sábado, 23 de junio de 2012

¿Qué tan tuyos son tus hábitos alimenticios?

Publicado en: Pijamasurf

Nuestros hábitos alimenticios obedecen más a patrones culturales que a razones estrictamente biológicas, sin embargo, sin importar que estos los hayamos aprendido a edad temprana, siempre podemos preguntarnos sin son los mejores para nosotros mismos y nuestro entorno. 

Nuestra alimentación diaria está rodeada por una serie de hábitos sumamente rigurosos, los cuales casi siempre —porque los aprendemos prácticamente desde el nacimiento— realizamos “en automático”, pasan desapercibidos durante buena parte de nuestra vida a diferencia de otros que, sea en la juventud o en la madurez, nos atrevemos a cuestionar e incluso a modificar drásticamente. Es cierto que algún día podemos decidir, por ejemplo, volvernos vegetarianos y romper así con la enseñanza familiar, pero incluso en este escenario conservaremos ciertas prácticas aparentemente inmutables.

Una de estas es la idea de que debemos de comer tres veces al día, algo que tomamos como verdad irrebatible pero que parece pertenecer más al orden de la convención social que de las necesidades biológicas, sobre todo porque los estudios realizados al respecto no coinciden en un criterio único o una norma generalizada y recomendable.

Una investigación del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, por ejemplo, encontró que hacer una sola comida al día, de grandes proporciones, en vez de las tres acostumbradas, puede ayudar a reducir el peso y la grasa corporal, pero incrementa la presión sanguínea. Asimismo, según un estudio en el que participaron diversos médicos del National Institute on Aging [Instituto Nacional para el Envejecimiento], esa sola comida al día también contribuye a desarrollar resistencia a la insulina e intolerancia a la glucosa, dos de los factores de riesgo más importantes para contraer diabetes tipo 2.

Sin embargo, hay quienes se han encargado de estudiar (y recomendar) lo contrario: cambiar el paradigma de las “tres comidas al día” pero no por una opípara y caligulesca, sino por al menos cuatro frugales y bien equilibradas que, de acuerdo con científicos de la Universidad de Maastricht, en Holanda, reduce los riesgos de la obesidad hasta en un 45%.

¿Y no comer? Bueno, esto también ha merecido investigaciones. Saltarse el desayuno, según el estudio aludido anteriormente, aumenta en 5 las probabilidades de volverse obeso. En cambio, saltarse todas las comidas del día —es decir, ayunar—, comer normalmente al siguiente y volver a ayunar al tercer día, y continuar así tanto como sea posible, ayuda, de acuerdo con Krista A. Varady y Marc K. Hellerstein del Departamento de Ciencias Nutricionales y Toxicología de la Universidad de California en Berkeley, a prevenir males cardíacos, algunas enfermedades crónicas, la diabetes tipo 2 y algunos tipos de cáncer.

Para Paul Freedman, profesor de historia en Yale, «no existe razón biológica para hacer tres comidas al día». En el entendido de que el número de comidas que hacemos es, en esencia, un patrón cultural, Freedman aclara: «Los seres humanos estamos cómodos con los patrones porque somos predecibles. Estuvimos cómodos con la idea de tres comidas al día. Pero, por otro lado, nuestras agendas y deseos se sublevan cada día un poco a esa idea».

Recordemos, además, que particularmente desde las últimas décadas del siglo XX la alimentación se convirtió en uno de los cotos más fructíferos para ciertas industrias y hombres de negocios. Últimamente, por ejemplo, una de las prácticas más en boga es el llamado snack, el refrigerio o bocadillo cuyo consumo se sostiene sobre todo en dos ideas, no necesariamente verdaderas: la primera, ya mencionada anteriormente, que una dieta de al menos cuatro al día ayuda a perder peso; la segunda, que ese producto manufacturado por millones está elaborado con ingredientes “saludables”.

En suma, lo único cierto en este asunto, como en tantos otros, es que no hay una verdad última y absoluta. Por el contrario: hay interpretaciones de hechos más o menos comprobados que algunos utilizan para su provecho (casi siempre económico). En tu alimentación, como en cualquier otro aspecto de tu vida, lo mejor que puedes hacer es informarte qué es lo mejor para ti —para tu cuerpo y tu mente y también para tu entorno— y actuar en consecuencia.

lunes, 18 de junio de 2012

Los perros de Pavlov



El otro día en un supermercado de Santo Domingo Oeste cuando me dirigía a buscar un poco de pan vi una fila larga en el área de panadería, para mi sorpresa estas gentes esperaban por pan. Pero un momento, me dije, no estamos en una guerra, no hay escasez de harina, no viene un ciclón. Pero estas personas no son capaces de si no hay pan elegir otra cosa o elegir otro  tipo de pan. Las personas que así actúan son consumidores y actúan condicionados por el mercado. Quiero ese tipo de pan y me tomare media hora del día esperando que me hagan ese pan. Es igual que cuando sale un modelo nuevo de celular o viene una película nueva: una semana antes empiezan las colas en los establecimientos.
Pensando en esto me llego a la mente la serie de experimentos realizados por el ruso Pavlov estudiando el comportamiento de los perros ante distintos estímulos. Buscando información que me permitiera asociar los consumidores con los perros de Pavlov me encontré con este pequeño trabajo que creo que resume perfectamente el comportamiento de los consumidores:

 Publicado en: Cuarzo liquido

Nosotros y los perros de Pavlov

 

Darío dijo:
Creemos que tomamos nuestras propias decisiones, pero también estamos, como los perros de Pavlov, amarrados al collar del condicionamiento familiar, social, educacional, y comunicacional, gobernados por mandatos y creencias que no se han originado en procesos cognitivos superiores sino en “la campana de Pavlov “, representada por el múltiple condicionamiento a que estamos expuestos en virtud de múltiples fuentes interesadas en poseer nuestros cerebros y así determinar nuestra conducta para hacernos comprar desde un mp3 a un candidato a la presidencia de un país. Pues claro, si no fuera así no se necesitarían 700 millones de dólares para financiar una campaña presidencial.

Tampoco, por cierto, existirían las agencias de publicidad, no tomaríamos bebidas cola, ni sufriríamos de adicción al consumismo.
¿Estaremos, sin saberlo, amarrados también al mítico collar de Pavlov? Toca tu cuello y quizás logres percibir este molesto adminículo que actúa de forma “light”, sin que lo sepamos, condicionando nuestra conducta mediante la agradable aunque no necesariamente humana sensación de pertenecer a la muchedumbre, el rebaño, o como se le quiera llamar.
¿Habrá fracasado el intento evolutivo del hombre?
¿Poseemos realmente una capacidad cognitiva individual basada en una conciencia desarrollada o nos limitamos a copiar mediante nuestras neuronas espejo todo lo que otros hacen?...


...La validez universal del principio “la mayoría manda” pareciera confirmar esto y el origen de la necesidad de funcionar de acuerdo a grandes corrientes de opinión para disfrutar la euforia de expandir y magnificar virtualmente nuestro yo y fundirlo en la muchedumbre superando artificialmente la propia sensación de pequeñez.
Todos los que portan el collar de Pavlov se reconocen y aceptan muy bien, pero suelen detestar a los pocos que han logrado quitárselo y pensar por sí mismos para lograr la verdadera libertad y conciencia individual.

Lamentablemente, la muchedumbre suele sentirse agredida por quienes piensan de manera diferente, aunque estos sean sabios, santos, o genios, y la historia nos muestra infinidad de ejemplos concernientes.
En la próxima Navidad pensemos conscientemente y evitemos que la campana de Pavlov nos arrastre a un consumismo desenfrenado que puede tener efectos catastróficos, como podemos ver en el video llamado “El Origen de Las Cosas”.

Fuente: Darío Salas Sommer @IFHblog