
Por Eduardo Febbro  Publicado en: 
Red filosofica del Uruguay  Desde París
   La velocidad destruye. En una suerte de paradoja vinculante donde se  combinan el progreso y la catástrofe, la velocidad y su corolario de  soportes técnicos han interconectado al mundo al mismo tiempo que creado  una peligrosa simultaneidad de emociones. Esta es la tesis central que,  con una anticipación sorprendente, viene argumentando el urbanista y  pensador francés Paul Virilio. Antes de que la extrema velocidad de  Internet se instalara en la vida cotidiana de casi todo el planeta, Paul  Virilio intuyó el riesgo intrínseco en el corazón de esa  hipercomunicación y los desa-rreglos profundos que acarrean el  desarrollo tecnológico y la velocidad. La férrea crítica que Paul  Virilio despliega le valió el apodo de “pensador y promotor de la  catástrofe”. El intelectual francés, hijo de un comunista italiano  refugiado, no niega sin embargo la validez de los progresos, sino que  propone una suerte de reflexión sobre el tiempo, una filosofía política  para pensar y controlar la velocidad. Hombre afable, de frases cortas y  contundentes, Virilio acota que “la velocidad de las transmisiones  reduce el mundo a proporciones ínfimas”, al tiempo que la rapidez  reemplazó la uniformización de las opiniones por “la uniformización de  las emociones”. Para Virilio, los conceptos de democracia y derechos  humanos están en peligro. El uso actual de la tecnología conduce a una  reactualización del totalitarismo. La velocidad es poder, poder de  destrucción, poder que inhibe la posibilidad de pensar. En su último  libro, La administración del miedo, el ensayista francés apunta hacia  otro de los mecanismos de control político con que el poder gestiona las  sociedades humanas: el miedo. Miedo a la bomba atómica, miedo al  terrorismo, y el miedo verde, el temor ante el agotamiento de los  recursos naturales y al desastre ecológico. Muchas de las ideas  enunciadas por Paul Virilio casi a finales de los años ’70 se vieron  repentinamente actualizadas con los atentados del 11 de septiembre. Las  sociedades escatológicas anticipadas por el autor, la camisa de fuerza  tecnológica que los Estados pusieron en los individuos, la velocidad  como factor totalitario y adormecedor, la irreflexión de los medios y el  flujo interrumpido de imágenes y emociones tan instantáneas como  universales pasaron a formar parte de nuestra realidad. Televigilancia,  trazabilidad de los individuos, control de la información, procedimiento  de simulación de la realidad para tapar lo real no son ideas negras  sino la luminosa realidad que nos encandila. Virilio propone un antídoto  irónico: crear un “Ministerio del Tempo” para, como en la música,  regular los ritmos de la vida.
 
  La dictadura de la velocidad
 
  –Usted se interesó de forma muy temprana en el fenómeno de la  velocidad, incluso antes de que su realidad irrumpiera en nuestro mundo.  Uno de sus libros más famosos, Velocidad y política, data de 1977. ¿Qué  lo llevó a intuir con tanta anticipación que la velocidad iba a  convertirse en un actor central de la vida humana, al que usted llama  “una potencia de destrucción”?
 
  –Hay dos elementos. Yo nací en el año ’38 y, por consiguiente, soy hijo  de la Segunda Guerra Mundial. En ese contexto encontramos dos datos que  me marcaron mucho. Lo que se llamó “la guerra relámpago” y la Shoá. No  se puede comprender nuestra época sin la clarividencia funesta de la  guerra total, es decir la exterminación masiva de las poblaciones  civiles durante los bombardeos, y también en los campos de  concentración. Lo que vivimos hoy se desprende de la importancia de la  velocidad en estos acontecimientos. El revés del ejército polaco, el  revés del ejército francés y los países invadidos en pocos días son un  reflejo de esa velocidad. Soy entonces un hijo de esa guerra relámpago,  de la guerra en alta velocidad. Todo mi trabajo y el interés que presté a  la aceleración me llevaron a comprender hasta qué punto la velocidad  era un elemento determinante de la historia moderna, es decir, de la  historia de la Revolución Industrial.
 
  –Usted sugiere que hoy estamos bajo una suerte de dictadura de la velocidad.
 
