Reproducimos aquí, sin
permiso, y qué?, una entrevista realizada por El País al psiquiatra
estadounidense Allen Frances (Nueva York,
1942) quien dirigió durante años el Manual Diagnóstico y Estadístico (DSM),
en el que se definen y describen las diferentes patologías mentales. Lea la
entrevista y entérese de como las farmacéuticas en
complicidad con los médicos nos hacen echar manos
de píldoras para cualquier problema cotidiano.
Pregunta. En el libro entona un mea culpa, pero aún es más duro con el
trabajo de sus colegas en el DSM
V. ¿Por qué?
Respuesta. Nosotros fuimos muy conservadores y solo introdujimos dos de los
94 nuevos trastornos mentales que se habían sugerido. Al acabar, nos felicitamos,
convencidos de que habíamos hecho un buen trabajo. Pero el DSM IV resultó ser
un dique demasiado endeble para frenar el empuje agresivo y diabólicamente
astuto de las empresas farmacéuticas para introducir nuevas entidades
patológicas. No supimos anticiparnos al poder de las farmacéuticas para hacer
creer a médicos, padres y pacientes que el trastorno psiquiátrico es algo muy
común y de fácil solución. El resultado ha sido una inflación diagnóstica que
produce mucho daño, especialmente en psiquiatría infantil. Ahora, la ampliación
de síndromes y patologías en el DSM
V va a convertir la actual inflación diagnóstica en
hiperinflación.
P. ¿Todos vamos a ser considerados enfermos mentales?
R. Algo así. Hace seis años coincidí con amigos y colegas que habían
participado en la última revisión y les vi tan entusiasmados que no pude por
menos que recurrir a la ironía: habéis ampliado tanto la lista de patologías,
les dije, que yo mismo me reconozco en muchos de esos trastornos. Con
frecuencia me olvido de las cosas, de modo que seguramente tengo una
predemencia; de cuando en cuando como mucho, así que probablemente tengo el
síndrome del comedor compulsivo, y puesto que al morir mi mujer, la tristeza me
duró más de una semana y aún me duele, debo haber caído en una depresión. Es
absurdo. Hemos creado un sistema diagnóstico que convierte problemas cotidianos
y normales de la vida en trastornos mentales.
P. Con la colaboración de la industria farmacéutica...
R. Por supuesto. Gracias a que se les permitió hacer publicidad de
sus productos, las farmacéuticas están engañando al público haciendo creer que
los problemas se resuelven con píldoras. Pero no es así. Los fármacos son
necesarios y muy útiles en trastornos mentales severos y persistentes, que
provocan una gran discapacidad. Pero no ayudan en los problemas cotidianos, más
bien al contrario: el exceso de medicación causa más daños que beneficios. No
existe el tratamiento mágico contra el malestar.
P. ¿Qué propone para frenar esta tendencia?
R. Controlar mejor a la industria y educar de nuevo a los médicos y
a la sociedad, que acepta de forma muy acrítica las facilidades que se le
ofrecen para medicarse, lo que está provocando además la aparición de un
mercado clandestino de fármacos psiquiátricos muy peligroso. En mi país, el 30%
de los estudiantes universitarios y el 10% de los de secundaria compran
fármacos en el mercado ilegal. Hay un tipo de narcóticos que crean mucha
adicción y pueden dar lugar a casos de sobredosis y muerte. En estos momentos
hay ya más muertes por abuso de medicamentos que por consumo de drogas.
P. En 2009, un estudio realizado en Holanda encontró que el 34% de
los niños de entre 5 y 15 años eran tratados de hiperactividad y déficit de
atención. ¿Es creíble que uno de cada tres niños sea hiperactivo?
R. Claro que no. La incidencia real está en torno al 2%-3% de la
población infantil y sin embargo, en EE UU están diagnosticados como tal
el 11% de los niños y en el caso de los adolescentes varones, el 20%, y la
mitad son tratados con fármacos. Otro dato sorprendente: entre los niños en
tratamiento, hay más de 10.000 que tienen ¡menos de tres años! Eso es algo
salvaje, despiadado. Los mejores expertos, aquellos que honestamente han
ayudado a definir la patología, están horrorizados. Se ha perdido el control.
P. ¿Y hay tanto síndrome de Asperger como indican las
estadísticas sobre tratamientos psiquiátricos?
R. Ese fue uno de los dos nuevos trastornos que incorporamos en
elDSM IV y
al poco tiempo el diagnóstico de autismo se triplicó. Lo mismo ocurrió con la
hiperactividad. Nosotros calculamos que con los nuevos criterios, los
diagnósticos aumentarían en un 15%, pero se produjo un cambio brusco a partir
de 1997, cuando las farmacéuticas lanzaron al mercado fármacos nuevos y muy
caros y además pudieron hacer publicidad. El diagnóstico se multiplicó por 40.
