Sorprendido porque ve “mucho optimismo” en las calles de
Barcelona, y eso no es lo que cuentan los diarios, el sociólogo Zygmunt
Bauman considera que en los últimos treinta años las sociedades
occidentales han vivido “en un mundo irreal”, en el que se pensaba que
el crecimiento era ilimitado.
Bauman, que presenta su nuevo libro Sobre la educación en un mundo líquido
(Paidós), ha declarado en un encuentro con periodistas que durante
estas décadas se ha vivido pensando en el “crecimiento ilimitado” y, de
repente, “hay un shock y la gente se da cuenta de que el hoy es malo,
mañana será peor y pasado mañana llegará el apocalipsis”. Sostiene que
vivimos en un mundo “como de alquiler”, en el que todo se mueve
rápidamente, con “cambios radicales que no se esperan”, mundo que
también ha definido como un “interregno, en el que se ve que las cosas
que se han hecho hasta ahora no han funcionado, pero no se ha encontrado
aún la manera de hacerlo diferente”.
A sus 88 años, advierte que
sólo estudió sociología para explicar lo que ocurre en las sociedades y
“no para hacer profecías”, opinó que se ha vivido “en el mundo de la
ilusión”, principalmente por la irrupción masiva de la tarjeta de
crédito: el paso “de la cultura del ahorro a la del crédito”.
El
pensador polaco entiende que el “boom” del Bienestar se ha basado en que
“gastábamos más dinero del que ganábamos, pidiendo préstamos a expensas
de nuestros nietos, que pagarán el exceso de este consumismo”. “Ahora
–siguió– se ha visto que estábamos en una gran mentira y en un
malentendido y cuando ha llegado el mundo real no es muy alentador”.
Bauman
recordó que en los años setenta el capitalismo buscaba “tierras
vírgenes” para poderse expandir y fue cuando caló la idea de que “los
hombres y las mujeres sin tarjeta de crédito no tenían ninguna utilidad,
porque no daban beneficios a los bancos”. “Las personas se
transformaron en alguien que pedía dinero y eran fuente de beneficios
constante para los bancos”, ha apostillado.
Además ha argumentado
que el sistema iba creciendo porque las entidades aseguraban a sus
clientes que retornar la deuda no era ningún problema, con lo que las
personas “o eran víctimas de una mentira o eran inocentes”.
A
pesar de la crisis, el padre del concepto de la “modernidad líquida” se
ha mostrado cauto con respecto a las teorías que dan por muerto al
capitalismo liberal, porque todavía –dijo– “se pueden crear tierras
vírgenes”, que no serán conquistadas por ningún ejército, porque sólo
son necesarios “agentes bancarios”.
Respecto al “divorcio” entre
poder y política, ha hablado de desconfianza hacia el sistema, porque
“el poder se ha evaporado en el ciberespacio y la política sufre un
déficit de poder”.
Sostiene que lo más importante a resolver
durante el siglo será “volver a unir poder y política”. “Es un trabajo
difícil –ha agregado– pero si no lo hacemos no solucionaremos el
problema”.
Respecto al auge de los nacionalismos, ha querido
recordar que él nació en Polonia en 1925 en el seno de una familia que
debió emigrar en la década de 1930 para escapar del nazismo y que en
1968, otra vez en Polonia, se vio obligado a exiliarse a Inglaterra por
las purgas del régimen comunista, sintiéndose principalmente europeo.
Argumentó
que antes la identidad “venía dada de nacimiento, igual que la clase
social, que se heredaba”. “La idea de identidad aparece cuando la idea
de comunidad se debilita y nos empezamos a mover entre dos valores como
la seguridad y la libertad, dos conceptos complementarios y a la vez
opuestos”. Y, pesimista, remató: “ahora la gente quiere más seguridad
por encima de la libertad”.