  –Totalmente, y tanto más cuanto que hemos pasado de la velocidad móvil,  es decir de la velocidad de los tanques, de los autos y de los aviones  supersónicos, a la velocidad de la luz, a la velocidad de las ondas  electromagnéticas. Estas ondas vehiculan la información, las  comunicaciones, y, sobre todo, la interactividad. Esto significa que  nuestra sociedad no es una sociedad activa sino interactiva, o sea, la  sociedad actual pone en funcionamiento la velocidad de las ondas  electromagnéticas para interactuar. No se puede comprender la  globalización sin esta aceleración absoluta en todos los campos,  incluido el campo financiero. La crisis financiera mundial que estalló  en 2008 no es sólo un problema financiero, sino un derivado de la  velocidad. Las cotizaciones automatizadas entre bancos, realizadas por  plataformas automáticas, jugaron un papel central en la crisis. El  factor de todo esto ha sido la velocidad: la velocidad domina, la  velocidad de la luz, de las ondas se impusieron sobre la velocidad de  los móviles, del transporte, de los medios de transmisión tradicionales.  Es imposible comprender la realidad del mundo sin esta configuración.  En los años ’40 se hablaba de la aceleración de la historia, hoy estamos  ante la aceleración de lo real, la aceleración de la realidad. Todos  los sectores de nuestra civilización están afectados por la aceleración  de lo real. Es una evidencia que aún no ha sido reconocida plenamente.
 
  –Hannah Arendt decía que la dictadura se plasma en una suerte de velocidad del movimiento.
 
  –El terror es la concretización de la ley del movimiento. El terror es  indisociable de la velocidad. La temática de la velocidad es también la  cuestión de la sorpresa, y la sorpresa es el miedo. Cuando alguien nos  toma por sorpresa decimos “ay, qué susto me diste”. La velocidad  absoluta y la sorpresa están íntimamente ligadas. Se trata de un  fenómeno de pánico, un fenómeno que se refiere al terror. Nuestra época  es muy singular. Nuestra percepción del tiempo y de las distancias ha  sido trastornada. La Tierra es demasiado estrecha para cualquier forma  de progreso. La velocidad de las transmisiones reduce el mundo a  proporciones ínfimas.
 
  La sincronización de las emociones
 
  –Otra de las características que usted pone de relieve en  nuestra modernidad, o en nuestra actualidad, es la sincronización de las  emociones. Todos sentimos casi lo mismo, en el mismo momento.
 
  –Absolutamente. Las sociedades de antes estaban bajo el signo de la  estandarización de las opiniones. Si tomamos como referencia la  Revolución Industrial nos encontramos con la estandarización de los  productos, lo que llamamos la industria, y también de las opiniones. A  través del desarrollo de la prensa y de los medios de comunicación se  operó una uniformización de las opiniones públicas. Ahora, hoy, con la  interactividad, ya no se trata más de la uniformización de las  opiniones, sino de la sincronización de las emociones. Estamos ante una  sociedad en donde la comunidad de emociones reemplaza la comunidad de  intereses. Se trata de un acontecimiento político prodigioso. Las  sociedades vivieron bajo el régimen de la comunidad de intereses, de  allí la estructura de las clases sociales, los ricos y los pobres, el  marxismo, etc., etc. Hoy vivimos bajo el régimen de una comunidad de  emoción, estamos en lo que he llamado un comunismo de los afectos:  resentir la misma emoción, en el mismo instante. El 11 de septiembre de  2001, delante de una catástrofe telúrica equivalente a un terremoto o un  tsunami, el planeta estuvo en la misma sintonía de emoción. Es un  acontecimiento político inédito en la historia de la humanidad. Se trata  de un acontecimiento pánico que pone en tela de juicio la democracia.  La tiranía del tiempo real representa una amenaza considerable que no ha  sido tomada en cuenta. Se hacen bromas sobre la telerrealidad y esas  cosas, pero este fenómeno nada tiene que ver con la telerrealidad.  ¡Ocurre que se ha llegado a sincronizar a la misma realidad!
 
  –¿En qué sentido esta sincronización de las emociones pone en peligro la democracia?
 
