Publcado en La Nación
En varios textos, Deleuze retoma las consideraciones de Foucault acerca
del poder disciplinario y plantea algunas novedades acerca de ellas.
Fundamentalmente, lo que sostiene es que Foucault estuvo acertado en el
análisis de los centros de encierro como la fábrica, la prisión, la escuela,
los hospitales. El problema es que la sociedad actual está dejando de ser
aquella analizada por Foucault. Por ello, anuncia:
Todos los centros de encierro atraviesan una crisis generalizada:
cárcel, hospital, fábrica, escuela, familia [ ]. Los ministros competentes
anuncian constantemente las supuestamente necesarias reformas. Reformar la
escuela, reformar la industria, reformar el hospital, el ejército, la cárcel;
pero todos saben que, a un plazo más o menos largo, estas instituciones están
acabadas. Solamente se pretende gestionar su agonía y mantener a la gente
ocupada mientras se instalan esas nuevas fuerzas que ya están llamando a
nuestras puertas. Se trata de las sociedades de control, que están sustituyendo
a las disciplinarias.
Foucault había centrado su análisis en instituciones que se
caracterizaban por ser lugares a los que los sujetos se veían obligados a
ingresar e impedidos de salir por cierto tiempo. Instituciones en las que, más
allá de los objetivos explícitos -brindar conocimientos, cuidar la salud,
proporcionar empleo-, lo que se pretendía era disciplinar a los individuos de
modo que pudieran resultar útiles al sistema. A través de dispositivos en los
que se atendía a la individuación al mismo tiempo que a la inclusión de esos
individuos en ámbitos masivos, se formaban sujetos fuertes pero dóciles y
obedientes. Si bien cada una de estas instituciones operaba de un modo
semejante, el paso de una a otra implicaba siempre un comienzo desde cero. A
Deleuze le gusta repetir el cantito que acompaña usualmente esas situaciones:
el niño al que, mientras está en la escuela, se le dice: "ya no estás en
tu casa"; el joven al que en su trabajo le dicen: "ya no estás en la
escuela".
Para Deleuze, los tiempos de la sociedad disciplinaria, como hemos
visto, están terminando. Pero eso no significa que el panorama sea muy
alentador: "Es posible que los más duros encierros lleguen a parecernos
parte de un pasado feliz y benévolo frente a las formas de control en medios
abiertos que se avecinan".
A diferencia de lo que sucedía en la sociedad disciplinaria, en las
actuales sociedades de control el acento no se coloca en impedir la salida de
los individuos de las instituciones. Al contrario, se fomenta la formación on-line ,
el trabajo en casa. Sin horarios, sin nadie que esté vigilando. De lo que se
trata ahora no es de impedir la salida, sino de obstaculizar la entrada. No es
sencillo acceder a puestos de privilegio, a posgrados de nivel internacional o
a medicinas que contemplen la atención domiciliaria. Para poder hacerlo, hay
que superar diversos obstáculos, entre los cuales el principal es el económico:
"El hombre ya no está encerrado, sino endeudado". No sólo resulta
difícil ingresar; también es muy difícil permanecer. Pero los privilegios de
"pertenecer" hacen que se extremen los esfuerzos por cruzar la
barrera.
Cuando el niño salía de la escuela, sentía el alivio de abandonar el
encierro. Es verdad que ingresaba a la casa, pero las leyes de la casa dejaban
atrás las de la escuela. Cuando el obrero regresaba de la fábrica, podía
tomarse un respiro; el tiempo del trabajo había terminado, al menos hasta el
día siguiente.
En la actualidad, la supuesta libertad del tiempo abierto resulta un
elemento de control mucho más fuerte que el encierro. Ya no se necesita tener a
un empleado confinado bajo llave ni vigilado para que trabaje. Se le da la
posibilidad de que haga su tarea en su casa, sin horarios, en su tiempo libre.
Pero ese empleado sabe que si él no hace su trabajo en tiempo récord otro lo
hará por él, quitándole su lugar; que si no tiene su celular encendido
permanentemente, poniendo todo su tiempo a disposición de la empresa (la
expresión full time pasó ahora a ser entendida literalmente),
su jefe de equipo llamará a otro empleado "más comprometido con el
trabajo". De modo semejante, quien se capacita on-line no
lo hace en su "tiempo libre" sino quitándose horas de sueño, porque
sabe que si no "se actualiza" permanentemente dejará de pertenecer a
un grupo "de privilegio". "Estamos entrando en sociedades de
control que ya no funcionan mediante el encierro, sino mediante un control
continuo y una comunicación instantánea."
Todo es flexible, todo es líquido, todo se resuelve con el "track
track" de la tarjeta de crédito. Pero cada vez que usamos la tarjeta, cada
vez que enviamos un e-mail o que miramos una página de
Internet, vamos dejando rastros, huellas. Vamos diciendo qué consumimos, con
qué nos entretenemos, qué opinión política cultivamos. Y cuanto más dentro del
grupo de pertenencia está un individuo, más se multiplican sus rastros. Todo
eso forma parte de un enorme archivo virtual que permite, entre otras cosas,
"orientar" nuestro consumo.
