
por Glez.-SernaPublicado en 
Las Letras y Las CosasEs más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja,
que un rico entre en el Reino de los Cielos.Mt 19, 23-30
Juan Jose Arreola
Mediado el siglo XX, los principales medios de  comunicación de la época se hacían eco de la propuesta de Arpad Niklaus  de conseguir hacer pasar un camello por el ojo de una aguja. Frankfurter Allgemeine Zeitung  se congratulaba por la iniciativa del físico de ascendencia renana,  pues, defendía, sin duda acabaría trayendo como consecuencia una  relación más igualitaria entre los seres humanos al abrir una esperanza  de salvación ultraterrena a las clases potentadas. De esta manera, se  expresaba el editorialista, no podía caber la menor duda de que estas  personas, una vez eliminada su frustración transcendente, alterarían los  comportamientos terrenales y sus relaciones con otros tipos humanos. En  línea similar al diario alemán se posicionaban otros rotativos, como The Guardian, Ya, Le Monde, Los Ángeles Tribune y, sorprendentemente, el soviético Pravda.
 
Aparte de la valoración social que los medios de masas aportaron, el  experimento del doctor Niklaus también tuvo su acogida en las páginas de  bastantes publicaciones específicas, si bien en todos los casos se  trataba de revistas con clara vocación divulgativa. Scientific American,  sin ir más lejos, situó en primera plana el proyecto, centrándose,  sobre todo, en las consecuencias positivas de desarrollar la capacidad  de descomposición de la materia visible y tangible en un hilo de fuerza  electromagnética que, sin llegar a perder la memoria de su estructura  original, pudiera desplazarse en el tiempo y el espacio lo suficiente  como para permitir el paso por el angosto hueco de la aguja.
 
Pese a que la mayoría de los agentes de opinión y la práctica  totalidad de los corrillos científicos del momento manifestaron su  entusiasmo por la iniciativa, desde ciertos sectores minoritarios se  cuestionaron algunos aspectos del proyecto. Un casi desconocido  columnista de L’Osservatore Romano y colaborador asiduo de las revistas Mondo Cane y Papeles de Molocay  sugirió la posibilidad de que tal experimento podría romper el  equilibrio asimétrico de la balanza entre el bien y el mal. La  alteración de las proporciones de la receta divina, según Ambrogio Della  Valle, que así se llamaba el articulista, ocasionaría sin lugar a  ningún género de dudas una ruptura del plan divino para el hombre. La  posición de Della Valle fue ferozmente negada en un artículo de fondo  firmado por Lucca Stampi, consejero jesuítico para asuntos bíblicos, que  el propio rotativo vaticano publicó algunos días después. La tesis de  Stampi, como parece obvio, se centraba en la idea de que los caminos del  Creador son inexcrutables para el ser humano y que, por ende, toda  acción humana está contenida en el Plan de Dios, sea cual fuere su  orientación. Los artículos de Della Valle y Stampi generaron un  auténtico río de tinta que recorrió como un torrente la geografía  occidental. Teólogos, periodistas, filósofos, economistas y políticos de  toda índole expresaron sus opiniones a favor o en contra de la quimera  de Niklaus, exploraron las aristas más afiladas y escondidas de la  cuestión y defendieron o refutaron el libre albedrío humano, así como la  capacidad para abandonar los planes divinos.
 
Curiosamente, el mundillo literario se hizo escaso eco de la  iniciativa científica y la posterior disputa. Entre la información que  he podido manejar, tan sólo el mexicano Juan José Arreola dedica unas páginas de su Confabulario  a la obra de Arpad Niklaus. En ellas, el autor se limita a glosar la  vida y obra del científico, explica sucintamente las bases teóricas del  experimento y valora el mismo desde un punto de vista que se antoja algo  cínico. Arreola alaba, creo que de manera desmesurada, la tarea  iniciada, independientemente de su éxito o fracaso, pues tanto en lo uno  como en lo otro adivina posibilidades de transformación positiva para  la humanidad.
 
La marejada que hace ya casi más de medio siglo provocó la hipótesis  de la posible desintegración de un camello fue calmándose lentamente,  como suele suceder. Otros acontecimientos oscurecieron las noticias en  torno al experimento: las guerras en Corea e Indochina, la tensa paz  entre bloques o la crisis del petróleo al finalizar la década de los  setenta sepultaron definitivamente el interés por mamíferos ungulados y  agujas. Sin embargo, nos consta que Niklaus y su equipo perseveraron en  su trabajo, calladamente. Las últimas noticias sobre el proyecto aludían  a la muerte de su iniciador y la subsiguiente migración del equipo a  una pequeña población en las cercanías de Tübingen, en el estado alemán  de Baden-Wurtemberg. Se sabe que siguieron trabajando en la  desintegración e integración de la materia y que las primeras pruebas  tangibles arrojaron un cierto nivel de éxito que justificaba la entrada  de nuevos inversores. Así se desprende de la nota salmón que apareció en  diciembre de 1989 en el Financial Times, en la que se  informaba sobre la ampliación de capital de una empresa denominada  Niklaus Corporation. Precisamente fue esa nota económica la última  referencia al proyecto de la que hemos tenido noticias fidedignas. Tras  ella no ha habido nada más digno de mención: la compañía se mantiene  estable, reparte dividendos con regularidad y a nadie parece interesar  la naturaleza de su negocio.
 
***
 
En febrero de 2006 conocí a George Stapleton. El día había sido duro y  antes de regresar al hogar paré a tomar un café. En la mesa contigua,  un hombre de unos ochenta años, barba cerrada y profundas entradas,  apuraba un enorme vaso de whisky puro. No le presté demasiada atención y  me sumergí en la lectura del Confabulario de Arreola al tiempo que el  café negro hacía renacer la vida en mi interior. El hombre del whisky se  me dirigió en un castellano complicado. Al parecer tenía ganas de  charlar y, entre sorbo y sorbo, pude conocer su nombre, su nacionalidad y  su oficio. La conversación, siempre gobernada por el viejo, acabó  derivando hacia el tema de la casualidad, momento en el que tomó en sus  manos mi libro y me preguntó si ya había leído la historia titulada En verdad os digo.  “Se centra en un experimento científico en el que participé”, continuó  Stapleton, “Sí, yo trabajé con Niklaus”. Me sorprendió sobremanera cómo  el azar juega con nuestras vidas, confirmándome en la idea de que no  somos más que simples figuras prescindibles en un ajedrez eterno. Había  detenido mi coche para tomar un último café y ese hecho posibilitó mi  encuentro con alguien que bien podría ser un personaje de la ficción que  en ese momento leía. No pude evitar participar en el juego del destino y  me dirigí al anciano para averiguar si el experimento había dado  resultado, ya que el texto de Arreola no arrojaba ninguna luz sobre la  consecución de los objetivos. “Sí”, respondió, “conseguimos que el puto  camello atravesara el ojo de la aguja”. Ante la incredulidad que debió  vislumbrar en mi rostro, Georges Stapleton me miró fijamente y, de  manera categórica, lanzó un “ya se irá enterando” que resonó en la  cafetería como una terrible amenaza. Al momento, el hombre apuró su copa  y se marchó. Su figura renqueante salió de mi vida para no volver.
 
Casi cinco años han pasado desde ese encuentro. En este tiempo el  mundo ha entrado en un laberinto que los analistas económicos más  expertos son incapaces de explicar. El recurso más extendido es la  alusión a los mercados como detonantes de la situación, aunque hasta el  momento nadie ha podido identificarlos. Los mercados no tienen cara ni  cuerpo ni dirección social. Solamente son, y juegan con las finanzas  mundiales a su antojo. Las economías nacionales sufren ataques que las  empobrecen y la desesperanza se ha instalado en el cuerpo social. Grecia  ha reventado ya, al igual que la verde y melancólica Irlanda. Portugal,  Bélgica, España, Italia, están bajo sospecha. Los mercados, nos dicen,  parecen estar dirigiendo un ataque soterrado contra la economía del euro  y el llamado estado del bienestar. El dinero cambia de manos a la  velocidad del rayo sin que exista la más mínima claridad sobre su  destino final.
 
En estos tiempos oscuros, el recuerdo del texto de Arreola y el breve  encuentro con George Stapleton me hacen pensar en una posible relación  de lo que está sucediendo con el Experimento Niklaus. Si es verdad, como  confirmó Stapleton, que al fin pudo hacerse pasar un camello por el ojo  de una aguja, ese viaje debió provocar una reacción en cadena que  escapó al control humano. Es de creer que tras el tránsito del camélido  los ricos pudieron por fin hollar los senderos celestiales. Quienes  acostumbraron en vida a jugar con el esfuerzo y la esperanza de todos no  creo que hayan abandonado una tarea para la que estaban genéticamente  programados. Más bien pienso que se habrán reforzado desde la posición  de poder ultraterreno que ahora deben ocupar.
Nota de Alvin Reyes:
Para leer el cuento En Verdad os Digo, de Juan Jose Arreola. Click Aqui