  –La democracia es la reflexión común y no el reflejo condicionado. No  existe opinión política sin una reflexión común. Pero hoy lo que domina  no es la reflexión sino el reflejo. Lo propio de la instantaneidad  consiste en anular la reflexión en provecho del reflejo. Cuando me  invitan a un debate en la televisión, me dicen: “Qué bien, usted trabaja  desde el año ’77 en los fenómenos de velocidad. Tiene un minuto para  explicarme todo eso”. No es posible. Estamos ante un fenómeno reflejo,  pero la democracia reflejo es una imposibilidad, no existe. Lo mismo  ocurre con la confianza. Las Bolsas están en crisis, porque hay una  crisis de la confianza. ¿Y por qué hay una crisis de confianza? Porque  la confianza no puede ser instantánea. La confianza en un sistema  político o financiero no es automática. La opinión tampoco puede ser  instantánea. Ahora bien, los sistemas administrados por los políticos,  incluido el sistema financiero, son fenómenos que tienden hacia el  automatismo. La automatización es todo lo contrario de la  democratización.
 
  La lentitud y la aceleración
 
  –Podemos pensar que existen dos mundos paralelos: el mundo de  la lentitud, el mundo primitivo, que está fuera de la burbuja  tecnológica, y el mundo de la velocidad, el mundo desarrollado expuesto  sin freno a la atracción de la velocidad.
 
  –En primer lugar, quiero decir que el mundo de la velocidad instantánea  conduce a la inercia. De alguna manera, la lentitud de las sociedades  antiguas anuncia la inercia de las sociedades futuras. La rapidez  absoluta conduce a la inercia y la parálisis. La interactividad  prescinde del desplazamiento físico y de la reflexión, por consiguiente,  el incremento constante de la velocidad nos llevará a la inercia. El  problema ya no concierne tanto a la lentitud o la velocidad, sino que  concierne a la inteligencia del movimiento. Cuando me preguntan “¿Acaso  hay que aminorar?, yo respondo: No, hay que reflexionar”.
 
  –¿Y cuál es el punto central de esa reflexión?
 
  –Debemos reflexionar sobre el ritmo. Como en la música, nuestra  sociedad debe reencontrarse con el ritmo. La música encarna  perfectamente una política de la velocidad. A través de los tempos, el  ritmo, la música es la encarnación misma de la política de la velocidad.  Debemos elaborar una musicología de la vida. El problema no consiste  tanto en aminorar la velocidad, sino en inventar ritmos sociales,  políticos o económicos que funcionen. De lo contrario terminaremos en la  inercia, es decir, en la lentitud y la parálisis más grandes que las de  las sociedades del pasado, las sociedades sedentarias, rurales. De  hecho, no necesitamos una visión revolucionaria sino una suerte de  fuerza de revelación.
 
  –Las reglas del juego planteadas hoy tornan, sin embargo, imposible retroceder ante la velocidad.
 
  –Yo no expongo un trabajo retrospectivo sobre el bienestar del pasado,  sino una reflexión sobre el porvenir. Soy un progresista. Por ello no  hablo de desacelerar sino de elaborar una inteligencia del movimiento,  una suerte de economía política de la velocidad. Esto consiste en  reencontrarse con el tempo. El descontrol del tempo hizo volar en  pedazos el sistema de producción y de trabajo. Las consecuencias de esta  desregulación del tempo las constatamos en la empresa France Telecom,  donde los empleados se suicidan. Nos falta el ritmo. Todas las  sociedades antiguas eran rítmicas: estaban la liturgia, las fiestas, las  estaciones, la alternancia del día y de la noche, el calendario, etc.,  etc. Pero con la aceleración de lo real hemos perdido esta organización  rítmica. Vivimos en una sociedad caótica. La velocidad redujo el mundo a  nada. El mundo es demasiado pequeño para el progreso, demasiado pequeño  para la instantaneidad, la ubicuidad. Esta es una de las grandes  cuestiones políticas y uno de los grandes planteos de mañana en materia  de derechos humanos.
 
  El control del mundo por el miedo
 
  –Su último libro, La administración del miedo, le agrega a la  velocidad otro factor de control: usted afirma allí que el miedo es un  arte para gobernar.
 
