Traducido para Rebelión por Germán Leyens y revisado por Caty R.
Si uno pasa mucho tiempo con gente que piensa, la conversación
termina por pasar al tema de los serios problemas políticos y culturales
de nuestros tiempos. Como por ejemplo: ¿Cómo pueden ser tan
descerebrados sistemáticamente los estadounidenses? Gran parte del
mundo, y numerosos estadounidenses, se hace esa pregunta al ver como la
cultura de EE.UU. cae como un mastodonte apaleado que se desploma en un
pozo de brea del Pleistoceno.
Una explicación podría ser el
efecto de 40 años de pulpa industrial de pollo frita en abundante aceite
y gaseosa Big Gulp de más de 1 litro. Otra podría ser la cultura pop,
que no es cultura en absoluto, claro está, sino mercadeo. O podríamos
culpar al autismo digital: ¿Habéis observado a los simios informáticos
en el subte pinchando sus artefactos digitales, acariciando sus
pantallas táctiles durante horas? ¿Esas crispadas cejas neolíticas sobre
esos ojos rojos entrecerrados?
Pero una explicación más
razonable es que: (A) ni siquiera sabemos lo que estamos haciendo, y (B)
nos aferramos a instituciones que se dedican a asegurar que nunca lo
descubramos.
Como demostró genialmente William Edwards Deming,
ningún sistema puede entenderse a sí mismo ni por qué hace lo que hace,
incluido el sistema social estadounidense. Sin saber nada de por qué su
sociedad hace lo que hace debido a un caso bastante horrible de
intranquilidad existencial. Por lo tanto creamos instituciones cuya
función es pretender que lo saben y así todos nos sentimos mejor. Por
desgracia, también hace que los más sabios de entre nosotros –esas
elites que dirigen las instituciones– sean muy ricos, o estén a salvo de
las vicisitudes que afectan al resto de nosotros.
Directa o
indirectamente comprenden que la verdadera función de las instituciones
sociales de EE.UU. es justificar, racionalizar y ocultar el verdadero
propósito de la conducta cultural del lumpenproletariat y conformar la conducta en beneficio de los miembros de la institución. “Eh, ¡son lumpen! ¿Qué queréis que hagamos?”
Los
lectores que duden pueden fijarse en las instituciones sanitarias, las
corporaciones aseguradoras, las cadenas hospitalarias, los lobbies de
los médicos de EE.UU. Entre ellos han establecido un derecho
perfectamente legal para esquilarnos a ti y a mí miles de dólares a su
antojo. Que defendamos tan rabiosamente su derecho a despojarnos, a
pesar de toda la información disponible en la era digital, desconcierta
al mundo.
Hace doscientos años cualquiera habría pensado que el
puro volumen de datos disponibles en la era de la información digital
produciría estadounidenses informados. Los fundadores de la República,
inmersos en la Ilustración y que creían que una ciudadanía informada es
vital para la libertad y la democracia, se habrían vuelto locos de
alegría ante la perspectiva. Hay que imaginar a Jefferson y Franklin de
alta en Google.
La suposición fatal era que los estadounidenses
elegirían pensar y aprender, en lugar de escoger a su antojo blogs y
canales de televisión para reforzar su elección de ignorancia cultural,
consumista, científica o política, pero especialmente política. Tom y
Ben nunca habrían imaginado que nos dedicaríamos a buscar espectáculos
prefabricados, ciencia basura y excitantes rumores como los death panels, a Obama
como un musulmán socialista y la prueba bíblica de que Adán y Eva
montaban dinosaurios en el Paraíso. En una nación que considera que la
democracia es equivalente al derecho de cada cual a una opinión, por
ridícula que sea, es probable que esto sea inevitable. Después de todo,
los estúpidos escogen cosas estúpidas. Por eso se les llama estúpidos.
Pero
si añadimos sesenta años de efectos contaminantes de la televisión en
la mente, acabamos teniendo 24 millones de estadounidenses que miran a
Bristol Palin retorciéndose en Dancing with the Stars, y luego cuando la
entrevistan con toda seriedad en las redes de televisión como si fuera
una noticia importante. La conclusión inevitable de la mitad del corazón
de EE.UU. es que su mamá debe ser seguramente material presidencial, a
pesar de que Bristol no sabe bailar. No es un cuadro edificante en
Chattanooga y Keokuk.
La otra mitad, la mitad liberal, concluye
que el que Bristol baile mal debe formar parte del plan de su diabólica
madre para apoderarse del país, y ganar millones al hacerlo, por no
hablar de enriquecer aún más a Tina Fey y a Jon Stewart. Es algo difícil
para una mujer con cerebro de ardilla que pidió recientemente a un
presidente negro que “refudiara” a la NAACP [Asociación Nacional para el
Progreso de la Gente de Color] (aunque en cierto modo yo también la
‘refudio’). La estupidez cultural es virtulamente responsable de cada
aspecto de Sarah Palin, como persona y como icono político. Lo que,
después de todo, puede ser un motivo bastante bueno para no
“subestimarla”. A fin de cuentas, todavía hablamos de ella en ambos
campos políticos. Y la mujer es DUEÑA de Huffington Post, por amor de Dios. Y no hablemos de una franquicia de la ignorancia cultural.
La
estupidez cultural podría no ser tan mala si no fuera autorreproductiva
y vírica, y propensa a colocar a gente estúpida en el poder. Todos
nosotros, en algún momento, hemos mirado a un jefe y nos
hemos preguntado cómo un torpe semejante pudo llegar a hacerse cargo del
lugar.
En mi propio campo, el negocio de los libros, a los
máximos buhoneros en ventas y mercadeo, vendedores de coches con grados
universitarios, se les pone a cargo de editar la literatura nacional. De
la misma manera, los generales del Pentágono pasan de matar bebés
morenos en Iraq a ser presidentes de universidades y directores
ejecutivos. En sentido opuesto, dirigentes empresariales como Donald
Rumsfeld que se consideran comandantes en el campo de batalla e imaginan
que sus empleados son tropas que deben ser “desplegadas”, se encuentran
felices ventoseando detrás de los escritorios en el Pentágono. Sobre la
base de su malentendido de que El arte de la guerra de Sun Tzu
sería un libro de negocios, son seleccionados por dirigentes nacionales
igualmente ilusionados para lanzar una guerra real en nombre de los
demás.
Pero el daño más amplio se hace a niveles operativos más
mundanos del imperio estadounidense por los clones del imbécil más
promocionado en la oficina de la esquina en la que trabajas. Por lo
menos un estudio demostró que la selección aleatoria para promociones
corporativas contrarresta significativamente el efecto. Y la
investigación vuelve a confirmar lo que es de dominio público en cada
bebedero de los sitios de trabajo del país.
Guárdenme mi sitio en el gulag. Voy a Wal-Mart
La
ignorancia cultural de uno u otro tipo se apoya y alimenta en cierta
medida en todas las sociedades, porque la mayoría obtiene beneficio
material de su mantenimiento. Los estadounidenses, por ejemplo, obtienen
beneficios en el terreno de la ignorancia cultural –especialmente los Babbit de clase media– de la ignorancia cultural generada por el híper-capitalismo estadounidense en forma de riqueza basura.
La
ignorancia intencionada nos permite gozar de mercancías más baratas
producidas mediante el trabajo esclavo en el extranjero, y cada vez más
en el interior, y sin embargo damos “gracias a dios por su prodigalidad”
en las iglesias de la nación sin una traza de culpa o ironía. Permite
el robo brutal de los recursos y bienes de naciones más débiles, por no
hablar de la destrucción capitalista en su fase final –agotando todos
los recursos del planeta que sustentan la vida humana.
La defensa
estadounidense, en esas raras ocasiones en la que se presenta, dice
aproximadamente: “Bueno, hijueputa comunista, yo nunca he visto una
maquila y no tengo a chicos asiáticos encadenados en el sótano. Por lo
tanto tengo lo que el gobierno llama denegación plausible. ¡Anda y
jódete!”
Uh, no mires ahora, pero los "banc-didos" son tus
dueños, tu país se ha convertido en un gulag de trabajo/Estado policial y
la mayor parte del mundo te odia.
