miércoles, 7 de noviembre de 2012

Ignorancia y valor en la era de Lady Gaga

 
Joe Bageant

Traducido para Rebelión por Germán Leyens y revisado por Caty R. 

Si uno pasa mucho tiempo con gente que piensa, la conversación termina por pasar al tema de los serios problemas políticos y culturales de nuestros tiempos. Como por ejemplo: ¿Cómo pueden ser tan descerebrados sistemáticamente los estadounidenses? Gran parte del mundo, y numerosos estadounidenses, se hace esa pregunta al ver como la cultura de EE.UU. cae como un mastodonte apaleado que se desploma en un pozo de brea del Pleistoceno.
Una explicación podría ser el efecto de 40 años de pulpa industrial de pollo frita en abundante aceite y gaseosa Big Gulp de más de 1 litro. Otra podría ser la cultura pop, que no es cultura en absoluto, claro está, sino mercadeo. O podríamos culpar al autismo digital: ¿Habéis observado a los simios informáticos en el subte pinchando sus artefactos digitales, acariciando sus pantallas táctiles durante horas? ¿Esas crispadas cejas neolíticas sobre esos ojos rojos entrecerrados?
Pero una explicación más razonable es que: (A) ni siquiera sabemos lo que estamos haciendo, y (B) nos aferramos a instituciones que se dedican a asegurar que nunca lo descubramos.
Como demostró genialmente William Edwards Deming, ningún sistema puede entenderse a sí mismo ni por qué hace lo que hace, incluido el sistema social estadounidense. Sin saber nada de por qué su sociedad hace lo que hace debido a un caso bastante horrible de intranquilidad existencial. Por lo tanto creamos instituciones cuya función es pretender que lo saben y así todos nos sentimos mejor. Por desgracia, también hace que los más sabios de entre nosotros –esas elites que dirigen las instituciones– sean muy ricos, o estén a salvo de las vicisitudes que afectan al resto de nosotros.
Directa o indirectamente comprenden que la verdadera función de las instituciones sociales de EE.UU. es justificar, racionalizar y ocultar el verdadero propósito de la conducta cultural del lumpenproletariat y conformar la conducta en beneficio de los miembros de la institución. “Eh, ¡son lumpen! ¿Qué queréis que hagamos?”
Los lectores que duden pueden fijarse en las instituciones sanitarias, las corporaciones aseguradoras, las cadenas hospitalarias, los lobbies de los médicos de EE.UU. Entre ellos han establecido un derecho perfectamente legal para esquilarnos a ti y a mí miles de dólares a su antojo. Que defendamos tan rabiosamente su derecho a despojarnos, a pesar de toda la información disponible en la era digital, desconcierta al mundo.
Hace doscientos años cualquiera habría pensado que el puro volumen de datos disponibles en la era de la información digital produciría estadounidenses informados. Los fundadores de la República, inmersos en la Ilustración y que creían que una ciudadanía informada es vital para la libertad y la democracia, se habrían vuelto locos de alegría ante la perspectiva. Hay que imaginar a Jefferson y Franklin de alta en Google.
La suposición fatal era que los estadounidenses elegirían pensar y aprender, en lugar de escoger a su antojo blogs y canales de televisión para reforzar su elección de ignorancia cultural, consumista, científica o política, pero especialmente política. Tom y Ben nunca habrían imaginado que nos dedicaríamos a buscar espectáculos prefabricados, ciencia basura y excitantes rumores como los  death panels, a Obama como un musulmán socialista y la prueba bíblica de que Adán y Eva montaban dinosaurios en el Paraíso. En una nación que considera que la democracia es equivalente al derecho de cada cual a una opinión, por ridícula que sea, es probable que esto sea inevitable. Después de todo, los estúpidos escogen cosas estúpidas. Por eso se les llama estúpidos.