P. La influencia de las farmacéuticas es evidente, pero un
psiquiatra difícilmente prescribirá psicoestimulantes a un niño sin unos padres
angustiados que corren a su consulta porque el profesor les ha dicho que el
niño no progresa adecuadamente, y temen que pierda oportunidades de competir en
la vida. ¿Hasta qué punto influyen estos factores culturales?
P. ¿En la medicalización de la vida, no influye también la cultura hedonista que busca el bienestar a cualquier precio?
R. Sobre esto he de decir
tres cosas. Primero, no hay evidencia a largo plazo de que la medicación
contribuya a mejorar los resultados escolares. A corto plazo, puede calmar al
niño, incluso ayudar a que se centre mejor en sus tareas. Pero a largo plazo no
ha demostrado esos beneficios. Segundo: estamos haciendo un experimento a gran
escala con estos niños, porque no sabemos qué efectos adversos pueden tener con
el tiempo esos fármacos. Igual que no se nos ocurre recetar testosterona a un
niño para que rinda más en el fútbol, tampoco tiene sentido tratar de mejorar
el rendimiento escolar con fármacos. Tercero: tenemos que aceptar que hay
diferencias entre los niños y que no todos caben en un molde denormalidad que cada
vez hacemos más estrecho. Es muy importante que los padres protejan a sus
hijos, pero del exceso de medicación.
P. En los últimos años las autoridades sanitarias han tomado medidas para reducir la presión de los laboratorios sobre los médicos. Pero ahora se han dado cuenta de que pueden influir sobre el médico generando demanda en el paciente.
R. Cierto, pero el
cambio cultural es posible. Tenemos un magnífico ejemplo: hace 25 años, en
EE UU el 65% de la población fumaba. Ahora, lo hace menos del 20%. Es uno
de los mayores avances en salud de la historia reciente, y se ha conseguido por
un cambio cultural. Las tabacaleras gastaban enormes sumas de dinero en
desinformar. Lo mismo que ocurre ahora con ciertos medicamentos psiquiátricos.
Costó mucho hacer prosperar la evidencia científica sobre el tabaco, pero
cuando se consiguió, el cambio fue muy rápido.
P. Y también tendrán
que cambiar hábitos.
R. Sí, y déjeme
decirle un problema que he observado. ¡Tienen que cambiar los hábitos de sueño!
Sufren ustedes una falta grave de sueño y eso provoca ansiedad e irritabilidad.
Cenar a las 10 de la noche e ir a dormir a las 12 o la una tenía sentido cuando
hacían la siesta. El cerebro elimina toxinas por la noche. La gente que duerme
poco tiene problemas, tanto físicos como psíquicos.
R. Los seres humanos somos criaturas muy resilientes. Hemos
sobrevivido millones de años gracias a esta capacidad para afrontar la
adversidad y sobreponernos a ella. Ahora mismo, en Irak o en Siria, la vida
puede ser un infierno. Y sin embargo, la gente lucha por sobrevivir. Si vivimos
inmersos en una cultura que echa mano de las pastillas ante cualquier problema,
se reducirá nuestra capacidad de afrontar el estrés y también la seguridad en
nosotros mismos. Si este comportamiento se generaliza, la sociedad entera se
debilitará frente a la adversidad. Además, cuando tratamos un proceso banal
como si fuera una enfermedad, disminuimos la dignidad de quienes verdaderamente
la sufren.
P. Y ser etiquetado como alguien que sufre un trastorno mental,
¿no tiene también consecuencias?
R. Muchas, y de hecho cada semana recibo correos de padres
cuyos hijos han sido diagnosticados de un trastorno mental y están desesperados
por el perjuicio que les causa la etiqueta. Es muy fácil hacer un diagnóstico
erróneo, pero muy difícil revertir los daños que ello conlleva. Tanto en lo
social como por los efectos adversos que puede tener el tratamiento.
Afortunadamente, está creciendo una corriente crítica con estas prácticas. El
próximo paso es concienciar a la gente de que demasiada medicina es mala para
la salud.
P. No va a ser fácil…
R. Hay estudios que demuestran que cuando un paciente pide un
medicamento, hay 20 veces más posibilidades de que se lo prescriban que si se
deja simplemente a decisión del médico. En Australia, algunos laboratorios
requerían para el puesto de visitador médico a personas muy agraciadas, porque
habían comprobado que los guapos entraban con más facilidad en las consultas.
Hasta ese punto hemos llegado. Ahora hemos de trabajar para lograr un cambio de
actitud en la gente.
P. ¿En qué sentido?
R. Que en vez de ir al médico en busca de la píldora mágica
para cualquier cosa, tengamos una actitud más precavida. Que lo normal sea que
el paciente interrogue al médico cada vez que le receta algo. Preguntar por qué
se lo prescribe, qué beneficios aporta, qué efectos adversos tendrá, si hay
otras alternativas. Si el paciente muestra una actitud resistente, es más
probable que los fármacos que le receten estén justificados.
Entrevista original: