el que se le asocia al proceso de emancipación, tanto en Europa como en América, como libertad/muerte, van ambos a modernizarse y resolverse, desde el siglo XX, en un nuevo paradigma binario que será el de padecimiento/ espectáculo; es decir, padecimiento de la realidad como sufrimiento versus el simulacro, la ficción efímera y evanescente de la sociedad como un mero espectáculo, demasiadas veces reducido al mal gusto (light). ¿Volverá a existir el juego? Veremos.


martes, 7 de mayo de 2019

UNA SOCIEDAD BASADA EN LA MENTIRA



Alvin Reyes

Una de las cosas que más me asombran en esta época de redes sociales e hiper comunicación es conocer de la existencia de un lucrativo negocio: vender “me gusta” y “seguidores”.

O sea tengo una página web, quiero vender publicidad y le pago una cantidad de dólares a Facebook para que el número de mis seguidores aumente, estos seguidores son fantasmas, son empleados que están digamos en la India y que reciben X cantidad de dinero por dar “me gusta” y “seguir” determinadas páginas que Facebook o Instagram les asignan.

¿Se podrá vivir una falsedad más grande? ¿Puedo vender mi negocio a la publicidad basado en una red de seguidores de mentira?

Esto no es más que la continuación de un modelo de sociedad actual donde todo se basa en la falsedad y la mentira.

Todo es falso: Culos falsos, tetas falsas, pestañas falsas, cabellos falsos, amistades falsas, amores falsos, promesas políticas falsas, candidatos falsos, guerras basadas en falsas  amenazas, noticias falsas, fronteras de mentira, vidas prestadas, sueños de otros, falsos izquierdistas, alimentos falsos, cosméticos con propiedades falsas, medicamentos que prometen mejora pero que dejan nefastas consecuencias.

Entonces me pongo a pensar cuando llegue una verdadera crisis, una verdadera catástrofe, con cuales recursos humanos, con cual fortaleza de espíritu podrá sobrevivir una sociedad cuyos  cimientos son falsos?


jueves, 12 de octubre de 2017

Los gigantes de la tecnología operan como carros sin frenos.

He encontrado este artículo en The Guardian del cual traduje algunos parrafos de manera libre para edificación de los que tienen la gentileza de visitar este blog:

El artículo más estúpido que he escrito, en la década de 1990, predijo que Internet beneficiaría sólo a dos grupos de personas: abogados y pornógrafos. Estaba equivocado. Yo y millones de otros nos hemos beneficiado enormemente de esta innovación. Pero yo tenía razón en un aspecto: que sus bendiciones serían mezcladas.
No pasa un día sin quejas apocalípticas contra Internet. Promueve la pedofilia, el acoso, el trolling, la humillación, la intrusión, la acusación falsa y la difamación. Ayuda al terrorismo, a la guerra cibernética, a la mentira política, a las noticias falsas, a la censura estatal y a la injusticia sumaria. Enriquece a unos pocos, evade impuestos, no respeta fronteras y obliga a millones de personas a estar desempleados.
Las compañías de Internet, mientras pretenden que no son empresas de publicidad, manipulan y censuran noticias. Ven a los humanos como fábricas de algoritmos, agrupadas para obtener los máximos ingresos publicitarios. La "aldea global" no es un pueblo en absoluto, sólo trillones de consumidores zombies conectados  a un teléfono. ¿A quién en la Tierra se le ocurrió que esto podría ser una buena idea?
El nuevo libro de William Storr, Selfie, argumenta que los medios sociales nos hacen a todos, incluidos los niños, más solitarios y aún más narcisistas. Esto ha significado aumentos en las tasas de "autolesión, trastorno alimentario, depresión, ansiedad y dismorfia corporal". O, como Michael Harris lo pone en su estudio de la nueva soledad, los jóvenes están "volviéndose socialmente obesos, engordados en una conexión constante, pero nunca debidamente alimentados".
Si nos viésemos amenazados por un virus desenfrenado, un cambio climático o un ejército invasor, habría un clamor. Se convocarían conferencias, se reunirían las Naciones Unidas y se firmarían tratados. Pero debido a que el daño está contenido en nuestro jardín más secreto, la salud mental, el problema se trata como "el precio que pagamos" por las maravillas de Internet. Los expertos no pueden entender que el Internet podría se haya  convertido en una maldición en lugar  en una bendición.
Nunca una industria ha alcanzado tal dominio global con tan poca regulación. Los motores de búsqueda son como si a los coches en autopistas se les permitiese andar sin frenos o cinturones de seguridad. El fracaso de regular estas corporaciones masivas, y mucho menos de hacer que tributen adecuadamente, es el pecado más grosero de los gobiernos modernos. Su tamaño y alcance les permite ignorar el daño que hacen.
A medida que la industria se concentra en monopolizar los millonarios gastos publicitarios de los gobiernos, estos ignoran la llamada “Dark Web”, que satisface los gustos mas  ya sean sexuales, financieros e incluso militares.  En lugar de frenar  la intrusión masiva en la privacidad personal, los gobiernos se dieron cuenta - como Edward Snowden reveló - de que esta intrusión podría servir a sus propios fines. El estado y los “mass data” comenzaron la asociación más profana en la historia comercial.

Articulo original en inglés: