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Susán
Sarandon dijo en alguna ocasión que el secreto para que su matrimonio con Tim
Robbins haya durado más de 20 años es que ambos dejaron de pensar que alguien
mejor que su pareja tocaría un día su puerta. Casos como los de esta pareja de
actores, imbuidos en el vertiginoso mundo de la farándula, son cada vez más
escasos, no sólo en el ambiente del espectáculo. En el mundo contemporáneo las
relaciones afectivas y el enamoramiento se parecen más a lo que viven los
personajes de Grey's Anatomy o Sex and the city: fogosas, fugaces y frágiles.
El pensador Zygmunt Bauman ha bautizado esta tendencia el "Amor Líquido" en un texto donde muestra cómo la posmodernidad no sólo ha estremecido los cimientos de las ideologías y la política, sino los de las relaciones íntimas. El libro de Bauman plantea "la fragilidad de los vínculos humanos" y las paradojas de las relaciones contemporáneas. La primera paradoja es que aunque las personas están más conectadas por medios electrónicos y de comunicación, no necesariamente están menos solas. La segunda, que aunque la lógica del consumo se ha trasladado a las relaciones, y éstas se toman o se dejan como si se tratara de ir de compras, subsiste el temor a ser "desechado". La tercera es que aunque la gente sigue buscando seguridad, quiere relaciones livianas, que no le cuesten demasiado esfuerzo. De todo esto está hecho el amor líquido.
'Enter' y 'delete'
Bauman llega a la misma
conclusión que han llegado los sicólogos: el principal problema que se enfrenta
en las relaciones amorosas es la comunicación. Las nuevas generaciones están
cada vez más conectadas a redes sociales en Internet o a sus teléfonos
celulares, por medio de los cuales se ambientan múltiples relaciones. Pero la
comunicación básica, cara a cara, fluye cada vez menos. Es frecuente ver un
grupo de personas compartiendo en la mesa de un restaurante, pero cada uno
hablando por celular o digitando su blackberry, sin poder sostener una
conversación fluida. En los aviones, cada pasajero va imbuido en su computador
portátil y es cada vez menos frecuente que se converse con el desconocido de la
silla del lado. En los café Internet los jóvenes chatean con personas a las que
ni conocen, pero son incapaces de establecer un contacto personal.
La virtualidad es una manera de
eludir el compromiso, la duración. Pero la red amplía las posibilidades, las
ofertas de amistades o amor. "Chateamos y tenemos compinches con quienes
chatear. Los compinches, como bien lo sabe cualquier adicto, van y vienen,
aparecen y desaparecen, pero siempre hay alguien en línea para ahogar el
silencio con mensajes", dice Bauman.
La pregunta es: en medio de esa
virtualidad, ¿dónde queda la experiencia sensual y corporal? La mirada, la
caricia, el beso. Todo aquello que Octavio Paz señala en su ensayo La llama
doble como el erotismo, que se dibuja en un lienzo: el cuerpo.
Al respecto, el investigador de temas de juventud Carlos Iván García dice que "en el mundo virtual los jóvenes pueden vivir experiencias afectivas sustituyendo incluso lo corporal, por ejemplo con el uso de videocámaras".
Al respecto, el investigador de temas de juventud Carlos Iván García dice que "en el mundo virtual los jóvenes pueden vivir experiencias afectivas sustituyendo incluso lo corporal, por ejemplo con el uso de videocámaras".
Internet permite conectarse sin
necesidad de revelarse de manera total. Se crean relaciones superficiales, más
bien conexiones de las cuales es tan fácil salir como entrar. Basta con hacer
delete para que una relación cultivada en la red, desaparezca.
"El amor, cualquier amor,
está hecho de tiempo", dice Paz. Pero no el amor líquido que, fugaz y
fragmentario, se acoge a lógica de lo desechable.
Amor consumible
Bauman atribuye a la lógica del
consumo las nuevas relaciones. Cita a Leonia, una de las ciudades invisibles de
Italo Calvino, un lugar donde las personas "estrenan ropa nueva, extraen
de su refrigerador último modelo latas sin abrir escuchando los últimos
sencillos que suenan en la radio de última generación" y se embelesan
produciendo basura "el placer de expulsar, descartar, limpiarse de una
impureza recurrente". Para Bauman, los habitantes del mundo líquido son
como los de Leonia, dicen estar ansiosos por relacionarse, cuando en realidad
hacen esfuerzos para que las relaciones no cristalicen. "La soledad
provoca inseguridad, pero las relaciones no parecen provocar algo muy
diferente". Eludir los lazos, el compromiso, en un estado de permanente
ansiedad, de exaltación del deseo y de "consumo de relaciones". Es la
antítesis de lo que Antoine de Saint-Exupéry menciona en El Principito, cuando
el zorro dice que la domesticación "es una cosa ya olvidada (...)
significa crear lazos (...) Pero si me domesticas, entonces tendremos necesidad
el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en
el mundo..." La domesticación así entendida es impensable en un mundo de
relaciones líquidas que buscan lo liviano.
"Los jóvenes han
multiplicado las posibilidades afectivas con prácticas como el rumbeo, los
amigovios, vivencias eróticas que no implican el amor. Las relaciones duraderas
como destino único se han perdido", dice García.
La sicóloga Marta Chinchilla,
experta en temas de pareja, dice que "hoy la gente joven tiene más
opciones y demandas de educación, por eso se compromete más tarde o simplemente
busca opciones diferentes a la pareja como está concebida
tradicionalmente". Es decir, mientras la construcción de una familia y una
relación duradera era una exigencia social en el pasado, ahora hay un abanico
de oportunidades y mayor libertad para elegir.
Amor fácil
Bauman critica también la idea
que enarbolan algunos de que las relaciones deben descansar sobre los hombros
como un abrigo liviano para poder deshacerse de ellas en cualquier momento.
Algo que Catherine Jarvie, de The Guardian, describió como relaciones de
bolsillo: breves, agradables y fáciles.
Con el amor líquido "uno
pide menos y se conforma con menos", dice Bauman, pues no está dispuesto a
invertir demasiado. Es un amor que no concibe la dificultad ni el sufrimiento.
La gente quiere salir ilesa de esa experiencia, no correr peligro alguno ni
tener secuelas. Pero el amor siempre implica riesgos. Como bien lo dice Octavio
Paz, "como todas las grandes creaciones del hombre, el amor es doble: es
la suprema ventura y la desdicha suprema".
Para la sicóloga Chinchilla los
códigos sociales del pasado obligaban a la gente a luchar por mantener las
parejas en medio de las dificultades. Ahora, cuando el mundo es más abierto, la
gente aguanta menos el dolor, sencillamente porque no tiene el imperativo de
soportarlo todo en nombre de la estabilidad.
El amor líquido, en definitiva,
es un signo de los nuevos tiempos. De que lo fragmentario, la incertidumbre y
la inestabilidad se han instalado también en nuestra vida cotidiana. Pero eso
no quiere decir que el amor romántico, duradero, que se funda en la intimidad y
que tiene como contracara la posesión, la fidelidad y el esfuerzo cotidiano por
construirse, no desaparecerá. Lo que pasa es que ya no está solo. No es la
única manera de amar, ni quizá se considere la más 'correcta'. Porque si algo
es un signo de esta época es la convivencia de todos los esquemas y modelos en
una misma ciudad, en un mismo grupo, y a veces hasta en una misma persona.
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