Un clima intelectual
estadounidense tan próspero posibilita que las elites capitalistas
retengan y racionen recursos vitales como la atención sanitaria,
simplemente subastándola a los ricos. Los estadounidenses no lo llegan a
comprender porque el hecho más importante (que un montón de gente no
puede permitirse el lujo de la oferta y por eso muere temprano) nunca
recibe la misma oportunidad que la propaganda política capitalista, es
decir, que si damos atención médica gratuita a bebés de bajos ingresos
con labio leporino, una ola de leninismo se apoderará de la nación. Es
ignorancia cultural. La inhalamos todos los días.
Pero que los
estadounidenses demasiado pobres para comprar atención sanitaria voten
por mantener el proceso de subasta corporativo, es estupidez cultural.
(Detengámonos un instante para mesarnos los cabellos y gritar ¡¡¡AAAAAAGGGGGHHHHH!!!)
Como
dice la vieja canción: “Decidles que no saben, no saben, no saben”. Me
atrevo a decir que incluso si lo supieran, no sabrían por qué. Las
verdades elementales se nos escapan por la afluencia de basura y la
propaganda. Nos entierran bajo un diluvio de mercancías que sugieren que
todos somos ricos, o por lo menos más ricos que la mayor parte del
mundo. Una montaña de zapatos baratos, coches, iPods, cantidades
ridículas de alimentos preparados y todo el espectáculo de la congestión
definen, y se imponen, como “calidad de la vida” bajo el capitalismo de
mercancías materialistas. Los bienes que tenemos en nuestras garras
triunfan sobre lo filosófico e incluso de las principales
consideraciones prácticas. “¡Podré morir temprano por comer subproductos
vacunos no identificados bañados en desechos de productos químicos,
pero moriré dueño de una televisión de alta definición de 65 pulgadas y
un Dodge Durango nuevo automático de cinco velocidades con un Hemi V8 de
5,7 litros bajo el capó!”
Incluso la amenaza de tostar la vida
planetaria no basta para liberar a los estadounidenses de esta
desconexión. Como señala el profesor emérito de recursos naturales,
ecología y biología evolutiva Guy R. McPherson: “un 79,6% de los
encuestados en un sondeo de Scientific American no está dispuesto
a renunciar ni a un solo centavo para anticiparse al riesgo de un
cambio climático catastrófico. Sin duda los lectores de Scientific American
están mejor informados que el público en general. Y sin embargo no
pagarán nada para evitar la extinción de nuestra especie. En cierto
modo, hace que uno se sienta todo acalorado y atontado, ¿verdad?
Oremos para que la próxima generación sea un poquito más perspicaz.
Den electrochoques a los nenes
El
“modo de vida estadounidense”, cada vez más sospechoso, últimamente
está muy vigilado por soldados y policías en nombre de que se nos
mantenga, a los autodefinidos indolentes acostumbrados al lujo, seguros
contra un mundo exterior envidioso. Ése que según el consenso cultural
es un mundo que ahora mismo se llena los calzoncillos de explosivos y
compra pasajes de avión a Moline. La ignorancia cultural dicta que la
mejor manera de impedir que los terroristas extranjeros vuelen al país
es humillar a los ciudadanos estadounidenses que vuelan al exterior.
¡Vamos, cachéame, manoséame, radiografía mi pene y por amor de dios, no
permitas que alguien lleve una botella grande de champú a bordo! En un
Estado policial obediente que adora la autoridad, el insulto físico y la
vigilancia son demostraciones de seguridad.
También es
lucrativo, y no sólo para los fabricantes de escáneres. El alboroto por
los escáneres corporales y el manoseo de entrepiernas provee a los
medios de combustible excitante para los ratings, aumentando
así los costes de la publicidad en la televisión, que se añaden al
precio de los productos que compramos. Por lo tanto pagamos para que nos
insulten, nos asusten a fondo y para que conformen en secreto nuestra
conducta. Bajo el capitalismo al estilo estadounidense, esa cinta de
Moebius de la ignorancia cultural se denomina una situación en la que
todos ganan.
También nos distrae convenientemente del insulto
humano que practicamos diariamente unos contra otros, como resultado de
la desinformación cultural fabricada por el Estado –el miedo. Diez años
de alertas naranjas y alarmismo tras el 11-S nos han llevado a sacar
algunas conclusiones culturales paradójicas.