  –Estamos ante un acontecimiento cósmico. La raíz del miedo es lo que se  llamó el equilibrio del terror, el miedo al fin del mundo engendrado  durante la Guerra Fría. Podemos decir que el primer gran miedo de  destrucción masiva tiene 40 años y remonta al proyecto de instalación de  misiles en Cuba, en los años ’60. En 2001 entramos en otra fase, que es  el desequilibrio del terror. De pronto, con los atentados del 11 de  septiembre, el desequilibrio se convierte en un terrorismo ciego, que  puede golpear en cualquier momento y en cualquier lugar con una potencia  colosal. Aún nos encontramos en ese desequilibrio del terror. Un puñado  de individuos desarmados puede causar tanto daño como un ejército. Un  grupo de hombres puede así provocar desastres considerables con un  mínimo de medios. El tercer gran miedo que nos acecha es el del  agotamiento de los recursos naturales. La Tierra es demasiado pequeña  para el progreso y sus recursos pueden ser insuficientes de cara al  porvenir. Vivimos con esos miedos. La angustia, la desesperanza, el  carácter suicidario de muchos jóvenes tienen mucho que ver con esta  dominación del miedo sobre nuestras conciencias. Nos enfrentamos a un  fenómeno de pánico globalizado.
 
  –Usted tiene una interpretación diferente de la ecología, muy  crítica. No la califica como una ideología totalitaria, pero sí con los  rasgos de un instrumento que está ahí para dar miedo.
 
  –El miedo ecológico se suma al miedo que engendró la Guerra Fría, al  miedo que instaló el terrorismo. No estoy en contra de la ecología, para  nada. La ecología es necesaria para preservar la Tierra. Pero no se  puede aceptar lo que plantea el discurso ecológico actual, es decir, una  suerte de difusión de miedo global. No olvidemos que existe una  constante: ¡siempre se infunde miedo en nombre del bien! Hay que evitar  eso. Los ecologistas están tentados de convencer mediante el miedo. El  discurso ecológico debe imperativamente ampliar su campo y relacionar la  ciencia del medio ambiente con la filosofía, con las ciencias humanas,  con la democracia. Detrás de la ecología hay una ideología amenazante,  que es la del espacio vital. Cuando se piensa en el nazismo se lo asocia  con el racismo, pero no con la dimensión del espacio vital. Los nazis  ponían carteles que decían: “Bosque prohibido a los judíos”. Se trataba  de un espacio vital. Si queremos una ecología humana, humanitaria,  debemos desconfiar de la dimensión vitalista propia al nazismo. No estoy  en contra de la ecología, para nada. Pero, como hijo de la guerra  total, recuerdo esa noción de espacio vital que fue el resorte de la  Segunda Guerra Mundial.
 
  –La gestión del miedo –a la bomba, al desastre ecológico, al  terrorismo, al de-sempleo, al inmigrante, a la inseguridad– se ha vuelto  el principal instrumento de gestión política. De esa estrategia nació  otra amenaza: la vigilancia, el seguimiento, la trazabilidad de los  individuos.
 
  –Ello explica el desarrollo de la televigilancia, las propuestas para  recabar las huellas de los individuos. Hasta podemos pensar que, mañana,  la noción de identidad, de documento de identidad, será remplazada por  la trazabilidad de las personas. Una vez que se controlan todos los  movimientos de un individuo, la cuestión de su identidad pierde todo  interés. Basta con recabar informaciones sobre sus movimientos y la  velocidad para localizar la persona o el producto. La trazabilidad es un  elemento inquietante de la vigilancia. El miedo siempre ha sido un  instrumento para gobernar.
 
  –En La administración del miedo usted resalta que la propaganda  en torno de ese gran Eldorado que son las nuevas tecnologías es también  vector del miedo porque duerme a la gente.
 
  –Albert Einstein decía: “Nuestra tecnología sobrepasó nuestra  humanidad”. Resulta obvio que las tecnologías representan hoy una  amenaza en la medida en que no controlamos el progreso. Los adelantos  tecnológicos han dejado de estar controlados por la humanidad.
 
  –A fuerza de velocidad, de miedo, de tecnología, de metas  eficaces, de aspiración a resultados, de estrategias de gestión, el  sueño tecnológico de un ser humano mejor desembocó en una humanidad  amenazada por las propias máquinas que crea.
 
  –Sí, sin dudas. El hombre empieza a estar de más. Asistimos ahora a una  reactivación económica sin empleo. Ya se habla de inactivos crónicos y  no de desempleados coyunturales. La carrera hacia la productividad  reemplaza a los productores, es decir, el trabajo del ser humano.  Nuestra civilización está amenazada. El respeto de los derechos humanos  está en tela de juicio. Necesitamos un esquema de pensamiento distinto  para evitar la catástrofe. Nos hace falta elaborar un pensamiento  político de la velocidad.