Pero si añadimos sesenta años de efectos contaminantes de la televisión en la mente, acabamos teniendo 24 millones de estadounidenses que miran a Bristol Palin retorciéndose en Dancing with the Stars, y luego cuando la entrevistan con toda seriedad en las redes de televisión como si fuera una noticia importante. La conclusión inevitable de la mitad del corazón de EE.UU. es que su mamá debe ser seguramente material presidencial, a pesar de que Bristol no sabe bailar. No es un cuadro edificante en Chattanooga y Keokuk.
La otra mitad, la mitad liberal, concluye que el que Bristol baile mal debe formar parte del plan de su diabólica madre para apoderarse del país, y ganar millones al hacerlo, por no hablar de enriquecer aún más a Tina Fey y a Jon Stewart. Es algo difícil para una mujer con cerebro de ardilla que pidió recientemente a un presidente negro que “refudiara” a la NAACP [Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color] (aunque en cierto modo yo también la ‘refudio’). La estupidez cultural es virtulamente responsable de cada aspecto de Sarah Palin, como persona y como icono político. Lo que, después de todo, puede ser un motivo bastante bueno para no “subestimarla”. A fin de cuentas, todavía hablamos de ella en ambos campos políticos. Y la mujer es DUEÑA de Huffington Post, por amor de Dios. Y no hablemos de una franquicia de la ignorancia cultural. 
La estupidez cultural podría no ser tan mala si no fuera autorreproductiva y vírica, y propensa a colocar a gente estúpida en el poder. Todos nosotros, en algún momento, hemos mirado a un jefe y nos hemos preguntado cómo un torpe semejante pudo llegar a hacerse cargo del lugar.
En mi propio campo, el negocio de los libros, a los máximos buhoneros en ventas y mercadeo, vendedores de coches con grados universitarios, se les pone a cargo de editar la literatura nacional. De la misma manera, los generales del Pentágono pasan de matar bebés morenos en Iraq a ser presidentes de universidades y directores ejecutivos. En sentido opuesto, dirigentes empresariales como Donald Rumsfeld que se consideran comandantes en el campo de batalla e imaginan que sus empleados son tropas que deben ser “desplegadas”, se encuentran felices ventoseando detrás de los escritorios en el Pentágono. Sobre la base de su malentendido de que El arte de la guerra de Sun Tzu sería un libro de negocios, son seleccionados por dirigentes nacionales igualmente ilusionados para lanzar una guerra real en nombre de los demás.
Pero el daño más amplio se hace a niveles operativos más mundanos del imperio estadounidense por los clones del imbécil más promocionado en la oficina de la esquina en la que trabajas. Por lo menos un estudio demostró que la selección aleatoria para promociones corporativas contrarresta significativamente el efecto. Y la investigación vuelve a confirmar lo que es de dominio público en cada bebedero de los sitios de trabajo del país.
Guárdenme mi sitio en el gulag. Voy a Wal-Mart
La ignorancia cultural de uno u otro tipo se apoya y alimenta en cierta medida en todas las sociedades, porque la mayoría obtiene beneficio material de su mantenimiento. Los estadounidenses, por ejemplo, obtienen beneficios en el terreno de la ignorancia cultural –especialmente los Babbit de clase media– de la ignorancia cultural generada por el híper-capitalismo estadounidense en forma de riqueza basura.
La ignorancia intencionada nos permite gozar de mercancías más baratas producidas mediante el trabajo esclavo en el extranjero, y cada vez más en el interior, y sin embargo damos “gracias a dios por su prodigalidad” en las iglesias de la nación sin una traza de culpa o ironía. Permite el robo brutal de los recursos y bienes de naciones más débiles, por no hablar de la destrucción capitalista en su fase final –agotando todos los recursos del planeta que sustentan la vida humana.
La defensa estadounidense, en esas raras ocasiones en la que se presenta, dice aproximadamente: “Bueno, hijueputa comunista, yo nunca he visto una maquila y no tengo a chicos asiáticos encadenados en el sótano. Por lo tanto tengo lo que el gobierno llama denegación plausible. ¡Anda y jódete!”
Uh, no mires ahora, pero los "banc-didos" son tus dueños, tu país se ha convertido en un gulag de trabajo/Estado policial y la mayor parte del mundo te odia.