Desviémonos brevemente hacia una de esas paradojas. Por ejemplo, podemos usar electrochoques [taser]
para lograr seguridad y tranquilidad. Sí, no es bonito, pero usar
electrochoques contra la ciudadanía es indispensable. Y además, en estos
días de alto desempleo, representa un sueldo para alguien –usualmente
el tipo que estaba sentado feliz detrás de nosotros en la escuela
primaria comiendo tiza.
Con policías con taser en sus
manos en miles de escuelas, incluso en escuelas primarias (una
manifestación cultural bastante extraña para comenzar), huelga decir que
las muertes y heridas infligidas a los escolares conducen a que los
abogados especialistas en daños personales griten ¡Eureka! y sueñen con
nuevos veleros recreativos anclados en Martha's Vineyard. Son las
recompensas del trabajo justiciero mediante ignorancia cultural.
En
todo caso, la probabilidad de un suculento litigio se acepta como una
compensación satisfactoria para cualquier grito o escrito en los
corredores de nuestras escuelas. ¿Qué son 50.000 voltios y un poco de
daño en los nervios en comparación con la posibilidad de un subidón
en las tarjetas de crédito, mejorar el transporte de la familia y tal
vez remodelar la cocina?
Pero tenemos que concentrarnos en el
tema de la ignorancia cultural, sobre todo porque escribí el título
primero y estoy determinado a mantener una cierta ilusión de un tema, o
por lo menos atiborrar de chorradas al lector para que piense que lo
hago.
Por lo tanto…
Se puede decir con seguridad que la
ignorancia cultural consiste en no formular nunca preguntas racionales y
sensatas. Pero también incluye las preguntas extrañas que sí lo son.
Por ejemplo, una de las preguntas que se hacen sobre los electrochoques a
los escolares es: ¿Cuál es el peso de un niño para poder aplicarle un
electrochoque? (Los fabricantes del Taser dicen que 27 kilos.) De alguna
manera, según el razonamiento prehistórico de este viejo, suena como la
pregunta equivocada, por no hablar de que por su propia naturaleza nos
aleja de la realidad cultural.
La verdad es que vivimos en una
sociedad que aprueba que se semielectrocute a sus propios niños sobre la
base de que no es letal, y por lo tanto no es una verdadera
electrocución. Proviene de la misma tendencia de crueldad cultural que
piensa que la semiasfixia por waterboarding no es tortura, porque pocas veces es fatal.
No es que sea poco compasivo hacia comunidades estadounidenses que están dispuestas a pagar con dineros públicos las tasers
para las escuelas. Han demostrado ampliamente su compromiso afectivo
hacia sus niños llevando el creacionismo y la pizza para el desayuno a
las escuelas. Pero sigue existiendo la pregunta: “¿A qué tipo de
sociedad se le ocurre aplicar electrochoques a sus propios niños?”
Los mafiosos de la información
La
tarea del conjunto de nuestras instituciones es administrar la
información cultural de manera que se nieguen los aspectos dañinos de
las mafias que protegen mediante la legislación y que impulsan mediante
la investigación institucional. Por eso la investigación muestra que las
microondas de los teléfonos celulares causan pérdida de la memoria a
largo plazo en las ratas, pero no dañan a la gente. Evidentemente, somos
de un material mamífero diferente, más a prueba de balas.
Nuestro
sistema híper-capitalista, mediante el control de nuestra
investigación, de las instituciones mediáticas y políticas, expande y
disemina sólo la información que genera dinero y transacciones. Evita,
deja de lado o sesga la información que no lo hace. Y si nada de esto
funciona, la información se exilia a algún rincón del ciberespacio como Daily Kos,
donde no puede cambiar el statu quo, pero puede pregonarse como prueba
de nuestra libertad de expresión nacional. Y para eso sirven los huevos
podridos de los liberales de Internet.
