martes, 27 de marzo de 2012

Zygmunt Bauman: "Hoy nuestra única certeza es la incertidumbre"


POR IMA SANCHÍS - La Vanguardia Publicado en Ñ Revista de Cultura

Su pensamiento y su obra han sido analizados en una docena de libros. Hijo de una familia judía humilde, ex marxista polaco huido del estalinismo, se refugió en la universidad británica -Universidad de Leeds- y se convirtió en un superventas filosófico. Tirando del hilo de su concepto de modernidad líquida, que define los rasgos característicos de nuestra época, ha escrito sobre la vida líquida, el amor líquido, los miedos líquidos.

Cuál es su descubrimiento más reciente?
Con un pie en la tumba intento hacer balance, y mi constatación es que acabaré donde empecé.

¿Buscando una sociedad perfecta?
Sí, hospitalaria para los seres humanos.

¿Qué ha aprendido en el trayecto?
He vivido bajo diferentes regímenes, ideologías, modas..., y lo que me resulta más sorprendente es que hay dos valores sin los cuales la vida humana sería impensable: la seguridad y la libertad.

Reconciliarlos es imposible, dice usted.
Cuanta más libertad tengamos menos seguridad, y cuanta más seguridad menos libertad. En la sociedad, la conquista de libertades nos lleva a una gran cantidad de riesgos e incertidumbres, y a desear la seguridad.

Y entonces nos sentimos ahogados.
Sí, conseguimos que no nos atraquen por la calle, que si caemos enfermos nos atiendan, pero nos volvemos dependientes, subordinados, y eso nos hace sufrir. Así que volvemos a evolucionar a una mayor libertad.

¿En qué punto estamos hoy?
Estamos asustados por la fragilidad y la vacilación de nuestra situación social, vivimos en la incertidumbre y en la desconfianza en nuestros políticos e instituciones. Estudiar una carrera ya no se corresponde con adquirir unas habilidades que serán apreciadas por la sociedad, no es un esfuerzo que se traduzca en frutos. Toda esta precariedad se expresa en problemas de identidad, como quién soy yo, qué pasará con mi futuro.

Y así llegamos a sus fluidos: sociedad líquida, amor líquido, miedo líquido...
Sí, la modernidad líquida, en la que todo es inestable: el trabajo, el amor, la política, la amistad; los vínculos humanos provisionales, y el único largo plazo es uno mismo.

Todo lo demás es corto plazo.
No se da el tiempo para que ninguna idea o pacto solidifique. Este enfoque ya forma parte de la filosofía de vida: hagamos lo que hagamos es de momento, por ahora.

Nada dura para siempre, ni siquiera el futuro.
Hoy nadie construye catedrales góticas, vivimos más bien en tiendas y moteles.

¿Y por qué lo considera un problema?
Objetos y personas son bienes de consumo, y como tales pierden su utilidad una vez usados. La vida líquida conlleva una autocrítica y autocensura constantes; se alimenta de la insatisfacción del yo consigo mismo.

Nos hemos quedado sin utopías.
La felicidad ha pasado de aspiración para todo el genero humano a deseo individual. Se trata de una búsqueda impulsada por la insatisfacción en la que el exceso de los bienes de consumo nunca será suficiente.

Y llegamos al consumidor consumido.
Hemos trasplantado unos patrones de comportamiento creados para servir a las relaciones entre cliente y producto, a otros órdenes del mundo. Tratamos al mundo como si fuera un contenedor lleno de juguetes con los que jugar a voluntad. Cuando nos aburrimos de ellos, los tiramos y sustituimos por algo nuevo, y así ocurre con los juguetes inanimados y con los animados.

Es decir, otros seres humanos.
Sí, hoy una pareja dura lo que dura la gratificación. Es lo mismo que cuando uno se compra un teléfono móvil: no juras fidelidad a ese producto, si llega una versión mejor al mercado, con más trastos, tiras lo viejo y te compras lo nuevo.

¿Qué efectos tiene en el ser humano?
Una actitud racional para con un objeto es una actitud muy cruel para con otros seres humanos. El consumismo es una catástrofe que afecta a la calidad de nuestras vidas y de nuestra convivencia. Creemos que para todos los problemas siempre hay una solución esperando en la tienda, que todos los problemas se pueden resolver comprando, y esto induce a error, nos debilita.

¿Por qué nos debilita?
Porque nos priva de nuestras habilidades sociales, en las que ya no creemos.

¿Cómo construirse a uno mismo, hallar la felicidad en este mundo líquido?
Hay dos factores que cooperan para modelar el camino de la vida humana, uno es el destino, algo que no podemos cambiar, pero el otro elemento es el carácter.

Ese sí lo podemos moldear.
El destino dibuja el conjunto de opciones que tienes disponible, siempre hay más de una opción. Luego el carácter es el que te hace escoger entre esas opciones. Así que hay un elemento de determinación y otro de libertad.

¿Hay que resistirse para ser libre?
Viviendo en una sociedad de consumidores, resistirse a ser un consumidor es una opción posible pero muy difícil. Por lo tanto, la probabilidad de que la mayoría de las personas decida resistirse al consumismo es una probabilidad muy lejana, aunque todas las mayorías empezaron siendo minorías.

¿Alguna solución individual?
Uno no sólo puede, sino que debe vivir su propia vida y el modelo de vida que le encaje, consciente de las consecuencias y costes que acarrea. Y el problema de mejorar la sociedad, y esta es la respuesta a todas las preguntas futuras que me pueda hacer usted.

¿...?
Se resume en hacer que la sociedad sea más benevolente, menos hostil, más hospitalaria a las opciones más humanas. Una buena sociedad sería la que hace que las decisiones correctas sean las más fáciles de tomar.

domingo, 25 de marzo de 2012

Una escuela estadounidense prohíbe los abrazos


Increiblemente cierto, lean esta noticia publicada en RT.com, nos quieren quitar lo que nos queda de humanos, uno se puede tomar la noticia a la ligera y pensar que es una excntricidad del director, pero asi se va conformando cada vez mas el estado totalitario. Y algun cronista del futuro escribira " Y entonces las autoridades añadieron un nuevo mandamiento: No abrazaras a tu projimo cuando este atribulado". (Alvin Reyes).

Una escuela estadounidense prohíbe los abrazos

Publicado: 25 mar 2012 | 00:56 MSK
Última actualización: 25 mar 2012 | 02:26 MSK

Desde ahora, la Escuela Matawan-Aberdeen en el estado de Nueva Jersey, EE. UU., es una zona “libre de abrazos”. Así lo declaró el director de la institución, Tyler Blackmore, al detectar “contactos físicos inadecuados” entre los menores, sin aclarar de qué tipo de "contactos" se trataba.

La controvertida medida levantó una intensa polémica entre los padres de los 900 alumnos del colegio, de edades comprendidas entre los 11 y los 14 años, pero recibió el respaldo de los responsables de Educación del estado, que destacaron que el castigo por infringir la nueva prohibición no puede ser más serio que una amonestación y ninguno de los alumnos podrá ser expulsado por este motivo del centro educativo.

Según el superintendente del distrito escolar de Matawan-Aberdeen, David Healy, es un deber de la institución escolar enseñar a los niños a interactuar de una manera apropiada y procurar que tengan un ambiente centrado en la educación académica. Por eso apoyó al director en su decisión a pesar de la indignación de numerosos padres, que ni siquiera fueron consultados antes de que se tomara la decisión.

Cualesquiera que fueran las acciones “inadecuadas” de los alumnos, después de la introducción de la nueva norma administrativa no quedó claro cómo debe comportarse un estudiante del colegio si un amigo está llorando tras un día complicado o cómo felicitar a un compañero con motivo de su cumpleaños. “La prohibición hace que nuestra escuela quede mal a los ojos de los demás y les hace pensar que hacemos algo más que abrazarnos, pero no es así”, declaró uno de los estudiantes a un canal estadounidense.

http://actualidad.rt.com/actualidad/sociedad/issue_37900.html?utm_campaign=GN_

miércoles, 21 de marzo de 2012

¿Realmente necesitamos tantas porquerías?


Por Max Ferzzola Publicado en: Neoteo.com

Una pregunta para ti, amigo lector. ¿Eres más feliz por haber comprado ese nuevo gadget del que tanto se hablaba? ¿O ya lo has olvidado, pensando tu próxima adquisición? ¿Ha podido ese conjunto de transistores brindarte algo más que una felicidad efímera?Hace un tiempo, no demasiado, no hacía falta mucha cosa para ser feliz. Bastaba con tener la barriga llena, un techo sobre la cabeza y un poco de calor para pasar el invierno. Eso era todo lo que el humano necesitaba, y todo lo que el humano necesitaba para ser feliz (que no es lo mismo). Pero las cosas cambiaron. Y cambiaron mucho. Ya no basta con cubrir nuestras necesidades básicas para estar bien con uno mismo. Siempre hay que tener más, consumir lo último, lo mejor, lo que está de moda.

¿Cambiamos tanto como sociedad para que una cosa así pudiese ocurrir? Pues sí, como sociedad cambiamos un montón. Los avances tecnológicos lograron que el precio de las necesidades básicas bajara. Las naciones ricas se enriquecieron aún más. Y nació una nueva necesidad de los mercados. Cuando tú tienes la panza llena, difícilmente te intereses en comprar más alimentos. Una vez que tienes un techo, ¿para que molestarse en conseguir otro? Con un pedazo de madera o una poca de energía eléctrica puedes tener suficiente calor para soportar el frío. Y ningún mercado que quiera enriquecerse puede sobrevivir con esas limitantes. Se necesitó, entonces, encarar el comercio desde otro lugar: si hay un límite de bienes imprescindibles, entonces había que crear la necesidad de bienes prescindibles. Ergo, el incremento de la oferta generó una transformación de nuestros hábitos de consumo. Y así nació el consumismo. Mala cosa.

De Consumo, Consumismo y Materialismo
Consumir está bien. Pero, consumir desmedidamente, no tanto. Según Wikipedia, "el consumismo es un término que se utiliza para describir los efectos de igualar la felicidad personal a la compra de bienes y servicios o al consumo en general." El Compro, luego existo, en reemplazo del Pienso, luego existo. Es esa necesidad que tienen algunos de cambiar constantemente sus teléfonos móviles, por miedo a perder status social, a ser menos que sus pares. Es lo que obliga a miles de personas a hacer filas frente a las tiendas para comprar, por ejemplo, un iPhone. Es ese enceguecimiento, esa compulsión, que nos obliga a comprar algo antes de preguntarnos si realmente lo necesitamos.

Muchos atribuyen esa necesidad de consumir a la falta de identidad, de propósito, de realización personal, de la humanidad actual. Al tener la vida más fácil que nuestros antepasados, las sociedades ricas pierden su propósito. Y aquellos individuos que no encuentran "su misión en la vida", tratan de comprarla.
El consumismo, comprar por comprar, también es un mandato social, agudizado por lo que las corporaciones nos han hecho creer. Porque, en definitiva, ¿no son las personas con el último teléfono móvil, que siguen ciegamente las modas, que tienen el mejor coche del mercado, las que gozan de mejor status social? Consumir, tener tal o cual cosa, no solo habla de nuestros gustos, sino deja en claro que tenemos el dinero suficiente como para dárnoslos. Y el dinero, es poder, es status. Pero el dinero sin bienes que lo acrediten es algo intangible. La demostración de status pasa entonces por tener cosas que hablen de cuanto dinero tenemos.

Lo peor del caso es que ha quedado demostrado que la felicidad no se puede comprar. Las sociedades ricas, presas del consumismo, son las que, estadísticamente, registran mayores casos de depresión, alcoholismo, crimen, ansiedad, obesidad y suicidios. Ya lo dicen en la película El Club de la Pelea: "La publicidad nos tiene persiguiendo autos y ropas, trabajando en trabajos que odiamos para comprar cosas que no necesitamos". Y eso las empresas lo saben, razón por la cual la obsolescencia planeada es regla.

Pero, entonces, ¿cómo es posible que esto suceda? ¿No somos seres pensantes, acaso? Y hay que decirlo, aunque a muchos les pueda resultar ofensivo, está comprobado que una de las causas primarias del consumismo es la baja autoestima. Según un estudio de la Universidad de Chicago, hay evidencia que señala una relación entre la baja autoestima y el materialismo. Pero, lo que es más importante e interesante, también hay evidencia que el consumismo y el materialismo son causantes de baja autoestima. Una paradoja perfecta. Veámoslo así: Tú tienes baja autoestima. Te compras el último y más caro gadget del mercado, y te sientes bien contigo mismo. Pero, pronto descubres (al menos inconcientemente), que mides tu valor en relación a las cosas que tienes, y no por lo que eres. Eso te genera más baja autoestima y compras otra cosa. Y así, en un círculo vicioso. El mismo estudio, asegura que a medida que la autoestima se incrementa (por la realización personal, y no por consumir), el materialismo (y, por lo tanto, el consumismo) decrece. Y no es ilógico si lo piensas. ¿O acaso no es el que tiene el coche más grande el que, se supone, tiene el pene más pequeño?

Seres primitivos
Otra causa primaria del consumismo está totalmente relacionada con nuestros cerebros primitivos. Y eso es ineludible para cualquier individuo, tenga o no baja autoestima. El mismo mecanismo que logró nuestra supervivencia a través de las eras más despiadadas, que logró que sobreviviéramos a periodos glaciares, a pestes y hambrunas, a desastres y guerras, es el que nos obliga a consumir para sobrevivir. Es que, en nuestros cerebros, tenemos la noción de que más, es mejor. Para nuestros antepasados esto era una realidad, una verdad absoluta. Mientras más comida, por ejemplo, mayores oportunidades de supervivencia tenían. El problema ahora es, como ya dijimos, que estamos más allá de nuestras necesidades básicas, las tenemos saciadas. No tenemos depredadores que amenacen nuestra existencia. Las hambrunas son cosas de países menos desarrollados. La sociedad nos brinda todo lo que necesitamos. Aún así, el mecanismo primitivo sigue activo. La sociedad, nuestra sociedad, evolucionó más que nuestro instinto y no tenemos la capacidad de decir: "es suficiente". Siempre queremos más, porque estamos programados para que así sea. Pero, y hete aquí el problema, aunque estamos programados para querer más, no estamos programados para disfrutar más de lo que tenemos.

Estudios de la Universidad de Emory descubrieron que, ante la anticipación y el deseo de comprar un producto, somos recompensados por nuestro cerebro con un estallido de dopamina. Solo la anticipación lanza esta recompensa, no la compra. Pero, al sentirnos bien ante esta sensación, la mayoría de los individuos (y más los que tienen baja autoestima) compran el producto en cuestión. El resultante es que la sensación de satisfacción se esfuma en cuestión de minutos luego de la compra.
Por esto, y así como hay algunos adictos al peligro (por la adrenalina resultante), hay otros que son adictos a las compras (por los escasos minutos de satisfacción que les brinda la anticipación). Siguiendo con nuestros cerebros primitivos, investigadores de la Universidad de Bonn, descubrieron que los humanos no es que desean tener más, realmente, sino que desean tener más que los demás. La competencia, totalmente necesaria para la evolución de la especie, hoy nos está jugando una mala pasada.

¿Y por qué la recompensa ante del deseo y insatisfacción ante las compras? Eso es un estado paradójico de nuestros cerebros. Por un lado, deseamos más, porque así estamos programados. Pero, por el otro, nuestro cerebro está acostumbrado que a los humanos nos falten cosas. Requiere, pide, ante la escasez de nuestros antepasados. Pero se confunde ante la sobreabundancia que nos rodea.

El consumismo es malo?
Sí, lo es. Consumir está bien. Así sostenemos la economía del mundo globalizado y nos damos algún que otro lujo necesario. Pero el consumismo, ese que te obliga a cambiar de móvil cada vez que sale un nuevo modelo, es depredador para el ambiente y va en detrimento de tu individuo.

¿Y cómo combatimos esas ansías de consumir, las insistentes publicidades con las que nos bombardean, a aquellos que se jactan de ser mejores personas por tener un mejor coche que el tuyo? Simple, racionaliza el consumo y recuerda este artículo. Seguir como una oveja las modas no te hace mejor individuo. Y, aquellos que se crean ser mejor que ti por tener lo último en tecnología, no son más que seres primitivos que no han podido reponerse al instinto de nuestros antepasados. Eso, o tienen la autoestima baja y un pene pequeño.

Como dice este excelente artículo del diario La Nación, siempre ten en cuenta que "el consumo es la vida en su adecuada y saludable conexión con lo que somos o con lo que necesitamos ser en cada coyuntura o en cada momento. O, en todo caso, con lo que aspiramos a ser en un futuro razonablemente cercano. El consumismo, en cambio, es el hijo dilecto de una fantasía que altera o distorsiona nuestra propia realidad o nuestra propia imagen, convirtiéndonos en esclavos, en un remedo de lo que somos o en la imagen de lo que nunca seremos."

viernes, 16 de marzo de 2012

El verdadero secreto del libre comercio


Por Anwar Shaikh. Publicado en iade.org.ar

El libre comercio no contribuye al desarrollo de por sí. Se necesitan políticas económicas diseñadas para promover la industria nacional a un nivel en el que sea globalmente competitiva. De lo contrario, el país terminará cubriendo su déficit con deuda.

Vivimos en un mundo caracterizado por enormes riquezas y elevados niveles de pobreza. Ese escenario se repite en la mayoría de los países. El neoliberalismo domina el mundo. Se trata de una práctica aparentemente justificada por un conjunto de supuestos que tienen su raíz en la teoría económica convencional. Los mercados están representados por estructuras sociales óptimas y autorregulables que, si se las dejara funcionar sin restricciones, permitirían atender en forma óptima las necesidades económicas, utilizar eficientemente los recursos y generar automáticamente el pleno empleo para todas las personas que deseen trabajar. Por extensión, la globalización de los mercados sería el mejor mecanismo para extender los beneficios a todo el mundo.

La teoría y práctica del neoliberalismo generaron, con razón, una importante oposición de activistas, hacedores de política y académicos. Sin embargo, el neoliberalismo continúa siendo una importante influencia en las ciencias sociales, el sentido común y en los círculos políticos. En la práctica, las naciones poderosas y las instituciones que sostienen y difunden esta agenda fueron exitosas para expandir la ley del mercado. En consecuencia, por todo el mundo persisten enormes bolsones de pobreza y profundas desigualdades y las crisis siguen estallando. Acabamos de ingresar en la primera Gran Depresión del siglo XXI.

La base del neoliberalismo reside en la teoría ortodoxa del libre comercio, cuyo argumento central es que el libre comercio competitivo beneficiará a todas las naciones. Algunos críticos señalan que hoy en día el mundo está muy lejos de exhibir las condiciones de competitividad asumidas en la teoría económica estándar del libre comercio. Señalan que, si bien las naciones ricas predican el libre comercio, cuando ellas estaban subiendo por la escalera del desarrollo utilizaron ampliamente el proteccionismo y la intervención estatal. Incluso remarcan que ahora los países ricos ni siquiera siguen al pie de la letra sus prédicas. Los defensores del neoliberalismo ya respondieron a esas acusaciones: en el pasado no existían las condiciones de mercado competitivas que son necesarias para el libre comercio, por lo tanto el pasado no sirve como comparación. Sin embargo, argumentan que, con la ayuda de los organismos internacionales, se pueden alcanzar esas condiciones en todo el mundo. Cuando esto suceda, el libre comercio funcionará como prometieron y la pobreza mundial, el desempleo y las crisis económicas desaparecerán.

El libre comercio entre naciones funciona prácticamente de la misma manera que la competencia al interior de un país: favorece al (competitivamente) fuerte sobre el débil. Es esperable que la globalización genere daños colaterales. Esto también nos dice que los países desarrollados tenían razón al advertir, cuando estaban subiendo por la escalera, que el comercio internacional irrestricto era una amenaza a sus propios planes de desarrollo. Aquello que hoy el mundo desarrollado niega tan enérgicamente, era verdad entonces: el gran poder del mercado se utiliza mejor cuando está asociado a una agenda social más amplia.

En los libros de texto de economía, las introducciones a la teoría del libre comercio comienzan con una tergiversación deliberada. Esos manuales nos piden que analicemos a dos países como si fueran individuos que participan libremente de un trueque. Los individuos, nos dicen, entregarán lo que tienen a cambio de otra cosa solamente si cada uno considera que va a ganar algo en ese proceso. Y, si sus expectativas son correctas, efectivamente ganarán. Así, el libre comercio beneficiaría a todos los que participen de él. El resto son detalles. Pero como en cualquier truco de magia, este razonamiento incluye un engaño fundamental. En un mundo capitalista, el comercio internacional está guiado por empresas. Los exportadores locales les venden a los importadores extranjeros que luego venden esos productos a sus residentes, mientras que los importadores locales compran bienes a los exportadores y después nos los venden a nosotros. La rentabilidad es lo que motiva las decisiones empresarias en cada punto de la cadena.