Un clima intelectual estadounidense tan próspero posibilita que las elites capitalistas retengan y racionen recursos vitales como la atención sanitaria, simplemente subastándola a los ricos. Los estadounidenses no lo llegan a comprender porque el hecho más importante (que un montón de gente no puede permitirse el lujo de la oferta y por eso muere temprano) nunca recibe la misma oportunidad que la propaganda política capitalista, es decir, que si damos atención médica gratuita a bebés de bajos ingresos con labio leporino, una ola de leninismo se apoderará de la nación. Es ignorancia cultural. La inhalamos todos los días.
Pero que los estadounidenses demasiado pobres para comprar atención sanitaria voten por mantener el proceso de subasta corporativo, es estupidez cultural.
(Detengámonos un instante para mesarnos los cabellos y gritar ¡¡¡AAAAAAGGGGGHHHHH!!!)
Como dice la vieja canción: “Decidles que no saben, no saben, no saben”. Me atrevo a decir que incluso si lo supieran, no sabrían por qué. Las verdades elementales se nos escapan por la afluencia de basura y la propaganda. Nos entierran bajo un diluvio de mercancías que sugieren que todos somos ricos, o por lo menos más ricos que la mayor parte del mundo. Una montaña de zapatos baratos, coches, iPods, cantidades ridículas de alimentos preparados y todo el espectáculo de la congestión definen, y se imponen, como “calidad de la vida” bajo el capitalismo de mercancías materialistas. Los bienes que tenemos en nuestras garras triunfan sobre lo filosófico e incluso de las principales consideraciones prácticas. “¡Podré morir temprano por comer subproductos vacunos no identificados bañados en desechos de productos químicos, pero moriré dueño de una televisión de alta definición de 65 pulgadas y un Dodge Durango nuevo automático de cinco velocidades con un Hemi V8 de 5,7 litros bajo el capó!”
Incluso la amenaza de tostar la vida planetaria no basta para liberar a los estadounidenses de esta desconexión. Como señala el profesor emérito de recursos naturales, ecología y biología evolutiva Guy R. McPherson: “un 79,6% de los encuestados en un sondeo de Scientific American no está dispuesto a renunciar ni a un solo centavo para anticiparse al riesgo de un cambio climático catastrófico. Sin duda los lectores de Scientific American están mejor informados que el público en general. Y sin embargo no pagarán nada para evitar la extinción de nuestra especie. En cierto modo, hace que uno se sienta todo acalorado y atontado, ¿verdad?
Oremos para que la próxima generación sea un poquito más perspicaz.
Den electrochoques a los nenes
El “modo de vida estadounidense”, cada vez más sospechoso, últimamente está muy vigilado por soldados y policías en nombre de que se nos mantenga, a los autodefinidos indolentes acostumbrados al lujo, seguros contra un mundo exterior envidioso. Ése que según el consenso cultural es un mundo que ahora mismo se llena los calzoncillos de explosivos y compra pasajes de avión a Moline. La ignorancia cultural dicta que la mejor manera de impedir que los terroristas extranjeros vuelen al país es humillar a los ciudadanos estadounidenses que vuelan al exterior. ¡Vamos, cachéame, manoséame, radiografía mi pene y por amor de dios, no permitas que alguien lleve una botella grande de champú a bordo! En un Estado policial obediente que adora la autoridad, el insulto físico y la vigilancia son demostraciones de seguridad.
También es lucrativo, y no sólo para los fabricantes de escáneres. El alboroto por los escáneres corporales y el manoseo de entrepiernas provee a los medios de combustible excitante para los ratings, aumentando así los costes de la publicidad en la televisión, que se añaden al precio de los productos que compramos. Por lo tanto pagamos para que nos insulten, nos asusten a fondo y para que conformen en secreto nuestra conducta. Bajo el capitalismo al estilo estadounidense, esa cinta de Moebius de la ignorancia cultural se denomina una situación en la que todos ganan.