El ciberespacio se siente
por naturaleza muy grande por dentro, y sus grupos afines, que se ven a
sí mismos en una auto-referencia conjunta y mutua, imaginan que su papel
es mayor y más efectivo de lo que es en realidad. Es casi imposible
comprenderlo desde dentro de la jaula de las ratas llamada EE.UU.,
altamente dirigida, tecnológicamente administrada, mercadeada y
publicitada. Especialmente cuando los medios de propiedad corporativa
nos dicen que es así.
Tomemos las recientes “revelaciones” de WikiLeaks, que
conmocionaron al mundo sobre la mezquina miseria y estupidez de
Washington, y difícilmente pueden considerarse revelaciones, sólo
detalles más amplios de lo que todos ya sabíamos. Vamos a ver, ¿es una
revelación que Karzai y todo su gobierno sean un nido de fraudulentos
ladrones traicioneros? ¿O que EE.UU. sea hipócrita? ¿O que Angela Merkel
sea intelectualmente árida? La principal revelación en el affaire WikiLeaks
fue la reacción del gobierno de EE.UU. –de alinear firmemente la
política de la libertad de expresión con la de China. Millones de
nosotros en los guetos cibernéticos lo veíamos venir, pero nuestros
gritos de alarma los lanzamos dentro de la campana hueca del
ciberespacio.
Hay que considerar que esto lo escribo fuera de las
fronteras y del entorno mediático de EE.UU., donde la gente contempla
el desarrollo de la historia de WikiLeaks con más diversión que cualquier otra cosa.
El affaire WikiLeaks seguramente
es un seísmo para aquellos cuyos traseros aprovechan las intrigas de la
elite diplomático. Pero en el cuadro general no cambiará la manera en
los grandes lagartos de la política global, el dinero y la guerra, han
hecho negocios desde la época feudal –es decir con un desdén arrogante
por todos los demás. El suyo es un sistema antiguo de dominación humana
que sólo cambia nombres y metodologías con el paso de los siglos. Dentro
de dos años, poco habrá cambiado la vieja historia de los pocos
poderosos sobre los numerosos impotentes. En este drama dominante,
Obama, Hillary y Julian Assange son protagonistas pasajeros. Ver con tan
apasionado interés el sudor, las fétidas maquinaciones de nuestros
jefes supremos sólo impide que veamos el cuadro general –que ellos son
los protagonistas y nosotros los peones.
A pesar de todo, yo por mi parte estoy a favor de dar a Assange la Médaille militaire,
el premio Nobel, 15 vírgenes en el paraíso y mil millones en efectivo
como recompensa por su valentía al hacer a la perfección la única cosa
significativa que se puede hacer en esta situación –joder
momentáneamente el control de la información del gobierno. Pero no es
“estimular potencialmente una nueva era de transparencia del gobierno de
EE.UU.” (BBC)
Lo que nos hace volver al tema de la
ignorancia cultural. Por 10 puntos, ¿por qué se vio obligado a hacer,
para comenzar, Julian Assange lo que supuestamente debería haber hecho
la prensa mundial?
Boletín: PayPal ha cedido a la presión gubernamental y cerró la cuenta de WikiLeaks para donaciones. Sin embargo, dejan que PayPal mantenga sus clientes de pornografía y prostitución.
El engaño de la transparencia
Es
una forma de ignorancia cultural creer que en algún momento hemos
tenido el control y que nuestro gobierno ha sido de algún modo más
transparente en el pasado. Es comprensible que las sociedades que caen
en la obsolescencia se nieguen a mirar hacia adelante y que se adhieran a
sus mitologías del pasado. En consecuencia, tanto liberales como
conservadores en EE.UU. viven de mitos de acción política que murieron
en Vietnam. Los resultados son ridículos. El intento de los seguidores
de Tea Party de emular los mítines de protesta de los años sesenta
realizando manifestaciones patrocinadas por los beneficiarios más ricos
del statu quo. Me imagino que para el participante promedio de
Tea Party, el objetivo es “iniciar una nueva Revolución Estadounidense”,
lanzando alimentos, gritando, amenazando y votando a cretinos. Los
expertos en los medios proclaman que Tea Party es un “movimiento
populista histórico”.