La teoría del libre comercio tradicional descansa en el supuesto de que en un libre mercado financiero los flujos de dinero que surgen de un déficit comercial reducirán el precio real de la moneda del país (devaluarán el valor de la moneda). Así se achicará el déficit, ya que las exportaciones serán más baratas para el resto del mundo y las importaciones más caras, hasta que en un momento el balance comercial y la balanza de pagos encuentran el equilibrio. Un superávit comercial generaría el recorrido contrario hacia el mismo resultado.

Tanto Karl Marx como Roy Harrod ofrecen un contraargumento convincente: en un mercado financiero libre, las salidas de dinero disminuyen la liquidez y elevan las tasas de interés, mientras que el ingreso de capitales baja las tasas de interés. Ninguno de estos efectos altera el balance comercial. En cambio, inducen flujos de capitales de corto plazo que conducirán al balance de pagos a un equilibrio cubriendo un déficit comercial existente con endeudamiento externo y un superávit comercial impulsando una posición de acreedor externo. Bajo un esquema de libre comercio, un país que no es suficientemente competitivo en el mercado global terminará cubriendo su persistente déficit comercial con endeudamiento externo, terminará como un deudor internacional. A la inversa, un país muy competitivo poseerá un superávit comercial y se transformará en un acreedor internacional.

Este es el verdadero secreto del libre comercio: se necesitan políticas económicas especialmente diseñadas para desarrollar la industria de un país a un nivel donde sea globalmente competitiva. Esto explica por qué los países occidentales y luego Japón, Corea del Sur y los tigres asiáticos resistieron con tanta fuerza la teoría y las políticas del libre comercio cuando estaban subiendo por la escalera. Pero también nos permite darles sentido a las verdaderas políticas que utilizaron en su proceso de desarrollo: utilizando el acceso a los mercados internacionales, el conocimiento y los recursos como parte de una agenda social más amplia. El objetivo no debe ser equilibrar la cancha, sino más bien elevar el nivel de los jugadores desventajados. En este sentido, practicar el neoliberalismo en los lugares más pobres del mundo es un deporte cruel.

martes, 6 de marzo de 2012

Lo que internet esconde


Por Eli Pariser. Publicado en www.internazionale.it. Traducido para Rebelión por nemoniente.
Pocas personas se han percatado del post aparecido en el blog oficial de Google el 4 de diciembre de 2009. No buscaba llamar la atención, ninguna declaración llamativa ni anuncios impactantes de Silicon Valley, solo unos pocos parágrafos ensartados entre la lista de las palabras más buscadas y una actualización sobre el software financiero de Google. Pero no ha escapado a todos. El blogger Danny Sullivan analiza sempre cuidadosamente el post de Google para tratar de averiguar cuáles son los próximos proyectos de la empresa californiana y lo ha encontrado muy interesante. Ha escrito que se trataba del “cambio más grande jamás acaecido en los motores de búsqueda”. Bastaba el titulo para enterderlo: “Busquedas personalizadas para todos”.

Google usa actualmente 57 indicadores –desde el lugar en que estamos al navegador que estamos usando al tipo de busqueda que hemos hecho– para averiguar quiénes somos y qué sitios visitamos. También cuando no estamos conectados, continúa personalizando los resultados y mostrándonos las páginas sobre las que probablemente clicaremos. Normalmente se piensa que haciendo una búsqueda en Google todos obtenemos los mismos resultados, aquellos que según el famoso algoritmo de la empresa PageRank tienen mayor relevancia en relación a los términos buscados. Pero desde diciembre de 2009 ya no es así. Hoy vemos los resultados que según PageRank nos son más apropiados, mientras que otras personas ven otros completamente diferentes. En pocas palabras, Google no es igual para todos.

No es difícil darse cuenta de la diferencia. En la primavera de 2010, mientras la plataforma Deepwater Horizon vertía petroleo en el golfo de México, pedí a dos amigos hacer la misma búsqueda en Google. Ambos viven en el noreste de Estados Unidos y son dos personas muy similares, de raza blanca, educados y de izquierdas. Los dos buscaron “BP”, consiguiendo resultados muy diferentes. Uno encontró información sobre las inversiones relacionadas con BP y otroa noticias. En un caso, la primera página de resultados de Google contenía los links sobre el incidente en el golfo; en el otro no aparecía nada sobre el tema, solo una publicidad de la compañía petrolifera. Incluso el número de resultados era diferente: 180 millones y 139 millones. Si las diferencias entre dos personas de izquierda de la costa este eran tan grandes, imaginémonos cuánto lo serán, por ejemplo, respeto a las de un viejo republicano de Texas o las de un hombre de negocios japonés.

Ahora que Google está personalizado, la investigación sobre “células madre” probablemente dé resultados diametralmente opuestos para los científicos que son favorabls a su estudio y para quienes estén en contra. Escribiendo “cambio climático”, un ecologista y el dirigente de una compañía petrolífera obtendrán respuestas diferentes. La mayoría de nosotros cree que los motores de busqueda son neutrales pero probablemente lo pensamos porque nos son impuestos para secundar nuestras ideas. La pantalla del ordenador cada vez mira más por nuestros intereses mientras los analistas de los algoritmos observan todo lo que cliqueamos. El anuncio de Google marca el punto de inflexión de una revolución importante pero casi invisible de nuestro modo de consumir la información. Podríamos decir que el 4 de diciembre de 2009 comienza la era de la personalización. Dime lo que quiero El mundo digital está cambiando, discretamente y sin hacer demasiado ruido. Lo que hace un tiempo era un medio anónimo en el que todos podían ser cualquiera – en el que nadie sabe si eres un perro, como decía una famosa viñeta del New Yorker [iii] – ahora es una forma de recoger y analizar muestros datos personales. Según un estudio del Wall Street Journal, los cincuenta sitios más populares del mundo, desde CNN a Yahoo!, a MSN, instalan una media de 64 cookies y beacons cargados de datos sobre nosotros. Si buscamos una palabra como “depresión” en un diccionario online, el sito instala en nuestro ordenador hasta 223 cookies y beacons que permiten a otros sitios invadirnos con publicidad de antidepresivos. Si hacemos una búsqueda sobre la posibilidad de que nos engañe nuestra esposa, seremos acosados por anuncios sobre tests de ADN para determinar la paternidad de nuestros hijos. Hoy la red no solo sabe si eres un perro, sino también la raza, y la comida que tiene que venderte.