También nos distrae convenientemente del insulto humano que practicamos diariamente unos contra otros, como resultado de la desinformación cultural fabricada por el Estado –el miedo. Diez años de alertas naranjas y alarmismo tras el 11-S nos han llevado a sacar algunas conclusiones culturales paradójicas.
Desviémonos brevemente hacia una de esas paradojas. Por ejemplo, podemos usar electrochoques [taser] para lograr seguridad y tranquilidad. Sí, no es bonito, pero usar electrochoques contra la ciudadanía es indispensable. Y además, en estos días de alto desempleo, representa un sueldo para alguien –usualmente el tipo que estaba sentado feliz detrás de nosotros en la escuela primaria comiendo tiza.
Con policías con taser en sus manos en miles de escuelas, incluso en escuelas primarias (una manifestación cultural bastante extraña para comenzar), huelga decir que las muertes y heridas infligidas a los escolares conducen a que los abogados especialistas en daños personales griten ¡Eureka! y sueñen con nuevos veleros recreativos anclados en Martha's Vineyard. Son las recompensas del trabajo justiciero mediante ignorancia cultural.
En todo caso, la probabilidad de un suculento litigio se acepta como una compensación satisfactoria para cualquier grito o escrito en los corredores de nuestras escuelas. ¿Qué son 50.000 voltios y un poco de daño en los nervios en comparación con la posibilidad de un subidón en las tarjetas de crédito, mejorar el transporte de la familia y tal vez remodelar la cocina?
Pero tenemos que concentrarnos en el tema de la ignorancia cultural, sobre todo porque escribí el título primero y estoy determinado a mantener una cierta ilusión de un tema, o por lo menos atiborrar de chorradas al lector para que piense que lo hago.
Por lo tanto…
Se puede decir con seguridad que la ignorancia cultural consiste en no formular nunca preguntas racionales y sensatas. Pero también incluye las preguntas extrañas que sí lo son. Por ejemplo, una de las preguntas que se hacen sobre los electrochoques a los escolares es: ¿Cuál es el peso de un niño para poder aplicarle un electrochoque? (Los fabricantes del Taser dicen que 27 kilos.) De alguna manera, según el razonamiento prehistórico de este viejo, suena como la pregunta equivocada, por no hablar de que por su propia naturaleza nos aleja de la realidad cultural.
La verdad es que vivimos en una sociedad que aprueba que se semielectrocute a sus propios niños sobre la base de que no es letal, y por lo tanto no es una verdadera electrocución. Proviene de la misma tendencia de crueldad cultural que piensa que la semiasfixia por waterboarding no es tortura, porque pocas veces es fatal.
No es que sea poco compasivo hacia comunidades estadounidenses que están dispuestas a pagar con dineros públicos las tasers para las escuelas. Han demostrado ampliamente su compromiso afectivo hacia sus niños llevando el creacionismo y la pizza para el desayuno a las escuelas. Pero sigue existiendo la pregunta: “¿A qué tipo de sociedad se le ocurre aplicar electrochoques a sus propios niños?”
Los mafiosos de la información
La tarea del conjunto de nuestras instituciones es administrar la información cultural de manera que se nieguen los aspectos dañinos de las mafias que protegen mediante la legislación y que impulsan mediante la investigación institucional. Por eso la investigación muestra que las microondas de los teléfonos celulares causan pérdida de la memoria a largo plazo en las ratas, pero no dañan a la gente. Evidentemente, somos de un material mamífero diferente, más a prueba de balas.
Nuestro sistema híper-capitalista, mediante el control de nuestra investigación, de las instituciones mediáticas y políticas, expande y disemina sólo la información que genera dinero y transacciones. Evita, deja de lado o sesga la información que no lo hace. Y si nada de esto funciona, la información se exilia a algún rincón del ciberespacio como Daily Kos, donde no puede cambiar el statu quo, pero puede pregonarse como prueba de nuestra libertad de expresión nacional. Y para eso sirven los huevos podridos de los liberales de Internet.