Ni populista, ni auténtico, es posible que
el Tea Party resulte ser histórico, no obstante, parar joder aún más las
cosas. Resultado integral de un espectáculo prefabricado (y por lo
tanto carente de filosofía política cohesiva o de lógica interior), el
Tea Party da bandazos por el paisaje político gritando a las cámaras y
reuniendo a las víctimas de la ignorancia cultural en una especie de
cruzada medieval de idiotas. Pero para el público estadounidense, ver al
Tea Party en la televisión es prueba suficiente de su relevancia e
importancia. Después de todo, las cosas no salen en la televisión a
menos que sean importantes.
Los progresistas también tienen ganas
de tener una revolución, en la que participan a través de peticiones en
Internet y eventos mediáticos como el Rally libre de riesgo de Jon Stewart para Restaurar la Cordura, donde nadie arriesgó nada fuera de perderse un episodio de Tremaine. Verse en televisión fue prueba suficiente de la bondad del combate. A pesar de todo, el rally
de Stewart fue histórico desde el punto de vista cultural; nunca
veremos un mayor despliegue público de ironía posmoderna que se
congratula a sí mismo.
Desde el punto de vista histórico, la
ignorancia cultural es más que la ausencia de conocimiento. También es
el resultado de una lucha cultural y política a largo plazo. Desde la
revolución industrial, la lucha ha sido entre el capital y los
trabajadores. El capital venció en EE.UU. y propagó sus tácticas
exitosas por todo el mundo. Ahora vemos cómo el capitalismo global
arruina al mundo e intenta superar esa destrucción aferrándose a sus
ganancias. Un mundo obsequioso se arrodilla frente a él, orando para que
los puestos de trabajos destruidos en el planeta caigan en su
dirección. ¿Reducirá el capitalismo global irrestricto, con todo el
poder y el impulso de su parte y motivado solamente por la cosecha
mecánica de beneficios, a las masas anónimas en su camino hacia la
esclavitud? ¿Hay quien cague en lo que se come?
Mientras tanto,
aquí estamos, pasajeros estadounidenses en el microbús, acelerando hacia
el Gran Cañón. Con el típico optimismo estadounidense a punta de
pistola, nos convencimos de que vamos en un avión. Unos pocos chicos más
inteligentes en la parte trasera murmuran sobre secuestro y de cómo dar
media vuelta al bus. Pero el policía con su escopeta sólo acaricia su taser
y sonríe. No es que uno mismo tenga el valor de enfrentar al Estado de
vigilancia de seguridad. Claro que no. Salté por la ventana cuando el
bus pasó por México.
Lo que EE.UU. necesita son pelotas
El
jefe del Partido Republicano, Mitch O’Connell, dice que lo que EE.UU.
necesita es que los republicanos dejen de darle la paliza a Obama, y que
refuercen a los ya ricos eliminando sus impuestos y desplazando la
carga sobre nosotros. Obama dice que EE.UU. tiene que encontrar la
cooperación bipartidista con el partido de la inclemencia. Elton John
dice que EE.UU. necesita más compasión (Gracias, no nos habíamos dado
cuenta).
Lo que EE.UU. necesita realmente es una insurrección
general de la gente, basada preferentemente en la fuerza y el temor a la
fuerza, lo único que comprenden los oligarcas. E incluso en ese caso
las probabilidades no son buenas. Los oligarcas tienen todo el poder, la
policía, las cárceles y prisiones, la vigilancia y el poder de fuego.
Por no hablar de una población dócil.
A falta de una insurrección
abierta, una negativa a escala nacional a pagar los impuestos de la
renta ciertamente causaría efecto. Pero EE.UU., en su sentido más
amplio, está feliz en el sentido de que conoce la felicidad como un
régimen inamovible de trabajo, estrés y consumo de mercancías. A pesar
de lo que muestran las noticias, la mayoría de los estadounidenses
siguen al margen de las ejecuciones hipotecarias, la bancarrota y el
desempleo. De modo que arriesgar la pérdida de su ciclo de
trabajo-compra-sueño en una insurrección les parece una locura total.
Como a las vacas, los mantienen tranquilos en el puro sentido animal de
ordeñarlos para obtener ganancias. El confort animal mata todo
pensamiento de revolución. Diablos, la mitad de la humanidad se sentiría
encantada con el promedio actual de ingresos de los estadounidenses.
