En ocasiones “metemos la pata” sin querer. Un amigo abogado notó que desde hacía días un cliente lo saludaba con cierta frialdad, algo que gracias a Dios le ocurría muy poco. Había realizado muy bien su trabajo. Trataba con respeto a esa persona. Incluso, no había cobrado sus honorarios. No encontraba la razón.
Entonces recurrió a los mensajes de texto que habían intercambiado. Y cuál no fue su sorpresa al leer que en vez de la palabra “estupendo”, le escribió el término “estúpido”. Tuvo que dar miles de excusas. Es una experiencia que comparto para que leamos bien antes de enviar un asunto por las redes, donde en ocasiones el teclado y su famosa autocorrección se toman libertades insospechadas.
También a un conocido en vez de un currículo, una joven le envió a su correo electrónico todas las comunicaciones privadas que había sostenido con su novio. Y mientras más la damisela intentaba ofrecer explicaciones, más se enredaba.
Cada vez soy más precavido al usar las redes. He visto relaciones de todo tipo deteriorarse o romperse por culpa de esta tecnología. Por ejemplo, algunos padres me han expresado su intención de destruir o botar un celular de sus hijos, ya “jartos” de que pasen todo el tiempo con ese aparatito. Y si se le pierde o se lo quitan como castigo, viene el berrinche y el pataleo.
Mi primera impresión es negativa cuando observo a alguien ensimismado con un telefonito entre las manos, utilizando sus pulgares como ráfagas, indiferente a lo que ocurre a su alrededor, sin el mínimo interés de compartir con los demás. He visto en mesas alrededor de cada plato un celular, y cada quien concentrado en el mismo. Es mala educación.
En ocasiones esa conducta revela problemas de personalidad. Y no hay que ser sicólogo o psiquiatra para llegar a esa conclusión, basta contemplar la cara y los gestos de los “chateadores” para notar que en ese cerebro algo no anda bien.
La modernidad generalmente se impone a un ritmo más acelerado que la educación en el hogar y en la escuela. Y eso conlleva serios peligros, donde no escapan los adultos. Un caso muy común lo representa el facebook, considerado por algunos como el espionaje más grande en la historia, pues desde el momento en que aceptamos ser su usuario toda nuestra información e imágenes pasan a ser de su propiedad, incluso después de nuestra muerte.
Lo humano como forma de vida y lo tecnológico como complemento pueden coexistir en armonía, siendo siempre cuidadosos de lo que se lee o escribe, para no pasar vergüenza como mi amigo abogado o como la doncella aquella.
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