El ciberespacio se siente por naturaleza muy grande por dentro, y sus grupos afines, que se ven a sí mismos en una auto-referencia conjunta y mutua, imaginan que su papel es mayor y más efectivo de lo que es en realidad. Es casi imposible comprenderlo desde dentro de la jaula de las ratas llamada EE.UU., altamente dirigida, tecnológicamente administrada, mercadeada y publicitada. Especialmente cuando los medios de propiedad corporativa nos dicen que es así.
Tomemos las recientes “revelaciones” de WikiLeaks, que conmocionaron al mundo sobre la mezquina miseria y estupidez de Washington, y difícilmente pueden considerarse revelaciones, sólo detalles más amplios de lo que todos ya sabíamos. Vamos a ver, ¿es una revelación que Karzai y todo su gobierno sean un nido de fraudulentos ladrones traicioneros? ¿O que EE.UU. sea hipócrita? ¿O que Angela Merkel sea intelectualmente árida? La principal revelación en el affaire WikiLeaks fue la reacción del gobierno de EE.UU. –de alinear firmemente la política de la libertad de expresión con la de China. Millones de nosotros en los guetos cibernéticos lo veíamos venir, pero nuestros gritos de alarma los lanzamos dentro de la campana hueca del ciberespacio.
Hay que considerar que esto lo escribo fuera de las fronteras y del entorno mediático de EE.UU., donde la gente contempla el desarrollo de la historia de WikiLeaks con más diversión que cualquier otra cosa.
El affaire WikiLeaks seguramente es un seísmo para aquellos cuyos traseros aprovechan las intrigas de la elite diplomático. Pero en el cuadro general no cambiará la manera en los grandes lagartos de la política global, el dinero y la guerra, han hecho negocios desde la época feudal –es decir con un desdén arrogante por todos los demás. El suyo es un sistema antiguo de dominación humana que sólo cambia nombres y metodologías con el paso de los siglos. Dentro de dos años, poco habrá cambiado la vieja historia de los pocos poderosos sobre los numerosos impotentes. En este drama dominante, Obama, Hillary y Julian Assange son protagonistas pasajeros. Ver con tan apasionado interés el sudor, las fétidas maquinaciones de nuestros jefes supremos sólo impide que veamos el cuadro general –que ellos son los protagonistas y nosotros los peones.
A pesar de todo, yo por mi parte estoy a favor de dar a Assange la Médaille militaire, el premio Nobel, 15 vírgenes en el paraíso y mil millones en efectivo como recompensa por su valentía al hacer a la perfección la única cosa significativa que se puede hacer en esta situación –joder momentáneamente el control de la información del gobierno. Pero no es “estimular potencialmente una nueva era de transparencia del gobierno de EE.UU.” (BBC)
Lo que nos hace volver al tema de la ignorancia cultural. Por 10 puntos, ¿por qué se vio obligado a hacer, para comenzar, Julian Assange lo que supuestamente debería haber hecho la prensa mundial?
Boletín: PayPal ha cedido a la presión gubernamental y cerró la cuenta de WikiLeaks para donaciones. Sin embargo, dejan que PayPal mantenga sus clientes de pornografía y prostitución.
El engaño de la transparencia
Es una forma de ignorancia cultural creer que en algún momento hemos tenido el control y que nuestro gobierno ha sido de algún modo más transparente en el pasado. Es comprensible que las sociedades que caen en la obsolescencia se nieguen a mirar hacia adelante y que se adhieran a sus mitologías del pasado. En consecuencia, tanto liberales como conservadores en EE.UU. viven de mitos de acción política que murieron en Vietnam. Los resultados son ridículos. El intento de los seguidores de Tea Party de emular los mítines de protesta de los años sesenta realizando manifestaciones patrocinadas por los beneficiarios más ricos del statu quo. Me imagino que para el participante promedio de Tea Party, el objetivo es “iniciar una nueva Revolución Estadounidense”, lanzando alimentos, gritando, amenazando y votando a cretinos. Los expertos en los medios proclaman que Tea Party es un “movimiento populista histórico”.
Ni populista, ni auténtico, es posible que el Tea Party resulte ser histórico, no obstante, parar joder aún más las cosas. Resultado integral de un espectáculo prefabricado (y por lo tanto carente de filosofía política cohesiva o de lógica interior), el Tea Party da bandazos por el paisaje político gritando a las cámaras y reuniendo a las víctimas de la ignorancia cultural en una especie de cruzada medieval de idiotas. Pero para el público estadounidense, ver al Tea Party en la televisión es prueba suficiente de su relevancia e importancia. Después de todo, las cosas no salen en la televisión a menos que sean importantes.
Los progresistas también tienen ganas de tener una revolución, en la que participan a través de peticiones en Internet y eventos mediáticos como el Rally libre de riesgo de Jon Stewart para Restaurar la Cordura, donde nadie arriesgó nada fuera de perderse un episodio de Tremaine. Verse en televisión fue prueba suficiente de la bondad del combate. A pesar de todo, el rally de Stewart fue histórico desde el punto de vista cultural; nunca veremos un mayor despliegue público de ironía posmoderna que se congratula a sí mismo.
Desde el punto de vista histórico, la ignorancia cultural es más que la ausencia de conocimiento. También es el resultado de una lucha cultural y política a largo plazo. Desde la revolución industrial, la lucha ha sido entre el capital y los trabajadores. El capital venció en EE.UU. y propagó sus tácticas exitosas por todo el mundo. Ahora vemos cómo el capitalismo global arruina al mundo e intenta superar esa destrucción aferrándose a sus ganancias. Un mundo obsequioso se arrodilla frente a él, orando para que los puestos de trabajos destruidos en el planeta caigan en su dirección. ¿Reducirá el capitalismo global irrestricto, con todo el poder y el impulso de su parte y motivado solamente por la cosecha mecánica de beneficios, a las masas anónimas en su camino hacia la esclavitud? ¿Hay quien cague en lo que se come?
Mientras tanto, aquí estamos, pasajeros estadounidenses en el microbús, acelerando hacia el Gran Cañón. Con el típico optimismo estadounidense a punta de pistola, nos convencimos de que vamos en un avión. Unos pocos chicos más inteligentes en la parte trasera murmuran sobre secuestro y de cómo dar media vuelta al bus. Pero el policía con su escopeta sólo acaricia su taser y sonríe. No es que uno mismo tenga el valor de enfrentar al Estado de vigilancia de seguridad. Claro que no. Salté por la ventana cuando el bus pasó por México.
Lo que EE.UU. necesita son pelotas
El jefe del Partido Republicano, Mitch O’Connell, dice que lo que EE.UU. necesita es que los republicanos dejen de darle la paliza a Obama, y que refuercen a los ya ricos eliminando sus impuestos y desplazando la carga sobre nosotros. Obama dice que EE.UU. tiene que encontrar la cooperación bipartidista con el partido de la inclemencia. Elton John dice que EE.UU. necesita más compasión (Gracias, no nos habíamos dado cuenta).
Lo que EE.UU. necesita realmente es una insurrección general de la gente, basada preferentemente en la fuerza y el temor a la fuerza, lo único que comprenden los oligarcas. E incluso en ese caso las probabilidades no son buenas. Los oligarcas tienen todo el poder, la policía, las cárceles y prisiones, la vigilancia y el poder de fuego. Por no hablar de una población dócil.
A falta de una insurrección abierta, una negativa a escala nacional a pagar los impuestos de la renta ciertamente causaría efecto. Pero EE.UU., en su sentido más amplio, está feliz en el sentido de que conoce la felicidad como un régimen inamovible de trabajo, estrés y consumo de mercancías. A pesar de lo que muestran las noticias, la mayoría de los estadounidenses siguen al margen de las ejecuciones hipotecarias, la bancarrota y el desempleo. De modo que arriesgar la pérdida de su ciclo de trabajo-compra-sueño en una insurrección les parece una locura total. Como a las vacas, los mantienen tranquilos en el puro sentido animal de ordeñarlos para obtener ganancias. El confort animal mata todo pensamiento de revolución. Diablos, la mitad de la humanidad se sentiría encantada con el promedio actual de ingresos de los estadounidenses.