La carrera por saber lo más posible de nosotros está ahora en el centro de la batalla del siglo entre gigantes como Google, Facebook, Apple y Microsoft. Como ha explicado Chris Palmer de la Electronic Frontier Foundation, "el servicio parece gratuito, pero lo pagamos con información sobre nosotros. Información que Google y Facebook están dispuestos a convertir en dinero". Incluso siendo herramientas útiles y gratuitas, Gmail y Facebook también son eficientes y máquinas voraces para extraer información, donde revelamos los detalles más íntimos de nuestras vidas. Nuestro iPhone sabe exactamente dónde vamos, a quien llamamos, qué leemos. Con su micrófono integrado, el giroscopio y los gps, es capaz de entender saber si estamos paseando, nos encontramos en el coche o en una fiesta.

Aunque Google , hasta ahora, ha prometido no revelar nuestros datos personales, otros sitios y aplicaciones populares no lo garantizan. Detrás de las páginas que visitamos se esconde un enorme mercado de información sobre lo que hacemos on line controlado por sociedades que recopilan datos poco conocidos pero muy rentables, como BlueKai y Acxiom. Solo Acxiom ha acumulado una media de 1.500 informaciones, -desde la capacidad de crédito a los medicamentos comprados on line- sobre cada persona de su base de datos, que incluye al 96% de los estadounidenses. Y cualquier sitio web, no sólo Google y Facebook, puede ahora participar en el banquete.

Según los agentes de "los comportamientos de mercado", cada clic es una mercancía y cada movimiento de nuestro ratón puede venderse en unos pocos microsegundos al mejor postor. Como estrategia de mercado, la fórmula de los gigantes de internet es simple: cuanta más información personal son capaces de ofrecer, más espacios publicitarios pueden vender, y más probabilidades de que compremos los productos que se nos muestran. Es una fórmula que funciona. Amazon vende miles de millones de dólares intentando prever lo que puede interesar a los consumidores y volcando los resultados en su tienda virtual. Más del 60% de las películas descargadas o de los dvd alquilados en Netflix depende de las hipótesis que el sitio se hace sobre las preferencias de cada cliente.

Según la directora operativa de Facebook, Sheryl Sandberg, dentro de tres, o cinco años como máximo, la idea de un sitio no personalizado parecerá absurda. Uno de los vicepresidentes de Yahoo!, Tapan Bhat, coincide: "El futuro de la web es la personalización. Hoy la web habla en primera persona. La red debe ser inteligente y a la medida de cada usuario". El exadministrador de Google, Eric Schmidt, declara con entusiasmo: "el producto que siempre he querido crear" es un código que "imagine lo que voy a escribir". Google instantáneo, que anticipa lo que queremos buscar mientras escribimos, fue lanzado en el otoño de 2010, y es sólo el comienzo. Según Schmidt los usuarios quieren que Google "diga lo que deben hacer después".

Si fuera sólo una forma de vender publicidad orientada, no sería tan grave. Pero la personalización no condiciona sólo lo que compramos. Para un porcentaje creciente de usuarios, los sitios de noticias personalizadas como Facebook se están convirtiendo en fuentes de información fundamental: el 36% de los estadounidenses menores de 30 años lee las noticias en las redes sociales. Como dice su fundador, Mark Zuckerberg, Facebook es quizás la mayor fuente de noticias del mundo (al menos por lo que respecta a una cierta idea de "noticias"). Pero la personalización no está condicionando el flujo de la información sólo en Facebook: actualmente servicios como Yahoo y News e News.me, lanzado por el New York Times, adaptan las noticias a nuestros intereses y deseos particulares.

La personalización interviene también en la selección de los videos que vemos en YouTube y en los blogs, influye en el correo electrónico que recibimos, sobre potenciales parejas que encontramos en OkCupid y en los restaurantes que nos recomienda Yelp. La personalización puede determinar no sólo con quién salimos, sino también a dónde vamos y qué hablamos. Los algoritmos que gestionan la publicidad orientada están empezando a administrar nuestras vidas. Como ha explicado Eric Schmidt, "será muy difícil ver o comprar algo que en cierto sentido no haya sido hecho a nuestra medida".

El código de la nueva red es bastante sencillo. Los filtros de nueva generación vigilan las cosas que nos gustan –basándose en lo que hemos hecho o lo que les gusta a las personas semejantes a nosotros– y después extrapolan la información. Son capaces de hacer predicciones, para crear y perfeccionar constantemente quiénes somos, qué hacemos y lo qué queremos. Juntos, filtran un universo de información específica para cada uno de nosotros, una "burbuja de filtros" que altera la manera en que entramos en contacto con las ideas y la información. De un modo u otro todos siempre hemos elegido las cosas que nos interesan e ignorado el resto. Pero la burbuja de filtros introduce tres nuevas dinámicas.

En primer lugar, estamos solos en su interior. Un canal de cable dedicado a quienes les interesa específicamente, por ejemplo el golf, tiene otros espectadores que comparten cosas en común. Sin embargo, en la burbuja estamos solos. En una época en que la información compartida es la base de experiencias compartidas, la burbuja de filtros es una fuerza centrífuga que nos divide. En segundo lugar, la burbuja es invisible. La mayor parte de las personas que consulta fuentes de noticias de derecha o de izquierda sabe que esa información está dirigida a quienes tienen una orientación política determinada. Pero Google no es tan transparente. No nos dice qué piensa o por qué nos muestra los resultados que vemos.

No sabemos si está haciendo suposiciones acertadas o no sobre nosotros, ni siquiera si las está haciendo. Mi amigo, que buscaba noticias acerca de BP, no tiene ni idea de por qué encontró información acerca de las inversiones, no es un agente de bolsa. Dado que no hemos elegido los criterios con que los sitios filtran la información entrante y saliente, es fácil imaginar que la que nos llega a través de la burbuja es objetiva y neutral. Pero no es así. De hecho, desde el interior de la burbuja es casi imposible darse cuenta de cuánta información se ve. Nosotros no decidimos lo que recibimos, y, sobre todo, no vemos lo que sale.

Finalmente, nosotros no decidimos entrar en la burbuja. Cuando vemos Fox News o leemos The New Statesman, ya hemos decidido que filtro utilizar para interpretar el mundo. Es un proceso activo, y como si nos pusieramos voluntariamente un par de lentes de colores, sabemos muy bien que las opiniones de los periodistas condicionan nuestra percepción del mundo. Pero en el caso de los filtros personalizados no hacemos el mismo tipo de elección. Vienen a nosotros, y dado que se perfeccionan, será cada vez más difíciles evitarlos. El fin del espacio público La personalización se basa en un acuerdo económico. A cambio del servicio que ofrecen los filtros, regalamos a las grandes empresas una enorme cantidad de datos sobre nuestra vida privada. Y estas empresas cada vez están más dispuestas a usarlos para tomar decisiones. Pero no tenemos ninguna garantía de que los traten cuidadosamente, y cuando sobre la base de estos datos se toman decisiones que nos afectan negativamente, nadie nos lo dice. La burbuja de filtros puede influir sobre nuestra capacidad de elegir cómo queremos vivir. Según Yochai Benkler, profesor de derecho en Harvard y estudioso de la nueva economía de la red, para ser artífices de nuestras vidas debemos ser conscientes de las alternativas.

Cuando entramos en la burbuja de los filtros, permitimos a las empresas que la construyen elegir qué alternativas podemos considerar. Nos ilusionamos con ser dueños de nuestro destino, pero la personalización puede producir una especie de determinismo de la información, en que lo que hemos cliqueado en el pasado determina lo que vamos a ver en el futuro, una historia diseñada para repetirse indefinidamente. Nos exponemos a permanecer atascados en una versión estática y cada vez más reducida de nosotros mismos, una especie de círculo vicioso. También hay consecuencias más amplias. Robert Putnam en su Capital social y el individualismo, el libro sobre la decadencia del sentido cívico en América, afronta el problema del agotamiento del 'capital social', es decir, de los lazos d e confianza y reciprocidad lleva a las personas a devolverse favores y a colaborar para resolver problemas comunes. Putnam identifica dos tipos de capital social: “El espíritu de grupo”, que, por ejemplo, se crea entre los ex estudiantes de la propia Universidad, y el “sentido de la comunidad”, que, por ejemplo, se crea cuando personas diversas se encuentran en una asamblea pública. Este segundo tipo de capital es muy potente: si lo acumulamos, tenemos más probabilidades de encontrar un puesto de trabajo o alguien dispuesto a invertir en nuestra empresa, porque nos permite atender a tantas redes diversas.

Todos esperabamos que internet fuera una gran fuente de capital de este segundo tipo. En el apogeo de la burbuja tecnológica hace diez años, Thomas L. Friedman escribía que internet se convertiría en "una comunidad de vecinos". Esta idea fue la base de su libro Las raíces del futuro: "Internet se convertirá en un gran dispositivo con que contará el sistema de la globalización hasta hacer el mundo cada día más pequeño y veloz".

Friedman tenía en mente un especie de aldea global en la que los niños africanos y los hombres de negocios de Nueva York formarían una sola comunidad. Pero no es eso lo que está pasando. Nuestros vecinos virtuales se parecen cada vez más a los reales, y nuestros vecinos reales se parecen cada vez más a nosotros.

Tenemos cada vez más "espíritu de grupo" pero poquísimo "sentido de la comunidad". Y esto es importante porque del sentido de comunidad nace nuestra idea de un "espacio público" en el que tratamos de resolver los problemas que van más allá de nuestros intereses personales. Normalmente tendemos a reaccionar a una serie de estímulos muy limitados: leemos antes una noticia sobre sexo, política, violencia, famosos, o que nos hace reir. Este es el tipo de contenido que entra más fácilmente en la burbuja de filtros. Es fácil hacer clic en "me gusta" y aumentar la visibilidad del post de un amigo que ha participado en una maratón o ha hecho una receta de sopa de cebolla.