No se nos confina en ningún lugar, pero somos permanentemente
"ubicables". No se nos interna en un hospital pero se nos somete a
medicinas "preventivas" y "consejos de salud" que están
presentes en cada instante de nuestra vida cotidiana, que nos hacen decidir qué
tomar, qué comer, cómo conducir un automóvil. No hacemos el servicio militar ni
-si tenemos la fortuna suficiente- somos convocados a participar en el
ejército. Pero vivimos "militarizados" por el miedo que los medios de
comunicación nos infunden de que las "bandas urbanas" nos asesinen
por un par de zapatillas.
Hay alternativas posibles ante una situación como esta?
Ciertamente, las hay. Y varias, íntimamente relacionadas. En una
entrevista realizada por Toni Negri, Deleuze sostiene:
En Mil mesetas se sugerían muchas orientaciones, pero
las principales serían estas tres: en primer lugar, pensamos que una sociedad
no se define tanto por sus contradicciones como por sus líneas de fuga, se fuga
por todas partes y es muy interesante intentar seguir las líneas de fuga que se
dibujan en tal o cual momento. [ ] Y hay otra indicación en Mil mesetas :
no ya considerar las líneas de fuga en lugar de las contradicciones, sino las
minorías en lugar de las clases. Finalmente, una tercera orientación
consistiría en dar un estatuto a las "máquinas de guerra", un
estatuto que no se definiría por la guerra sino por una cierta manera de
ocupar, de llenar el espaciotiempo o de inventar nuevos espaciotiempos: los
movimientos revolucionarios [ ] y también los movimientos artísticos, son
máquinas de guerra.
El sistema, por más que se esfuerce por tener todo bajo control, no lo
consigue. Siempre hay orificios por los que se produce un escape, una fuga.
Siempre hay flujos que ponen en peligro la estabilidad. Por ello, para Deleuze,
el camino no es la confrontación entre clases, sino detectar y reforzar esas
líneas de fuga que puedan conducir, a través de las máquinas de guerra, a
nuevos espaciotiempos.
Ante un sistema que pretende bloquear el deseo, circunscribirlo a las
líneas segmentarias, que pretende que cada individuo aparezca
"modulado" por una misma frecuencia, lo que hay que hacer es ver qué
líneas de fuga se presentan o cuáles se pueden construir, por dónde puede
abrirse paso lo inesperado, el acontecimiento, el "devenir
revolucionario" que produzca una transformación.
¿Significa esto aspirar a una toma de poder? No, porque eso sería
intentar ser mayoría. La salida está en los devenires minoritarios. Deleuze
aclara que las categorías de "mayoría" y "minoría" no
tienen que ver con una cuestión de cantidad. Una minoría puede ser
numéricamente mayor que una mayoría. Lo que las diferencia es que las mayorías
responden a un modelo, a un patrón, y establecen jerarquías de pertenencia a
partir de ese patrón. Quien más se acerca a él más poder tiene. En un sentido
abstracto, el patrón occidental es el varón, adulto, propietario, citadino, de
clase alta. Quien aspire al poder deberá intentar aproximarse lo más que pueda
a ese patrón. Es el caso, por ejemplo, de muchas mujeres que se dedican a la
política y que, en lugar de producir una transformación en la política,
terminan asumiendo características tradicionalmente sostenidas por los varones.
Es decir, juegan su mismo juego, pretendiendo mostrar que son mejores que
ellos. Otro ejemplo podría ser el de los niños que son insertados en el mundo
mediático adulto. Las publicidades o los programas que protagonizan muestran
"adultos en potencia", no niños. Muestran futuros hombres exitosos,
en plena sintonía con la frecuencia del sistema. Ante esto, Deleuze postula la
necesidad de un "devenir-mujer" o de un "devenir-niño" de
las mujeres y de los niños, pero también de los varones. Lo que no se puede es
"devenir-hombre", porque "el varón adulto no tiene
devenir". ...l es el patrón, su dominio es la historia, no el devenir. Y
las minorías se reconocen, justamente, en la fuga de ese poder dominante.
Por esto dice Deleuze que, a pesar de sentirse un pensador de izquierda,
no cree en la posibilidad de un gobierno de izquierda. "Gobierno" e
"izquierda" son términos contradictorios: "Pienso que no hay
gobiernos de izquierdas [ ]. En el mejor de los casos, lo que podemos esperar
es un gobierno favorable a determinadas exigencias o reivindicaciones de la
izquierda. Pero no existe un gobierno de izquierdas, porque la izquierda no es
una cuestión de gobierno".
No se trata de luchar por una toma del poder, o del gobierno, sino de
abrir posibilidades a un ejercicio creador de la potencia, a una puesta en
funcionamiento de las máquinas de guerra artísticas, revolucionarias; de ser
capaces de crear nuevos espacios, nuevos tiempos no regidos por el mercado, sin
modelos ni patrones, abiertos a lo desconocido: "Lo que más falta nos hace
es creer en el mundo, así como suscitar acontecimientos, aunque sean mínimos,
que escapen al control, hacer nacer nuevos espaciotiempos, aunque su superficie
o su volumen sean reducidos [ ]. La capacidad de resistencia o, al contrario,
la sumisión a un control, se deciden en el curso de cada tentativa".
En definitiva, se trata de apostar por la micropolítica: "Toda
posición de deseo contra la opresión, por muy local y minúscula que sea,
termina por cuestionar el conjunto del sistema capitalista, y contribuye a
abrir en él una fuga"
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