Y además, la historia revolucionaria no existe para los estadounidenses. Las exitosas revoluciones del Siglo XX en Rusia, Alemania México, China, y Cuba se han fijado en nuestras mentes como terribles fracasos de la historia, porque todas menos una fueron marxistas. (La única revolución no marxista del Siglo XX, fue la Revolución Cubana de Fidel Castro).
De modo que si hablamos de cambio mediante la revolución, estamos hablando necesariamente de falta de condiciones porque lo que tememos ya tiene una vida en lo profundo de nuestra propia consciencia. El desacondicionamiento de la ignorancia cultural está enl centro de cualquier política insurreccional.
El desacondicionamiento también implica riesgo y sufrimiento. Pero es transformador, libera el ser de la impotencia y del miedo. Da rienda suelta a la quinta libertad, la libertad a una conciencia autónoma. Eso convierte el desacondicionamiento en algo como un acto tan individual y personal como sea posible. Tal vez el único auténtico acto individual.
Una vez libre de trabas por la ignorancia cultural auto-inducida y prefabricada, queda claro que la política en todo el mundo tiene que ver enteramente con dinero, poder y mitología nacional, con o sin algún grado de derechos humanos. EE.UU. tiene todavía todo lo mencionado en uno u otro grado. Sin embargo, para todos los efectos prácticos, como hacer progresar la libertad y el bienestar de su propio pueblo, la república estadounidense ha colapsado.
Desde luego, los que ya son ricos pueden seguir ganando dinero. También el millón o algo así de personas que son dueñas del país, y el gobierno utiliza su control para convencernos de que no hay un colapso, sólo problemas económicos y políticos que deben resolverse. Naturalmente, está dispuesto a hacerlo por nuestra cuenta. En consecuencia, se discute la economía en términos políticos, porque el gobierno es el único organismo con el poder para legislar, y por ello transforma en ley la voluntad de la clase propietaria.
Pero la política y el dinero nunca podrán llenar lo que es esencialmente un vacío público moral, filosófico y espiritual. (Esto último fue instantáneamente reconocido por cristianos fundamentalistas, por desfigurados por la ignorancia cultural que puedan estar) No hay muchos estadounidenses de a pie que hablen de este vacío. El lenguaje espiritual y filosófico necesario ha sido purgado exitosamente por la neolengua, la cultura popular, un proceso de uniformización humana disfrazado de sistema nacional de educación, y la inclemencia de la competencia diaria, que no deja tiempo para pensar en alguna cosa.
Y a pesar de todo el vacío, la falta de sentido del trabajo ordinario y la vacuidad de la vida diaria asustan extremadamente a los ciudadanos que piensan en las numerosas atrocidades incalificables, cámaras espía, pronunciamientos del Estado de seguridad, desaparición económica de ciudadanos y una intranquilidad general oculta. La maquinaria anónima del capitalismo ha colonizado nuestras propias almas. Si lo político no fue personal desde el comienzo, lo es ahora.
Algunos estadounidenses creen que podemos triunfar colectivamente sobre el monolito al que tememos y adoramos actualmente. Otros creen que lo mejor que podemos hacer es encontrar la fortaleza personal para aguantar y seguir adelante por las solitarias llanuras interiores del ser.
Hacer una de las dos cosas requerirá una liberación moral, intelectual y espiritual interior. Todo depende del sitio elegido para librar la batalla. O incluso de si se decide librarla. Pero una cosa es segura. La única manera de salir está en el interior.
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Joe Bageant es autor del libro: Deer Hunting With Jesus: Dispatches from America's Class War. (Random House Crown), sobre la clase trabajadora de EE.UU. También colabora en Red State Rebels: Tales of Grassroots Resistance from the Heartland (AK Press). Un archivo completo de su trabajo en línea, junto con los pensamientos de numerosos trabajadores estadounidenses sobre el tema de las clases puede ser encontrado en ColdType y en el sitio en la red de Joe Bageant: joebageant.com

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