Y
además, la historia revolucionaria no existe para los estadounidenses.
Las exitosas revoluciones del Siglo XX en Rusia, Alemania México, China,
y Cuba se han fijado en nuestras mentes como terribles fracasos de la
historia, porque todas menos una fueron marxistas. (La única revolución
no marxista del Siglo XX, fue la Revolución Cubana de Fidel Castro).
De
modo que si hablamos de cambio mediante la revolución, estamos hablando
necesariamente de falta de condiciones porque lo que tememos ya tiene
una vida en lo profundo de nuestra propia consciencia. El
desacondicionamiento de la ignorancia cultural está enl centro de
cualquier política insurreccional.
El desacondicionamiento
también implica riesgo y sufrimiento. Pero es transformador, libera el
ser de la impotencia y del miedo. Da rienda suelta a la quinta libertad,
la libertad a una conciencia autónoma. Eso convierte el
desacondicionamiento en algo como un acto tan individual y personal como
sea posible. Tal vez el único auténtico acto individual.
Una vez
libre de trabas por la ignorancia cultural auto-inducida y
prefabricada, queda claro que la política en todo el mundo tiene que ver
enteramente con dinero, poder y mitología nacional, con o sin algún
grado de derechos humanos. EE.UU. tiene todavía todo lo mencionado en
uno u otro grado. Sin embargo, para todos los efectos prácticos, como
hacer progresar la libertad y el bienestar de su propio pueblo, la
república estadounidense ha colapsado.
Desde luego, los que ya
son ricos pueden seguir ganando dinero. También el millón o algo así de
personas que son dueñas del país, y el gobierno utiliza su control para
convencernos de que no hay un colapso, sólo problemas económicos y
políticos que deben resolverse. Naturalmente, está dispuesto a hacerlo
por nuestra cuenta. En consecuencia, se discute la economía en términos
políticos, porque el gobierno es el único organismo con el poder para
legislar, y por ello transforma en ley la voluntad de la clase
propietaria.
Pero la política y el dinero nunca podrán llenar lo
que es esencialmente un vacío público moral, filosófico y espiritual.
(Esto último fue instantáneamente reconocido por cristianos
fundamentalistas, por desfigurados por la ignorancia cultural que puedan
estar) No hay muchos estadounidenses de a pie que hablen de este vacío.
El lenguaje espiritual y filosófico necesario ha sido purgado
exitosamente por la neolengua, la cultura popular, un proceso de
uniformización humana disfrazado de sistema nacional de educación, y la
inclemencia de la competencia diaria, que no deja tiempo para pensar en
alguna cosa.
Y a pesar de todo el vacío, la falta de sentido del
trabajo ordinario y la vacuidad de la vida diaria asustan extremadamente
a los ciudadanos que piensan en las numerosas atrocidades
incalificables, cámaras espía, pronunciamientos del Estado de seguridad,
desaparición económica de ciudadanos y una intranquilidad general
oculta. La maquinaria anónima del capitalismo ha colonizado nuestras
propias almas. Si lo político no fue personal desde el comienzo, lo es
ahora.
Algunos estadounidenses creen que podemos triunfar
colectivamente sobre el monolito al que tememos y adoramos actualmente.
Otros creen que lo mejor que podemos hacer es encontrar la fortaleza
personal para aguantar y seguir adelante por las solitarias llanuras
interiores del ser.
Hacer una de las dos cosas requerirá una
liberación moral, intelectual y espiritual interior. Todo depende del
sitio elegido para librar la batalla. O incluso de si se
decide librarla. Pero una cosa es segura. La única manera de salir está
en el interior.
.....
Joe Bageant es autor del libro: Deer Hunting With Jesus: Dispatches from America's Class War. (Random House Crown), sobre la clase trabajadora de EE.UU. También colabora en Red State Rebels: Tales of Grassroots Resistance from the Heartland
(AK Press). Un archivo completo de su trabajo en línea, junto con los
pensamientos de numerosos trabajadores estadounidenses sobre el tema de
las clases puede ser encontrado en ColdType y en el sitio en la red de Joe Bageant: joebageant.com
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