Es mucho más difícil hacer clic en "me gusta" en un artículo titulado "Ha sido el mes más sangriento de los últimos dos años en Darfur". En un mundo personalizado, hay pocas probabilidades de que cuestiones importantes, pero complejas o desagradables, llamen nuestra atención. Todo esto no es particularmente preocupante si la información que entra y sale de nuestro universo personal se refiere solo a productos de consumo. Pero cuando la personalización también incumbe a nuestros pensamientos surgen otros problemas. La democracia depende de la capacidad de los ciudadanos para hacer frente a puntos de vista diferentes. Cuando sólo nos ofrece información que refleja nuestras opiniones, Internet limita esta confrontación. Aunque si a veces se nos hace cómodo para ver lo que queremos, en otras ocasiones es importante que no es así.

Como los viejos guardianes de las puertas de la ciudad, los técnicos que escriben nuevos códigos tienen el enorme poder de determinar lo que sabemos del mundo. Pero a diferencia de aquellos guardianes, los de hoy no se sienten defensores del bien público. No existe el algoritmo de la ética periodística. Una vez Mark Zuckerberg, el fundador de Facebook, dijo a sus colegas que para un usuario "una ardilla que muere en su jardín puede ser más relevante que todas las personas que mueren en África". En Facebook, la "relevancia" es prácticamente el único criterio que determina lo que ven los usuarios. Concentrarse en las noticias más relevantes a nivel personal, como la ardilla muerta, es una gran estrategia de mercado pero nos deja ver sólo nuestro jardín y no las personas que sufren, mueren o luchan por la libertad en otros lugares.

No es posible volver al antiguo sistema de los guardianes, y tampoco sería justgo, pero si ahora son los algoritmos los que toman las decisiones y determinan lo que vemos, debemos estar seguros de que las variables de que disponemos van más allá de las estrecha "relevancia" personal. Deben hacernos ver Afganistán y Libia, no solo Apple y nuestro cantante favorito. Como consumidores no es difícil determinar lo que para nosotros es irrelevante o poco interesante. Pero lo que es bueno para un consumidor no tiene por qué serlo para un ciudadano. No quiere decirse que lo que aparentemente nos gusta sea lo que realmente queremos, y mucho menos que sea lo que debemos saber para ser ciudadanos informados de una comunidad o un país. "Es nuestro deber como ciudadanos estar informados también sobre las cosas que parecen no merecer nuestro interés", según el experto en tecnología Clive Thomp. El crítico Lee Siegel lo dice de otra manera: "Los clientes siempre tienen razón, las personas no". Lobotomía global La era de la personalización está poniendo todas nuestas expectativas en internet. Los creadores de la red han imaginado algo más grande y más importante que un sistema mundial para compartir imágenes de nuestro gato. El manifiesto de Electronic Frontier Foundation al inicio de los años 90, hablaba de una "cultura de la mente en el ciberespacio", una especie de metacerebro global. Pero los filtros personalizados cambian las sinapsis del cerebro. Sin saberlo, nos estamos haciendo una lobotomía global.

Los primeros entusiastas de internet, como el creador de la web Tim Berners-Lee, esperaban que la red sería una nueva plataforma desde la cual afrontar juntos los problemas del mundo. Creo que todavía puede serlo, pero antes debemos mirar entre bastidores, comprender qué fuerzas están impulsando la dirección actual. Tenemos que desenmascarar el código y sus responsables, a quienes nos han dado la personalización.

Si "código es ley", como ha declarado el fundador de Creative Commons Larry Lessig, es importante comprender lo que están intentando hacer los nuevos legisladores. Debemos saber qué creen los programadores de Google y Facebook. Debemos entender qué fuerzas sociales y económicas están detrás de la personalización, cuáles son inevitables y cuáles no. Y tenemos que pensar qué significa todo esto para la política, la cultura y nuestro futuro. Las empresas que utilizan los algoritmos deben asumir esta responsabilidad. Deben dejarnos el control de lo que vemos, diciéndonos claramente cuándo están personalizando y permitiéndonos modificar nuestros filtros. Pero también nosotoros debemos hacer nuestra parte, aprender a "conocer los filtros" para usarlos bien y pedir contenidos que aumenten nuestros horizontes, incluso cuando sean desagradables. Es por nuestro interés colectivo que tenemos que asegurarnos que internet expresa todo su potencial de medio revolucionario. Pero no podrá hacerlo si permanecemos encerrados en nuestro mundo online personalizado.

Eli Pariser nació en 1980 en Lincolnville, Maine. Ha sido el director de MoveOn.org, que reagrupa incluye los movimientos de base de la izquierda estadounidense, y uno de los fundadores de Avaaz, una organización que apoya campañas para el medio ambiente y la democracia en todo el mundo. En febrero de 2011 tuvo lugar una Conferencia Ted sobre la burbuja de filtros, con el argumento de su libro The filter bubble.


Notas

*Quello che internet ci nasconde, http://www.internazionale.it/?p=50845 [ii] Eli Pariser: cuidado con la "burbuja de filtros" en la red http://www.ted.com/talks/lang/es/eli_pariser_beware_online_filter_bubbles.html [iii] On the Internet, nobody knows you're a dog http://en.wikipedia.org/wiki/On_the_Internet,_nobody_knows_you're_a_dog