No acabo de adaptarme a esta vida tan bipolar que llevo, siempre en una
lucha constante entre lo que me dictan la conciencia y el medio en el que vivo.
Es sorprendente la cantidad de
contradicciones con las que uno se puede encontrar en su vida diaria y, el cómo
afrontarlas y asumirlas forma parte de la estrategia vital de cada uno y así
conseguir mantenerse cuerdo en un mundo tan extraño y ajeno para cualquiera que
sea capaz de situar en el primer plano de sus principios la libertad y el
respeto a cualquier forma de vida.
En no pocas ocasiones hablamos de un sistema explotador que arrasa con
la naturaleza y con la vida sin ningún reparo; de una maquinaria primaria de la
muerte que actúa por todo el mundo aniquilando vidas humanas con una creciente
efectividad; de una maquinaria secundaria (grandes transnacionales, grandes
bancos y toda la jauría de inversores) que actúa con extremada eficacia en el
exterminio humano. En pos del máximo beneficio económico dictaminan en qué
partes del planeta la gente debe morir de hambre, determinan qué enfermedades y
de qué manera van a incidir sobre los seres vivos del planeta, decretan qué
tierras deben ser arrasadas y sobreexplotadas en pos del bien de la humanidad
cuyas nefastas consecuencias pagamos y seguiremos pagando con creces durante
toda la vida.
De todo esto y mucho más hablamos
y discutimos, nos posicionamos claramente en contra y en muchas ocasiones
participamos en acciones y proyectos de protesta y de alternativa a todo ello
(al menos esa es la idea con la que lo hacemos). Sin embargo, no podemos obviar
dónde vivimos y cuáles son los códigos imperantes en esta sociedad, las
relaciones interpersonales que mantenemos de forma más o menos deseada
(amistades, familia, vecindario, entorno laboral y/o educativo…) y nuestra
relación con el poder imperante. Es en este vasto ámbito donde surgen esas
contradicciones diarias entre nuestra manera de hacer y vivir y nuestra forma
de pensar y sentir. La distancia entre ambas define un interrogante cuya
respuesta nos encamina hacia dos vías que transcurren entrecruzándose a lo
largo de los tiempos. Obviamente, las vías tienen diferentes grados porque son
muchas las variables que les afectan.
Por un lado, tenemos a las
personas conscientes que sufren con dichas contradicciones y tratan de acortar
la distancia entre su vida real y su vida ideal con todo el desgaste que eso
supone. La capacidad de ir superando o, por lo menos, encajando estas
contradicciones en nuestra forma de vida va directamente ligada a la
profundidad de los valores e ideales de cada uno. Esta vía exige un esfuerzo
constante y estar dispuestos a aceptar en muchas ocasiones la incomprensión del
entorno inmediato. Por supuesto, supone estar dispuesto a enfrentarse a la
violencia del sistema a todos los niveles (económico, social, policial,
judicial…) pero sin duda, lo más difícil es enfrentarse a uno mismo; mantener
esa coherencia íntima que permite mantener la cordura para seguir avanzando y
no dejarse ir ni sucumbir a los cantos de sirena de una sociedad consumista que
ofrece oportunidades de evasión mental sin fin.
Por otro lado, nos encontramos
con esas personas que no consideran que existe ninguna contradicción a pesar de
la enorme distancia que hay entre aquello que predican y lo que hacen en su
vida. Mejor dicho, o no existen o las consideran absolutamente insalvables y
por el momento no hay nada que puedan hacer con ellas. Ésta es una posición de
todo o nada (concretamente revolución o nada) y como tal, concentra sus
esfuerzos en esa hipotética revolución que no acaba de llegar, mientras tanto
se trata de pasar la vida lo mejor posible entre discursos y soflamas.
Cualquiera de las dos vías es
respetable, personalmente me identifico con la primera vía aunque reconozco que
me cuesta muchísimo superar ciertas contradicciones y muchas veces veo un poco
lejano el horizonte de cordura que me gustaría alcanzar. Sinceramente, ya no
creo en el discurso de revolución o nada y cada vez creo menos en las personas
que lo defienden pero soy consciente que cada uno tiene su forma de afrontar la
existencia y sus propias contradicciones.
Siempre he sido partidario de
tratar de ser lo más coherente posible con mis ideas, eso es lo que puedo aportar
a los demás y a mi mismo.